1.
Introducción
La
enorme repercusión que en los últimos años han tenido los
trabajos socioló-gicos
de
Pierre Bourdieu ha creado una especie de espejismo en la recepción
concre-ta
de
su obra, de tal manera que ya sea por la vía del deslumbramiento
teórico –que
lleva
a utilizar las categorías de análisis propuestas por el autor
francés sin ningún
tipo
de reanálisis, adaptación o salvaguarda teórica–, ya sea por
la vía de la polémica
abrupta
y personal –donde autores enfrentados y antiguos colaboradores
separados
de
su maestro, mezclan temas personales, políticos y teóricos en
una gelatina de
temas
poco propicios para el debate intelectual sosegado–, nos hemos
encontrado
ante
una extraña situación en la que brillan por su ausencia lecturas
que evalúen las
aportaciones
reales de su obra y todavía estamos a la espera de aportaciones
que se
despeguen
de la “bourdieumanía” o de la “bourdieufobia”, para
entrar en el análisis
mesurado,
crítico y concreto de sus esquemas de análisis 1 .
En
el artículo que ahora iniciamos (y como mejor homenaje a la
figura del
sociólogo
francés en este triste momento de su reciente fallecimiento),
pretendemos
r
evisar un concepto central en la posible sociolingüística de
Pierre Bourdieu, con-cepto,
por
cierto, que da sentido al análisis sociológico de los discursos
que propone,
también
muy polémicamente, el propio Bourdieu. Nos centraremos así en el
uso y
d
e s a rrollo del concepto de m
e rcado lingüístico,
sin intentar dar ningún ve r e d i c t o
general
o final para la sociología de este autor francés, sino por el
contrario, utilizando
sus
líneas temáticas para hacer una reflexión detenida del
particular lugar que
ocupa
el análisis de los discursos en la práctica sociológica.
Además,
el concepto de mercado lingüístico se ha incrustado en el
conjunto de
h
e rramientas que utiliza habitualmente la sociolingüística
actual, y ya sea en las
recientes
presentaciones anglosajonas de la disciplina (Mesthrie, Swann,
Deumert &
Leap,
2000: 316-353), ya sea en las introducciones francesas a este área
de conoci-miento
(Calvet,
1998: 78-81; Boyer, 1996: 25-32), nos encontramos ya
indefectible-mente
con
un capítulo dedicado a los mercados lingüísticos en la versión
de Bourdieu
y
su escuela, tomado como uno más de los tópicos intelectuales que
construyen
el
mainstream
de
la última teoría sociolingüística.
La
presencia del concepto de mercado lingüístico no ha dejado así
de aumentar
–incluso
en intentos de construcción de aplicaciones metodológicas o
instrumentales
formales
(Sankoff & Leberge, 1978)– y este aspecto de la muy extensa
labor sociológica,
tanto
temática como ya temporalmente, de Pierre Bourdieu, ha seguido
lla-mando
la
atención académica. De hecho en Francia se ha reeditado
recientemente el
libro
que Bourdieu monográficamente dedicó a los temas del lenguaje
–su ya clásico
¿Qué
significa hablar?. Economía de los intercambios lingüísticos (
1 9 8 2 / 1 9 8 5 ) –con
el título y la presentación de John B. Thompson, que toma de su
versión inglesa
–ahora
Langage
et pouvoir symbolique (2001a)–,
así como con algún artículo más
dedicado
al tema de lo popular, al espacio de representación de las clases
sociales y
una
pequeña introducción inédita a la última parte del libro que
toma el muy revela-dor
subtítulo
de “Pour une pragmatique sociologique”.
2.
Los mercados lingüísticos o la lógica de la dominación
económica
ampliada
y aplicada al marco del lenguaje
El
conjunto de determinaciones institucionales que las situaciones
sociales de
referencia
proyectan sobre las interacciones lingüísticas y la producción
discursiva
son
conceptualizadas por Bourdieu como un mecanismo de mercado. Los
mercados
de
la interacción que dibuja Bourdieu no son mercados de intercambio
entre valores
iguales
y soberanos, son situaciones sociales desiguales que llevan
emparejados procesos
de
dominación y censura estructural de unos discursos sobre otros.
Los dife-rentes
productos
lingüísticos reciben, pues, un valor social –un
pre c i o–,
según se
adecuen
o no a las leyes que rigen en ese particular mercado formado por
un conjun-to
de
normas de interacción que reflejan el poder social de los actores
que se
encuentran
en él. Las leyes de formación de precios en cada mercado
lingüístico,
que
son las que dictan la aceptabilidad de los discursos y la
legitimidad del habla, se
construyen
en contextos socio-históricos concretos y en función de las
prácticas de
los
sujetos implicados en la negociación de los valores, cuyo poder,
a su vez, está
marcado
por su posición estratégica en el espacio social de referencia 2
.
La
estructura social del mercado lingüístico determina así qué es
lo que tiene
más
valor en el intercambio lingüístico, y los discursos no son otra
cosa que las juga-das
prácticas
con las que los sujetos intervienen en un mercado lingüístico,
tratando
de
aumentar sus beneficios simbólicos, adaptándose a las leyes de
formación de los
valores
y a la vez poniendo en juego su capital lingüístico, social y
culturalmente
codificado.
El discurso, por tanto, lejos de cualquier código formal, lleva
para Bour-dieu
la
marca social –el poder y el valor– de la situación en que se
ha producido. La
misma
producción del discurso se realiza anticipando sus condiciones de
recepción
en
el mercado lingüístico, no tanto mediante la realización de un
cálculo estratégico
individual
como por la adhesión naturalizada a los valores dominantes
estructurantes
y
estructurados, en forma de habitus,
en el propio mercado.
De
esta forma, Bourdieu va a extender su terminología y enfoque
general para
el
análisis de las prácticas sociales –como prácticas de
distinción, enclasamiento y
desclasamiento–
a la producción de discursos en los marcos de interacción
lingüísti-ca.
