La adopción.
Maternidad natural y maternidad adoptiva, por Mario Coppolillo.
Décima parte
La
madre adoptiva carece de la posibilidad de embarazarse, su única
posibilidad es la renuncia de otra que si pudo, pero no quiso
prohijar y abandonó. Esto nos podría llevar a revisar el
concepto de "madre" que nos impone nuestra cultura por
medio de la ideología.
El
origen biológico de la maternidad no es suficiente como para
definirlo, ya que, hay madres que abandonan a sus hijos y sin
embargo siguen llamándose madres. Desde el punto de vista biológico
madre es la que concibe, la que da a luz, pero el concepto de
"madre",, ¿sólo incluye el concebir, el dar a luz?, ¿allí
terminaría la función de la madre?.Vivimos en un medio que es
cultural y la madre es quien prohija, quien cuida y asegura la
continuidad de la prole, su cuidado y su reserva que segura la
continuidad y el perfeccionamiento de la especie mediante la
crianza y la educación y que en conjunto con el padre lleva
adelante el proceso de socialización, es la trasmisora de las
pautas culturales de una sociedad determinada, también trasmite
saber y adaptación. De modo que el concepto "madre" no
contiene solo el acto de parir. En el caso de las demás
funciones, en la adopción, quedarían en manos de la madre
adoptiva. La maternidad es testimonio de los sentidos, el
embarazo, el vientre, legitima al hijo, decimos que los hijos
naturales son legítimos, es frecuente que los adoptantes digan
que quieren tanto al hijo como si lo hubiesen tenido ellos mismos,
pero muchos de ellos debido a la inexistencia de este proceso biológico
del embarazo no pueden asumir a pleno sus funciones de padres,
como producto de una ideología que considera a los adoptantes
como padres de otra categoría diferente. La inexistencia del
proceso biológico de la parición determina una "especie de
vacío" por lo que los adoptantes encontrarían dificultades
para elaborar satisfactoriamente sus identidades con respecto al
hijo, carecen del testimonio que aporta el embarazo, el
hijo aparece de repente, sin proceso de mediación biológico,
como si hubiese habido una apropiación, no hay lugar de origen
visible. A partir de estas reflexiones entenderemos mejor el
problema y sacar algunas conclusiones al respecto.
Las
madres adoptivas experimentan la crianza y educación de los hijos
de una manera "extraña", ajena a la gestación
dentro del cuerpo propio, pese a que en ciertos casos nos
encontramos con algunas anomalías en la relación con el hijo,
debido a este mismo extrañamiento, en otro podemos encontrar
excelentes relaciones y comportamientos perfectamente
estructurados como para promover en el niño un desarrollo
emocional que no difiere en absoluto de la maternidad natural, hay
que ver que también nos encontramos en muchísimos casos con
adopciones exitosas y entonces si establecer un criterio ajustado
a la realidad, tenemos extraordinarios casos de adopción y esto
es innegable
La
mujer que engendra un hijo ingresa en una etapa de su vida en la
que se producen complejas y profundas emociones que quedarán
profunda e intensamente grabadas en su historia, fantasías y
deseos en torno de ese hijo que está gestando, y, lo más
importante las fantasías, deseos y argumentaciones fantasmáticas
que tendrán lugar tanto en su vida consciente como inconsciente.
La mujer que no ha gestado no llega a vivir estos procesos que
marcan tan a fondo su maternidad, condicionan y hasta llegan a
cambiar significativamente su existencia, la ausencia del proceso
de gestación determina la inexistencia de estas vivencias,
incluso también condiciona las vivencias de su compañero que no
vive el proceso de gestación de su mujer, es la pareja la que no
es capaz de engendrar, la problemática no es solo para uno sino
que los abarca a ambos. Se podría suponer que el hecho de la
gestación del hijo durante los nueve meses les daría a ambos la
posibilidad de sentirse más cerca del niño, de comprenderlo más
profundamente y no vivirlo como un ser extraño. para muchas
mujeres fértiles la imposibilidad de gestar se debe a causas
psicológicas, representaciones y fantasías muy temidas con
respecto al embarazo y al parto, procesos mal explicados en
la infancia y temores no esclarecidos que permanecen irresueltos
en lo inconsciente y que se ponen de manifiesto cuando se concreta
la unión matrimonial.. Siguiendo estos supuestos, los datos clínicos
con los que contamos y las innumerables afirmaciones de padres
adoptantes nos explicarían muchos casos de infertilidad. Pero en
materia de psicología no existen las recetas y no podemos caer en
generalizaciones, de lo contrario no encontraríamos tan
abundantes casos de adopciones exitosas y tantas madres adoptantes
que llegan a ser excelentes nodrizas y muy buenas educadoras que
pueden prohijar con profunda vocación maternal a sus hijos.
