La
ciberesfera de los inicios del milenio y el pensamiento de Timothy
Druckrey, por Cecilia Suárez
Timothy
Druckrey es un especialista a nivel internacional sobre temas de
tecnología e identidad en la cultura postmoderna. Su interés por
la historia, representación y tecnología fotográficas, lo ha
llevado a la investigación sobre el impacto social de los medios
digitales y la transformación de la representación y la comunicación
en los medios interactivos y de red.
Norteamericano,
conservador, crítico y autor independiente, ha realizado múltiples
publicaciones, fundado instituciones y colaborado como teórico de
los medios contemporáneos en Austria, Alemania, Gran Bretaña,
Luxemburgo y Estados Unidos.
Sus
planteos son severos e invitan a la reflexión. Ejemplo de esto es
su afirmación de que el doble factor de liberalización de la
competencia y la regulación del comportamiento, lenguaje e imágenes,
evidencian dos situaciones: por un lado la red tiene enormes
posibilidades de comunicación no mediatizada, y, por otro, de
manera insidiosa está en marcha la reimplantación de la guerra fría
de “tolerancia represiva” en cuanto a autoridad, control y
comunicación.
El
fin del milenio transcurrió acompañado por una suerte de
modernidad telefóbica y de sistemas de vigilancia “guardianes”
que escrutan las comunicaciones por correo electrónico y por la
web. Esta situación, unida a las afirmaciones utópicas sobre la
era del “ser digital” y los “ideales”
del ciberparaíso, la vinculación ordenadores y biología, y
las iniciativas estructurales imperialistas de los proveedores de
servicios, dejan al descubierto cuán compleja es la presuntamente
“autónoma” red.
Las
metáforas panópticas de Bentham y Foucault reaparecen en la
ciberesfera en forma de “agentes” y filtros, de knowbots
(cognirobots) útiles tanto para la vigilancia como para la
investigación. Aparece, además, una ética de la vitualidad
configurada ambiguamente en el habla como teoría del acto
(netiquette), junto a un espacio “social” encubierto en el que
el poder es omnipresente e invisible.
Por
otra parte, la reinvención de la obra de McLuhan, que cimentó la
fusión desde la década de 1960, de las tecnologías televisuales e
informacionales dio pie
a una transformación social en la que los medios de comunicación
se extendieron por la “aldea global”. No obstante dicha
transformación no evitó el colapso de la modernidad, ya que
sirvió de parche para unir las dispersiones utópicas de los mass
media con los objetivos políticos y económicos que facilitaron el
desarrollo de estas nuevas tecnologías.
Según
Druckrey, el discurso ausente de McLuhan durante los 90 era el político.
Y los efectos de la dispersión de la información, del poder, de la
política coherente, el replanteamiento de la investigación y el
desarrrollo militar hacia las cibertecnologías, produjeron un nuevo
caos en el que la virtualización suplanta a la ilusión y el
despliegue de las tecnologías se enmascara como revolución de las
comunicaciones.
En
palabras de Druckrey: “Las seducciones de la cultura de
“choque” con la incipiente crisis electrónica en la que la
dispersión, la pérdida de autoridad, la desaparición de la esfera
pública, la pérdida de la corporeidad del ser, quedan recogidos en
un sistema enormemente regulado en el que el consenso, la
representación y la política son abandonados alegremente a favor
de la telepresencia y las falacias de la ubicuidad”.
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