El
mercado lingüístico conforma el
campo de
la interacción con sus leyes parti-culares
de
aceptabilidad de los discursos y prácticas lingüísticas, como
un conjunto
de
relaciones de fuerza y dominación lingüística; mercado donde se
hacen va l e r
capitales
lingüísticos y simbólicos provenientes de posiciones sociales consolidadas,
a
partir de estrategias ex p r e s ivas (como la hipercorrección
que ejercitan las clases
medias
en su lucha por el enclasamiento, o la hipocorrección controlada,
la informa-lidad
o
la campechanía que muestran los que están en posiciones muy
seguras de
dominio
social para hacer observar que tienen poder hasta para eludir la
norma lin-güística
o
simbólica en su provecho), que son disposiciones y competencias
comuni-cativas
aprendidas,
naturalizadas y cristalizadas en forma de habitus preconscientes.
El
intenso uso de la nomenclatura y el utillaje económico de
filiación marxista,
debidamente
adaptados a los intercambios simbólicos (valor de uso, valor de
cam-bio,
plusvalía,
capital, renta, debidamente apellidados aquí como
lingüísticos), en los
análisis
sociolingüísticos de Bourdieu, está destinado a hacer visible
cómo se articu-la
y
se ejerce el poder simbólico, a través de la producción y la
circulación de los
discursos,
dentro de un mercado en el que el valor y el prestigio que puede
traducir
una
formación discursiva se constru ye en el juego de interacciones
que crean las
acciones
y decisiones de los grupos de poder establecidos en un campo
social. Es en
este
mercado donde se establecen las condiciones que los discursos
deben presentar
para
ser reconocidos como competencias lingüísticas efectivamente
solventes y, por
ello,
como capital lingüístico que produce beneficios en forma de
autoridad y presti-gio
en
la interacción social.
El
valor general
de
los discursos está en función, de esta forma, de los poderes
de
aquellos grupos que tienen la capacidad de intervenir con
resultados sociales
efectivos
en el mercado lingüístico. El valor particular
de
cada enunciado depende,
igualmente,
de la habilidad que tenga cada sujeto de convencer a sus virtuales
recep-tores
de
la legitimidad, autoridad y ajuste a las fuentes de poder de su
discurso específico.
Por
lo tanto, la performatividad de los actos de habla sólo se puede
explicar
por
la fuerza delegada que le otorgan a los discursos los grupos
sociales que construyen
conflictivamente
las leyes del mercado lingüístico, en cuanto que escalas de
valores
con las que se evalúa la eficacia simbólica real y el poder
efectivamente ejercido
por
los hablantes en los intercambios comunicativos.
Por
lo tanto, los discursos sólo cobran su valor –y su sentido–
en relación con
un
mercado, construido por un conjunto de leyes concretas de
formación de precios.
El
valor real del discurso sólo depende de la relación de fuerzas
que se establ e c e
efectivamente
entre las competencias lingüísticas de los locutores entendidos
no sólo
como
capacidad de producción, sino también como capacidad de
apropiación de los
capitales
simbólicos que circunscriben el campo en el que se realiza la
interacción
comunicativa.
De esta forma, el poder del discurso –como poder lingüístico,
como
poder
simbólico– se muestra en la capacidad que tienen los diferentes
agentes que
actúan
en el intercambio para imponer los criterios de validación más
favo r a bl e s
para
sus productos lingüísticos.
Bourdieu,
de esta forma, considera que la base, unidad y coherencia formal
de
ese
desigual y fragmentado espacio conformado por un conjunto de
mercados lingüísticos
lo
establece la autoridad institucional de la lengua oficial. Por
ello, el autor
francés
considera que la lengua estándar crece con el Estado en su
génesis y en sus
usos
sociales legitimados. El mismo proceso de formación del Estado es
el que crea
las
condiciones para la constitución de un mercado lingüístico
unificado, esencial-mente
normalizado
y dominado por la lengua oficial. Institución política e
institución
lingüística
son así indisolubles –ya sea en los mercados genéricos de la
lengua ofi c i a l
o
en los mercados lingüísticos internos de los diferentes campos
(profesionales, académicos, laborales,
artísticos, etc.) donde se producen intercambios simbólicos
sobre
un
espacio de poder concreto– y, en un último nivel, la lengua del
Estado transmitida
a
través de las instituciones (escuela, administraciones públicas,
normas de aceptación
ciudadana)
se conv i e rte en la norma teórica con la que se miden objetiva
m e n t e
todas
las prácticas lingüísticas. En suma, la lengua estándar es
producto de la domina-ción
política
constantemente reproducida a través de las instituciones, a la
vez que es
un
instrumento simbólico de poder que regula las prácticas
lingüísticas.
3.
La propuesta sociolingüística de Pierre Bourdieu
Bourdieu
trata de superar el carácter fenomenológico y microsituacional
de la
etnometodología
y la sociolingüística norteamericanas integrando su visión del
len-guaje
en
su teoría del habitus
y
del sentido
práctico (Bourdieu,
1991a). Por otra par-te,
la
teoría lingüística derivada del inconsciente epistemológico
del estructuralismo
parte
de la posición del observador externo; a partir de lo cual se
tratan los discursos
como
textos a decodificar en un proceso en que los textos aparecen para
ser desci-frados,
hallando
su estructura subyacente y su lógica de composición interna.
Este
enfoque
olvida radicalmente, según Bourdieu, lo fundamental: que la
práctica dis-cursiva
es
una práctica que funciona en un contexto de posiciones sociales
prefigura-das
y
que tiene igualmente su sentido en la búsqueda de efectos
sociales. El fetichis-mo
de
la lengua y de la lingüística privilegia la visión de un
intelectual que puede
diseccionar,
disecar, analizar y clasificar textos y partículas obviando o
despreciando
los
poderes –a la vez históricos e inmediatos– que se ponen en
juego en lo que parece
un
puro acto de enunciación verbal.