Las
preocupaciones de los adoptantes en cuanto a la comprensión y
entendimiento del hijo adoptivo, se hallarían, al parecer más
relacionado con la inexistencia de la concepción, más
concretamente con una hiperidealización de los procesos biológicos
que imprime en los individuos la misma ideología imperante con
respecto a la maternidad y la paternidad. Algunas parejas
adoptantes argumentan que no saben entender al hijo porque no lo
han gestado, aunque la experiencia, no siempre apoya esta
creencia, en este punto hay que investigar otros factores que no
se encuentran ligados al proceso biológico de la gestación. Sin
embargo, la madre biológica no fue capaz de comprenderlo, de
hecho, lo ha abandonado, lo que equivaldría a decir, que, la
posibilidad de haberlo gestado no la coloca en una situación de
ventaja con respecto a la adoptiva. Estas reflexiones nos obligan
a pensar la cuestión de la adopción en términos diferentes a
los que utilizamos hasta el momento. Si existen padres biológicos
incapaces de prohijar a su prole, si hay padres adoptantes que si
son capaces de prohijar y dar respuesta al hijo abandonado la
maternidad natural se puede poner en entredicho, el concepto puede
ser cuestionado y discutido con pruebas y argumento contundentes,
las funciones maternales y paternales se trasladan de unos a
otros. Podríamos pensar que en toda mujer existe un registro
natural, consciente o inconsciente de las necesidades del niño, y
a partir de aquí se podría estimular a toda madre adoptante a
desarrollar sus tendencias maternales y lo mismo al padre a
ejercer funciones que en algún momento de la infancia fueron
inscritas en sus engramas emocionales, esto puede verse claramente
en los juegos infantiles cuando la actividad lúdica de los niños
se centra en los roles de padre y madre con los muñecos y las
pequeñas mascotas domésticas, se juega a que se es la madre o a
que se es el padre. Cuando observamos a las niñas pequeñas nos
damos cuenta que las tendencias protectoras maternales se ponen
tempranamente de manifiesto. Desde muy temprano la niña se
identifica con su madre e interpreta en los juegos los
mismos roles que ejerce su propia madre para con ella, también en
los varones en relación al padre, nos basta con observar y
aplicar las teorías infantiles correctamente junto a los datos de
la experiencia observable. En la niña, los juegos con muñecas
son el claro ejemplo de que un instinto maternal está activo, en
curso, y responde a una clara identificación con la madre
protectora y nutriz. Entonces no todos los padres biológicos se
encuentran en condiciones de prohijar ofreciendo a sus hijos las
condiciones necesarias para su desarrollo emocional y social. Pese
a todo, muchos padres adoptantes tienen la secreta sospecha
de que, aunque el adoptado encuentre en ellos una fuente de amor y
protección, siempre hubiese sido mejor que el niño hubiese
permanecido con su madre biológica. Esta ambivalencia, que
mencionamos como un hecho real de la problemática de los
adoptantes debemos atribuirlo más a lo que nos imprime nuestra
cultura y la ideología que la sustenta. La tarea educativa y el
cuestionamiento permanente puede ir sustituyendo estos valores y
creencias, ya que en gran medida y más en estas cuestiones de lo
que se trata es de un problema de creencias, falsas e impuestas
por ciertas ideologías, que, solo ayudan a malograr la vida
social de los individuos. Hemos asumido el hecho de que solo se es
buen padre o buena madre cuando el hijo pertenece a la propia
sangre. Deberíamos preguntarnos los padres biológicos le dieron
la vida, sin embargo lo abandonaron, los adoptivos lo prohijaron y
le enseñaron a vivirla, ¿Quienes son sus padres?...
Cuando
sostengo que el hecho adoptivo hay que pensarlo haciendo abstracción
de los viejos y confusionantes conceptos de madre y padre me
refiero a dejar de lado una superestructura conceptual que no nos
permite abordar los nuevos fenómenos sociales que se nos
presentan, me refiero a la necesidad de asumir nuevos roles cuando
se tiene un niño a cargo cualquiera sea su procedencia y a
pensarlo desde una perspectiva absolutamente diferente, de lo
contrario seguiremos creyendo y sintiendo que solo el hijo propio,
el biológico debe ser tratado, querido y hasta deseado como el
hijo verdadero, se puede admitir muy bien desde esta ideología
que el amor materno sería una cruda expresión más del
sentimiento de propiedad privada, vemos con lamentable frecuencia
que una mujer o un hombre pueden cuidar a su hijo de cualquier
peligro, pero no al niño que se encuentra en la calle sin familia
y sin hogar, frente a este hecho la insensibilidad nos asombra.