Las
habilidades lingüísticas, al igual que todas las competencias
sociales, se
adquieren
en la práctica, a través de un proceso de aprendizaje y
socialización en las
normas
discursivas del grupo en el que el sujeto es producido. Los
discursos repro-ducen
los
esquemas fundamentales de la división del mundo social, los
sujetos
adquieren
las competencias sociales –incluidas las lingüísticas–, que
las construyen
y
las constituyen, no como individuos abstractos –una especie de homo lingüisticus–
sino
como un grupo social. Del mismo modo, la producción de enunciados
se realiza
en
situaciones sociales, y para adaptarse estratégicamente a esas
situaciones sociales
el
sentido de los discursos es el sentido de estas situaciones
sociales y de la manera
de
adecuarse a ellas; es un sentido práctico que de manera
inconsciente o preconsciente
–aunque
no por ello reprimida o alienada– utiliza el mundo del lenguaje
para
construir
el mundo de lo social. Por lo tanto, el lenguaje no se entiende ni
se construye
en
su fuerza real desde sí mismo –en su lógica, en su gramática,
en su estética–,
sino
desde su sentido práctico en el campo social.
Los
procesos de interpretación y análisis de la significación de
los discursos
deben
hacerse, pues, siguiendo este sentido práctico; sentido que al
ser también la
composición
y la interacción de diferentes habitus, acaba componiéndose, naturali-zándose y
aceptándose como un sentido
común que
iguala y legitima lo que es una construcción
de poderes lingüísticos desiguales y arbitrarios. El análisis
del discurso
tal
como lo propone Bourdieu es una conquista contra el sentido común
de la enunciación
–la
doxa–,
una ruptura epistemológica contra todo lo que parece fuera de los
dominios
de lo social y que, sin embargo, hay que colocar en lo social más
inmedia-to,
como
un oficio de auténtica heterodoxia, para poder comprender el acto
de hablar
mismo.
Lo esencial de su conclusión es que las diferencias entre
posiciones sociales,
más
que las posiciones mismas, son lo que está en juego en el mundo
del lenguaje (y
del
consumo, y del derecho, y del arte, etc.), y el orden simbólico
del decir queda
definido
no por una lógica significante, sino por un conjunto de
diferencias de situa-ción
(estructuras
estructuradas) y de posición (estructuras estructurantes) en
siste-mática
expansión
conflictiva. Las diferencias de posición no tienen fin, se
renuevan
permanentemente
–no están limitadas ni por recursos escasos ni por los niveles
de
riqueza
disponibles– en la dinámica social misma; el juego del lenguaje
se produce
en
la rivalidad de las posiciones sociales y en esta rivalidad se
producen siempre
diferencias
nuevas y se acumulan capitales simbólicos que estimulan a
producir nue-vos
discursos
y jugadas simbólicas. De ahí que la institución que por
analogía Bourdieu
elige
para representar los intercambios lingüísticos sea el mercado.
Los
mercados lingüísticos se definen así a través de prácticas
simbólicas relacionales,
de
clase, económicas en un sentido total, de fuerza de sentidos y
significados.
El
análisis del discurso se conv i e rte por ello en un análisis
estructural de las
relaciones
de clase, lo que implica tener en cuenta no sólo determinaciones
económicas,
sino
también prácticas culturales y cadenas simbólicas que
constantemente
reproducen
las formas de subjetivación del sistema de posiciones sociales y
las for-mas
de
exteriorización de la subjetividad como jugadas de
posicionamiento y reposicionamiento
en
la red de relaciones sociales. La dicotomía del marxismo ortodoxo
entre
lo ideológico y lo económico es sobrepasada en el planteamiento
de Bourdieu,
construyendo
una economía general de las prácticas en las que los sistemas
simbóli-
cos
–el arte, la religión, la lengua– tienen una función
estructuradora y totalizadora,
inseparables
del mundo objetivo.
La
idea de mercado lingüístico trata de representar el lenguaje a
partir del con-junto
de
elementos de estructuración del espacio social y la profundidad
de sus con-secuencias.
El
enclasamiento y la distinción de clase son las fuerzas que
ordenan,
organizan
y reconstruyen el campo
lingüístico como
un espacio social que se presen-ta
fragmentado
por un conjunto de relaciones que definen las diferentes partes en
conflicto.
La hipótesis general de la distribución de los agentes sociales
en un espa-cio
de
clases que tiene efectos en todos
los
dominios de la práctica se expresa en el
lenguaje
y los intercambios simbólicos de los agentes. La lucha de clases
se expan-de,
así,
a todos los ámbitos –económico, político, cultural,
lingüístico– y el ejercicio
del
poder se demuestra a través del poder simbólico que enmascara la
dominación
presentándola
como realidad legítima cuando en realidad se basa en la
ocultación de
su
base, esto es, la posesión y el acaparamiento de diferentes tipos
de capital 3 .
La
violencia
simbólica responde
a la desigual distribución del capital lingüístico y cul-tural,
estableciendo
un sistema de censuras que reproduce la dominación en el campo
simbólico,
traduciendo la lucha de clases en un sistema de intercambios
comuni-
ca
t ivos. El lenguaje como institución renueva la estructura
dominante de
distribución
desigual del capital cultural, legitima la desigualdad, naturaliza
la exclusión
y
participa en la reproducción del orden social, imponiendo la
violencia simbólica,
induciendo
códigos, pero otorgando, a la vez, la fantasía de la libertad,
la crea-ción
y
el mérito individual; estamos, en suma, en una práctica de d i s t i n c i ó n q
u e
mantiene
las distancias de las posiciones sociales.
El
análisis del discurso por Bourdieu es así un análisis de la
producción lingüísti-ca
como
un conjunto indiv i s i ble de los productos y de los agentes
productores, y en
tanto
que estos están situados en un sistema relativamente autónomo de
posiciones
–el
mercado lingüístico– y poderes en competición por la
conquista del prestigio y de
la
autoridad. No existe una exacta coincidencia entre la dominación
económica y las
diferentes
formas de dominación simbólica, lo que existe es una
composición de estas
diferentes
formas y una h
o m o l og í a entre
los c
a m p o s.
La dominación f inal es una
sumatoria
lógica de los diferentes campos y el estudio de la lengua sólo
puede reali-zarse
en
ese conjunto de fuerzas que enmarcan el sistema de dominación;
los discur-sos
se
generan, se aceptan y se valoran en él y sólo en él pueden ser
interp r e t a d o s .
El
modelo de análisis del lenguaje en Bourdieu es, pues, la
evaluación de todas
las
consecuencias de las estructuras sociales y de las estructuras
simbólicas. El ajus-te
del
sistema de posiciones y relaciones sociales es condición
necesaria para el aná-lisis
de
las producciones lingüísticas. Siguiendo las cadenas de
prácticas es como se
pueden
observar los efectos reales del habla, y los comportamientos
lingüísticos
i
n d ividuales tienen su eficacia simbólica en cuanto que son
valorados al producir
distinción,
reconocimiento y diferenciación social. Los actos particulares de
habla,
por
lo tanto, no se producen como actos racionalizados,
individualizados y calcula-dores,
sino
como exteriorización práctica de un habitus
que
aquí es un habitus
lin-
g
ü í s t i c o,
definido por un conjunto relacionado de disposiciones adquiridas,
esque-mas
de
percepción y de apreciación de la realidad, así como de
actuación en ella,
inculcados
en un contexto social y una situación histórica determinada. El habitus
es
simultáneamente
productor de prácticas sociales simbólicas e ideológicas,
construyendo
una
g
ramática ge n e ra d o ra de prácticas,
mediadora entre las relaciones
socialmente
objetivas y los comportamientos individuales, producto, a su vez
también,
de
la interiorización de las condiciones objetivas y de las
estrategias de adaptación
de
los actores a un campo.
La
interiorización o aprehensión perceptiva –sensible y/o
imaginaria– se completa
con
la exteriorización de los esquemas
inconscientes del
pensamiento por los que se
valoran
las prácticas que los agentes realizan a través de la ilusión
“bien establ e c i d a ”
de
la espontaneidad y la libertad radical de los actos
lingüísticos. Sin embargo, seg ú n
Bourdieu
todos los pensamientos, percepciones y acciones están de acuerdo
con las
regularidades objetivas de las relaciones de clase. Los h ab i t u s de
clase son tal cual,
p
o rque producen que los agentes se comporten de una manera que
perpetúa las rela-ciones de
clase, reproduciéndolas y renovándolas. Los habitus
lingüísticos son, en el
campo
del lenguaje, los elementos de anclaje de la reproducción
cultural, y los discur-sos,
las
estrategias de los actores para moverse en ese campo sacando el
mayor beneficio
simbólico
posible; por ello, al ser este campo estructuralmente desigual y
estar
j
e r a rquizado bajo la apariencia de intercambios iguales y
creativos, lo que existe es la
imposición
de los capitales simbólicos de las clases dominantes. La fuerza
de la lengua
no
viene pues de su estructura formal sino de su actividad relacional
en forma de mercado,
donde
todos acuden a intercambiar para obtener beneficios, pero unos son
capaces
de
obtener plusvalías y otros, sin embargo, son expropiados de sus
exiguas riquezas,
aunque
en la presentación liberal del lenguaje (y la economía), todos
seamos
sujetos
soberanos y el intercambio cree riquezas para todos.
En
toda situación social vamos a hallar tanto modelos
socioculturales de acep-tabilidad
y
censura de los discursos generados en contextos determinados, como
individuos
con determinados habitus
(esquemas
interiorizados –hasta su incorpora-
ción
corporal– que compatibilizan la competencia comunicativa con el
sentido como
valor
y producción social), así como con diferentes niveles de capital
simbólico y
lingüístico,
según los cuales existirán mayores o menores posibilidades de
poder
definir
la situación y modificar la estructura de lo decible. Es en la
intersección de
este
complejo conjunto de relaciones donde se va a producir el discurso
y donde
debe
analizarse e interpretarse.
El
proyecto sociolingüístico de Bourdieu se tiñe así de una rara
originalidad. No
es
el primero que habla de mercados lingüísticos; de hecho, la
primera búsqueda sistemática para
encontrar una homología estable entre el análisis económico
–de origen
marxista–
y el análisis semiótico la hizo el autor italiano Ferrucio
Rossi-Landi
en
su muy conocido texto El
lenguaje como trabajo y mercado (1968/1970),
donde
se
consideraban las mercancías como mensajes y los mensajes como
mercancías y
donde
se elaboraba toda una semiótica ampliada del orden social
completo como
proceso
de producción sígnica, con todos los corolarios lógicos y
esperables de un
punto
de partida como este (equivalentes generales, explotación,
ideología). Pe r o
desde
todo punto de vista, y aunque existan evidentes semejanzas
terminológicas, la
intención
teórica de Bourdieu es muy distinta. Si en Rossi-Landi (1970,
1976) había
un
programa dirigido a saturar, con una teoría marxista del valor
ampliada (donde se
reconoce
el conflicto y la explotación en el ámbito de los sistemas
comunicativos),
la
habitual teoría de raíz saussuriana de los valores
lingüísticos particulares, ordena-dos
y
sistematizados lógicamente en su diferencia semiológica, por el
contrario,
Bourdieu
se centra en los efectos sociales del discurso, no preocupándose
como
Rossi-Landi
por hacer una nueva lingüística marxista, sino estudiando las
estrategias
del
habla de los diferentes grupos sociales que son estrategias de
dominación, de
adaptación,
de resistencia o de enclasamiento en el ámbito del lenguaje.
De
esta forma, la sociolingüística de Bourdieu se va diferenciando
de las líne-as
habituales
por las que han avanzado los diferentes proyectos de encuentro
entre
lengua
y sociedad en los últimos cien años. Es evidente que la
diferencia con res-pecto
al
estructuralismo de origen lingüístico es radical, criticándole
la confusión
sistemática
entre estructura social y estructura simbólica, la consideración
de la
lengua
como un sistema preconstruido y cerrado, y la idea de que la
naturaleza
social
de la lengua, que es una de sus características inalienables,
queda ex p u l s a d a
y
sustituida por una descripción de la arquitectura interna, formal
y combinatoria, a
la
que se entrega la lingüística profesional dejando fuera la
principal norma de formación
del
lenguaje: la relación de dominación social. Pero si la
representación
puramente
objetivista y estructuralista del sistema lingüístico no permite
comprender
ni
su funcionamiento ni su fuerza cotidiana, la representación
puramente feno-menológica
de
los rituales lingüísticos, aunque permite una descripción viva,
tampoco
es
capaz de analizar las relaciones entre las producciones subjetivas
de los
agentes
en los intercambios lingüísticos y las estructuras sociales de
dominación y
reproducción
del poder.
De
ahí procede el reclamar ese h
ab i t u s lingüístico
como la aprehensión y la
expresión
subjetiva de la lógica objetiva de la organización social, en un
proceso de
interiorización
de lo exterior regulada por factores genético-adaptativos
adquiridos
en
el proceso mismo de socialización del individuo como modo de
percepción y
relación
conductual con otros individuos. Bourdieu se posiciona, por tanto,
contra
cualquier
ilusión de las competencias comunicativas como creadoras de un
indiv i-duo
libre
no sometido a las acciones y reacciones de fuerza de los campos
sociales
en
los que se mueve, así como de la exaltación de la creatividad y
plasticidad de los
grupos
lingüísticos populares, dominados o marginados.
Por
ello, nos encontramos en la obra de Bourdieu serias correcciones
al idealismo
c
o m u n i c a t ivo de un Habermas, puesto que la comunicación no
sólo puede ser entendida en
términos de la comunicación misma, o a la pragmática analítica
de un
A u s t i n , por
ser incapaz de explicar de dónde viene la fuerza perform a t iva
de las palabras, sin olvidar
la etnolingüística y la sociolingüística norteamericana, por
ejemplo, de Lako ff o
de Labov, en la que se empieza por la observación supuestamente
neutral pero fa s c inada de
las variaciones de estilo, sobre todo de las versiones populares
del idioma, y se acaba
reclamando implícita o explícitamente una inversión de valores
sobre lo tradicionalmente establecido
(lo culto y lo popular) sin estudiar las funciones del lenguaje
en
el entramado de fuerzas sociales que modela la producción
lingüística.
De
todo esto se deduce, además, una crítica a la simple validación
del estudio
del
lenguaje por el carácter popular o natural de las expresiones
lingüísticas que se
describen.
Por ello, y en sentido contrario, en Bourdieu existe el proyecto
de generalizar
y
dotar a la filosofía analítica del lenguaje de la base
sociológica de que carece
y
de proporcionarle un análisis total de las condiciones sociales
que posibilitan el
proceso
de generar los efectos que describe. Con este fin, se utilizan la
homología
económica
y las reglas del mercado lingüístico como formas de producción
y
reproducción
de
la lengua legítima en procesos de atribución de precios y
previsión de
beneficios
4 .
El círculo se cierra, pues, disolviendo el lenguaje en la
sociedad, y la
sociedad
se muestra como economía general (material y simbólica) de
prácticas y
contraprácticas
de clasificación y dominación.
4.
De la sociología del lenguaje al sociologismo sin lenguaje, o los
límites
del
modelo interpretativo de Bourdieu
Es
evidente que la aportación de Pierre Bourdieu al acercamiento
entre la
sociología
y la lingüística ha sido enorme. Además, como desde muchos
puntos de
vista
se ha argumentado, la disciplina tradicional de la
sociolingüística como mar-
chamo
académico regularizado se había venido dedicando más a
problemas estricta-mente
lingüísticos
(cambio o variación lingüística, idiolectos y sociolectos,
nacionalismo
y
lenguaje, hipercorrección, habla común, o cualquier otro tema
sobre la influencia
de
lo social en la lengua) que a temas de corte realmente
sociológico. En este sentido,
el
esfuerzo de Bourdieu por romper los principios de inmanencia
lingüística que se
a
rrastran desde Saussure y que ha lanzado al estudio del lenguaje
hacia una especie de
“lingüística
del cerebro” (realizada sobre sistemas de oposición y de
transform a c i ó n
lógica),
ha sido contundente y hasta fascinante, sobrepasando con mucho las
posiciones
más
avanzadas de la etnolingüística y la sociolingüística
norteamericanas, fuertemente
influenciadas
por el interaccionismo simbólico y, por lo tanto, mucho más
cen-tradas
en
los procesos de construcción lingüística de la microsituación
social que en
demostrar
–como pretende Bourdieu– que los códigos lingüísticos son
parte de un
capital
simbólico que, a su vez, valoriza, produce y reproduce lo social
genérico.
Bourdieu
explica, pues, el habla por el contexto social, y su noción de
contex t o
no
aparece como situación p
a r t i c u l a r,
tal como se presenta en todas las versiones del pragmatismo
“micro” o del interaccionismo, sino que Bourdieu lo lleva
hasta un
espacio
social y concreto, pero no concreto por la limitación o la
supresión de las
d
e t e rminaciones generales, como hacen los pragmatistas, sino
precisamente por todo
lo
contrario, por hacer entrar en liza todas las sobredeterminaciones
sociales posibl e s .
Pero
quizás, como tantas veces, la gran aportación de Bourdieu se
vuelve contra
sí
misma y su contribución a la sociolingüística no puede ocultar
una deriva no tanto
sociológica
como sociologista,
en una de las versiones más estrictas de lo que entendemos por s
o c i o l og i s m o (Rancière
et al., 1994), esto es, la pretensión de ex p l i c a r sociológicamente
todos y cada uno de los aspectos de la realidad humana, lo que en última
instancia no es más que un determinismo o un reduccionismo
sociológico que
tiende
a explicar los fenómenos de la civilización, la mente y la
cultura exclusiva-mente
mediante
formas de organización y estructura social (Searle, 2001:
l03-123).
Si
los juegos del lenguaje son infinitamente abiertos y libres en el
pragmatismo
analítico,
los juegos del lenguaje en Bourdieu son eternamente cerrados y
reproducivos,
y los sujetos existen por y para realizar su h ab i t u s.
En este punto, la matriz
durkheimiana
de la sociología del lenguaje de Bourdieu es evidente, y donde en
el
clásico
autor francés se dibujaba una solidaridad orgánica y una
consciencia colecti-va
funcional,
en nuestro sociólogo contemporáneo hay un modo de dominación
orgánica,
con un sistema de habitus
no
menos funcional en su diferencia y valor de
distinción.
De la misma forma, su filiación al denostado estructuralismo
lingüístico
sigue
siendo inocultable, y lo que en Saussure era un “comunismo
lingüístico” –la
expresión
es del propio Bourdieu: por ejemplo, en Bourdieu & Wacquant,
1994:
123-126–,
con diferencias y valores ordenados en el sistema de la lengua,
aquí no
deja
de ser un capitalismo
lingüístico (no
hay otra cosa detrás de la noción de mercado
lingüístico),
con diferencias y valores ordenados y reproducidos por el sistema
de
dominación
social.
El
hecho
social durkheimiano
–objetivo que se impone sobre los sujetos– y que
tanta
importancia ha tenido en la propia formación del paradigma
estructuralista en
la
lingüística, vuelve a reaparecer en la concepción que presenta
Bourdieu del lenguaje,
pero
esta vez cargado del funcionalismo de la dominación, con escasas
–por
no
decir nulas– aperturas a la praxis o al dialogismo. La
inteligente maniobra de
Bourdieu,
muchas veces más terminológica que real, de atribuir al habitus, y funda-mentalmente al h
ab i t u s lingüístico,
el carácter no sólo de estructura estru c t u r a d a , sino
el de estructura estructurante (es decir, formadora de
prácticas), no deja de
seguir
otorgando un carácter excesivamente reproductivista al plan de
análisis social
propuesto
por Bourdieu 5 .
Centrar,
como hace nuestro autor, el análisis del discurso casi
exclusivamente
en
la violencia simbólica, planteada como una reconstrucción
necesitante,
frente a la
comprensión
participante de,
por ejemplo, la hermenéutica contemporánea, nos lle-va
peligrosamente
hacia el monologismo, un monologismo crítico y denunciador de
la
dominación, pero monologismo al fin y al cabo. En la idea de la reconstrucción
necesitante
(Bourdieu,
1995: 442-443) hay una pretensión de objetivismo y descrip-ción
(denuncia)
del campo de fuerzas que ha producido las expresiones
lingüísticas
(los
discursos son necesarios en un campo conflictivo) que deja fuera
las capacida-des
de
interpretación de los factores (empezando, como pretende Gadamer,
1998:
11-27,
a interpretarse a sí mismo en diálogo con el enunciado o la
obra), o las posibilidades
de
acción comunicativa del lenguaje de los sujetos sociales, donde
no sólo
se
pone en juego un interés instrumental, sino también un interés
hermenéutico o
incluso
un interés emancipatorio. Abrir el mundo del lenguaje al
dialogismo es, sin
obviar
el marco de la dominación social, apreciar también las
capacidades de autoorganización y
autorreflexión de los sujetos, de construcción y atribución del
sentido
por
parte de los propios actores, y no sólo la descripción de cómo
los sentidos de los
poderosos
se imponen a los dominados (Habermas, 1991).
Y
es que, aunque se haya pretendido lo contrario, es este bloqueo de
Bourdieu
para
pensar lo dialógico en todas sus versiones, el que genera la
imposibilidad
estructural
de nuestro autor para acercarse, desde sus planteamientos
epistemológi-cos
y
metodológicos, a conceptos imprescindibles en el análisis
sociológico de los
discursos
como son el de la polifonía o el del mundo de la vida cotidiana
(Alonso,
1998;
Alonso & Callejo, 1999). Así, consecuentemente con estos
planteamientos,
que
se arrastran en la obra de Bourdieu desde la época de libros como
El
oficio del
s
o c i ó l ogo (1973/1976),
en el que se plantea el conocimiento como una conquista
contra
el sentido común, una doxa
con
la que hay que cortar y separase en la crítica
(Bourdieu,
Chamboredon & Passeron, 1976), todo lenguaje “popular” es
considera-do
como
una ausencia de poder, algo que se entiende por el poder que no
tiene, por-que
en
la homología con la economía que aquí se despliega, tiene
escaso capital sim-bólico
o
lingüístico. Todo lo contrario del planteamiento de Mijail
Bajtín, en el que
todo
acto lingüístico es un acto que necesita del otro, como otro
concreto, que impli-ca
ideología
pero que por eso mismo implica acción, creación y reacción, p ra x i s
social
que se produce desde todos los espacios de la estructura social 6 .
De
esta manera, muchos autores han subrayado la dimensión creativa
del acto
lingüístico,
inseparable de la estructura social, pero no por ello puramente
reproductivo
de
ella. Si Zygmunt Bauman (2002: 245, 289) defiende el carácter de p ra x i s d
e
toda
cultura, más allá del funcionamiento de c
u l t u ra como
concepto o como estru c t ura, Cornelius
Castoriadis (1997) nos define las propiedades del lenguaje no
sólo en su
dimensión
i
n s t i t u i d a,
sino también en su dimensión i
n s t i t u y e n t e,
y, en suma, se nos avisa
de que el lenguaje no es sólo sistema, ni sistema lógico
inmanente –como propone el
estructuralismo lingüístico antropológico– o un sistema de
dominación social
–como
pretende Bourdieu–, sino también una p
ra x i s c
o n f l i c t iva que se produce en el mundo
de la vida cotidiana. La versión más abierta de este enfoque la
realiza Michel
de
Certeau (1990) cuando habla de la i
nvención de lo cotidiano para recobrar el
carácter
intersubjetivo y creativo del lenguaje, puesto que una de las
funciones espe-
cí f
icas del lenguaje consiste en construir sentido, en crear signif
icados intersubjetivos
más
allá de la simple denominación o descripción unilateral.
Siempre hay relaciones
ambiguas
–por abiertas– entre los productos culturales (y
lingüísticos) y las prácticas
culturales
(y lingüísticas); el consumidor cultural es también productor,
produce sen-tido
cotidiano
al consumir, los sujetos son capaces de modificar la intención
predeter-minada
en
los productos lingüísticos y cambiar su sentido. Esta capacidad
reflex iva
del
lenguaje es la que hace que la ideología no sólo tenga un
carácter reproductivo
ocultador
y deformante, sino también creativo, inve n t ivo y resistente.
Ya
frontalmente contra Bourdieu, Michel de Certeau (1990) se
pronuncia contra
la
imagen de radical pasividad para la creación de sentido que tiene
el concepto de
práctica
en
Bourdieu, prisionero del habitus
y
reducido a usos lingüísticos plantea-dos
como
supuestas estrategias para ganar poder, que por variados que se
presenten
son
eternamente reproductivos, calculadores, estratégicos. Pero
Certeau y otros auto-res
7
,
nos recuerdan también el carácter gratuito y de
don que tienen muchos de nuestros
actos
culturales y lingüísticos; la comunicación es estrategia, pero
también es
cooperación
y donación; es reproducción, pero también es reconstrucción,
relabora-ción
e
incluso invención a partir de materiales preexistentes. En la
condición de suje-to
está
la condición de productor de narraciones, narraciones que unifica
sustancial-mente
a
prácticas culturales, lingüísticas, sociales, etc.; cada
producción, diría
Certeau,
es una reelaboración, una redefinición desde la experiencia, que
implica no
sólo
aceptación sumisa, sino resistencia creativa. Bourdieu, por
tanto, había plantea-do
muy
bien la dimensión de la dominación simbólica del lenguaje, pero
se habría
despreocupado
de la dimensión donación y cooperación o, incluso, de la
dimensión
reconstrucción
y resistencia, algo que no se puede dejar fuera en los juegos
pragmá-ticos
que
toda práctica comunicativa comporta.
5.
Conclusión: luces y sombras de la sociolingüística de Bourdieu
La
sobrepolitización del análisis del lenguaje que realiza Bourdieu
tiende a
s
o b r e r representar el carácter de age
n c i a –de
productor y reproductor de poder y
diferencia–
que tiene todo sistema de acción social –incluido el sistema
lingüístico–;
y,
sin embargo, deja fuera toda referencia a la a
c c i ó n como
actividad cotidiana,
como
capacidad situacional de los actores de operar en un contexto
concreto, produciendo
sentido
en sus actos particulares de habla por medio de procesos de
construcción,
negociación
y resistencia simbólica, incrustados en comunidades culturales de
prácticas
compartidas, significados cotidianos y actividades rutinarias part
i c u l a r e s
(Callejo,
2001: 88-92). Evidentemente la dimensión agencia y la dimensión
activi-dad
están
directamente conectadas y todo análisis sociológico del
discurso, en lo
posible,
debe recogerlos en su dinámica de intervención. Bourdieu da por
hecho el
enorme
poder de la dimensión agencia, pero los usuarios del lenguaje
producen sen-tido
a
pesar de que no dominan las condiciones de agencia. Por otra
parte, los agen-tes
sólo
pueden conseguir que su discurso sea efectivo si pasan por
procesos colecti-vos
de
acción comunicativa y constru c t iva de los sujetos. El
planteamiento de
Bourdieu
reclama permanentemente el poder –e incluso el poder del
Estado–, pero
no
hay que olvidar que el sentido propuesto por el lenguaje de los
dominantes es
siempre
interpretado y reconstruido por el sentido producido en las
comunidades
prácticas
de los dominados (Calvet, 1998, 2002).
Por
ello, el poder simbólico encerrado en el lenguaje no presupone,
como pre-tende
Bourdieu,
un ejercicio de olvido
voluntario o
de inconsciencia
activa 8
,
sino
que
frecuentemente implica la creencia compartida y la activa
complicidad, a pesar
de
que no necesariamente estas creencias puedan ser erróneas o
fundarse en una
escasa
comprensión de las bases sociales del poder. Los usos
lingüísticos no sólo
involucran
presuposiciones reproductivas (necesarias), sino también, y
fundamental-mente,
posibilidades
(contingentes) de cambio social.
Bourdieu
realmente abre un campo para la sociolingüística, en el que la
labor
del
análisis del discurso se realiza de manera muy diferente a la
tradición estructura-lista
de
buscar las estructuras subyacentes al sistema de la lengua; o de
las propues-tas
de
Chomsky (1983) de encontrar una lingüística del cerebro
engramada en las
competencias
y capacidades cog n o s c i t ivas de la mente humana y de los
productos
que
genera: representaciones mentales de forma y significado,
construidas a partir
de
reglas y principios transformacionales inconscientes de carácter
“profundo”.
Tampoco
se conforma Bourdieu con realizar una versión francesa de la
sociolingüís-tica
norteamericana
como la de, por ejemplo, William Labov (1983) –muchas veces
escasamente
social–, donde el objeto final de conocimiento es la forma en
que lo
social
crea variedades lingüísticas o dialectales, pero no la forma en
que el lenguaje
crea
y recrea lo social. Bourdieu, pues, aborda un proyecto
sociolingüístico genuino
en
su labor de desvelar cómo el lenguaje se construye y construye el
poder en los
campos
sociales. Pero quizás el modelo de Bourdieu sigue, sin
pretenderlo, demasia-do
apegado
a la lingüística sin penetrar en el cambio de lo que Bajtín
denomina la
translingüística
(1986),
en la que se considera el diálogo y la intertextualidad, y don-de
no
se dan por estabilizados los elementos invariantes o constantes.
En el fondo, lo
que
hace Bourdieu es convertir el estructuralismo lingüístico en
sociológico y lo que
ahora
se transforma en constante es la dominación y el poder. Lógica
que deja fuera
el
carácter inestable, polisémico, contradictorio y creativo de las
expresiones lingüís-ticas,
tal
y como se producen y tal como se reproducen a partir de un marco
social
que
no es, según hemos indicado, particular como pretende la
pragmática analítica
–en
la que se ignoran las determinaciones–, sino concreto, complejo
y completo 9
,
porque
está multideterminado por lo macro y lo micro, lo histórico y lo
situacional,
la
estructura y la acción, el sistema y el actor.
Si
siempre ha existido la seria duda de que tras las versiones más
convenciona-les
de
la sociolingüística haya existido algo parecido a una teoría
social, se puede
decir
para el “caso Bourdieu” que ocurre todo lo contrario: hay una
monolítica teoría
social
proyectada sobre el trabajo sociolingüístico y el análisis del
discurso. Esto ha
hecho
que gran parte del análisis del discurso realizado por Bourdieu
no sean más
que
ilustraciones aplicadas de su teoría del campo/habitus
–recuérdense los últimos
análisis
de casos de ¿Qué
significa hablar?,
sobre la retórica de la cientificidad, la
autocensura
en la recepción de Heidegger o los textos de Althusser–, o que
nos
encontremos
idéntico aparataje teórico para analizar temas tan diversos como
el len-guaje,
el
arte, la pobreza, la escuela, el derecho, la antropología, los
estilos de vida,
la
dominación masculina, la televisión, etc. (un etcétera que
podría completar varias
páginas),
lo que le da al estilo Bourdieu un toque algo ortopédico y muy
lejano de la
interpretación
de los productos concretos en las situaciones concretas. Así, por
ejem-plo,
y
en coherencia con esto, desde las posiciones situadas en el
ámbito del llamado
análisis
crítico del discurso,
se ha insistido en que el salto desde un concepto como
el
de habitus
a
alguna pieza concreta del discurso es demasiado rápido, casi
brutal,
necesitando
un buen número de categorías puente –y de teorías de rango
medio– que
relacionen
ambos niveles y recojan las interacciones (en una doble
dirección) entre
ellos
(Wodak, 2000: 125).
De
hecho, la corriente del análisis
crítico del discurso 10
se
muestra, paradójica-mente,
heredera
antes de Foucault que de Bourdieu, siendo teóricamente mucho más
abstracto
y descarnado socialmente el pensamiento del filósofo que el del
sociólogo.
Pero
quizás Foucault (1973) abre, con sus conceptos de prácticas y formaciones dis-cursivas,
una
brecha hacia un análisis más flexible que el reproductivismo
sociológi-co
de
Bourdieu, al considerar cómo el discurso estructura efectivamente
las áreas de
conocimiento
por procesos de inclusión y exclusión de las identidades y
relaciones
sociales
(prácticas que conforman y legitiman los objetos de los que
hablan), y cómo
este
orden restrictivo y jerarquizador de los discursos puede cambiar,
pues las prácti-cas
discursivas
se transforman por prácticas que se generan en el contexto de las
estructuras
y las instituciones sociales, en las fallas y quiebras de los
propios discur-sos
o
en la emergencia de otras prácticas discursivas:
Hay
que admitir un juego completo inestable donde el discurso puede, a
la vez,
ser
instrumento y efecto del poder, pero también obstáculo, tope,
punto de
resistencia
y de partida para una estrategia opuesta. El discurso transporta y
produce
poder; lo refuerza pero también lo mina, lo expone, lo torna
frágil y
permite
detenerlo (Foucault, 1978: 123).
Por
tanto, la jerarquía de discursos tiene efectos concretos y cambiantes sobre
la
estructura social, ya que si bien ayudan a mantener el estado de
las cosas, también
pueden
contribuir a transformarlas o reformarlas. En este punto, el
legado que nos
deja
Bourdieu es inmenso: los discursos forman un campo lingüístico
en el que se
reproducen
los poderes sociales, incorporándose –tomando cuerpo,
incrustándose–
en
nuestras propias percepciones y en nuestra disposición para la
acción o la reac-ción.
Pero
este legado nos deja sin las herramientas para un análisis de la
producción
y
la recepción concreta de los discursos por parte de los sujetos
concretos, de las
posibilidades
dialógicas e intersubjetivas del lenguaje, de la toma del valor
–políti-co–
de
los significados cotidianos en los hablantes, de la capacidad
creativa y refle-xiva
del
lenguaje en los sujetos dominados y, en suma, de las formas en las
que en la
d
i s c u r s ividad abierta afloran las contradicciones y
diferencias entre los habl a n t e s ,
como
sujetos de grupos sociales que transportan representaciones,
imágenes y sím-bolos
que
estructuran conflictivamente imaginarios colectivos que hay que
interpretar.
El
mayor homenaje a Bourdieu, el más respetuoso y certero con el
enorme valor
de
su obra, es seguir pensando en estos puntos en que los esquemas
más rígidos de
su
obra no le permitieron pensar. Muchas personas en un inmediato
futuro abrirán
esos
espacios y traspasarán esas fronteras y, con ello, le darán la
mejor dimensión
posible
a la obra de Bourdieu, el de ser una herramienta para la más
abierta y libre
práctica
intelectual inevitablemente tomada como práctica social.
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