Gravísimo error que vemos repetirse de una generación a otra.
Solo hay que cuidar y amar al hijo que es producto de la propia
fecundación, al hijo de sangre, olvidando que existe una
equiparación, pero no es asumida emocionalmente, no termina de
arraigarse, y esto constituye una clara cuestión ideológica que
debe alcanzar también a la educación. Al no ser el producto del
propio cuerpo, de la propia fecundación de dos sujetos unidos
legalmente, en matrimonio, conforme a los preceptos establecidos
por la sociedad el hijo adoptivo no llega a instalarse en ese
lugar de legitimidad que le otorga la equiparación. Si la
verdadera vocación maternal fuera un instinto que opera en las
mujeres para constituirse como buenas madres, también podríamos
sostener que el abandono y el desinterés por el hijo se debería
también a una tendencia instintiva opuesta a la anterior. Si, en
efecto, la mujer al igual que el hombre se encuentra sometida
constitutivamente a una dualidad de los instintos, la ambivalencia
de los sentimientos, como expuso Freud extraordinariamente al
revelar la naturaleza humana y al poner de manifiesto, en su
valiosa empresa de develar lo humano, el par antitético
constitutivo que lleva en sí toda criatura humana,"pulsión
de vida" y "pulsión de muerte".
Dada
la importancia de este punto al que llegamos y por lo que descubre
acerca de la naturaleza humana, tomaré un fragmento del texto de
Freud con la finalidad de ilustrar mejor el sentido de lo que
acabo de exponer. Se trata del texto El "Yo y el
"Ello" y es de l923. (1).Dice Freud:
"En
nuestro estudio Más allá del principio del placer desarrollamos
una teoría, que sostendremos y continuaremos en el presente
trabajo. La tesis dice que es necesario distinguir dos clases de
instintos, una de las cuales, el instinto sexual, o el Eros, era
la más visible y accesible al conocimiento, e integraba no sólo
el instinto sexual propiamente dicho, no coartado, sino también
los impulsos instintivos coartados en su fin y sublimados
derivados de él, y el instinto de conservación, que hemos de
adscribir al yo, y que opusimos justificadamente, al principio de
la labor psicoanalítica, a los instintos objetivos sexuales. La
determinación de la segunda clase de instintos nos opuso grandes
dificultades, pero acabamos por hallar en el sadismo su
representante. Basándonos en reflexiones teóricas, apoyadas en
la biología, supusimos la existencia de un instinto de muerte,
cuya misión es hacer retornar todo lo orgánico animado al estado
inanimado, en contraposición al Eros, cuyo fin es complicar la
vida y conservarla así, por medio de una síntesis cada vez más
ampliada de la sustancia viva, dividida en particular. Ambos
instintos se conducen de una forma estrictamente conservadora,
tendiendo a la reconstitución de un estado perturbado por la génesis
de la vida; génesis que sería la causa, tanto de la continuación
de la vida como de la tendencia a la muerte. A su vez, la vida sería
un combate y una transacción entre ambas tendencias. La cuestión
del origen de la vida sería pues, de naturaleza cosmológica, y
la referente al objeto y fin de la vida recibiría una respuesta
dualista.
A
cada una de estas dos clases de instintos se hallaría subordinado
un proceso fisiológico especial (creación y destrucción), y en
cada fragmento de sustancia viva actuarían, si bien en proporción
distinta, instintos de las dos clases, debiendo así existir una
sustancia que constituiría la representación principal del Eros.
No
nos es posible determinar todavía de qué manera se
enlazan, mezclan y alían entre sí tales instintos; pero es
indudable que su combinación es un hecho regular. A consecuencia
del enlace de los organismos unicelulares con seres vivos
policelulares, se habría conseguido neutralizar el instinto de
muerte de la célula aislada y derivar los impulsos destructores
hacia el exterior, por medio de un órgano especial. Este órgano
sería el sistema muscular, y el instinto de muerte se manifestaría
entonces, aunque sólo fragmentariamente, como instinto de
destrucción orientado hacia el mundo exterior y hacia otros seres
animados.
Una
vez admitida la mezcla de instintos de ambas clases, surge la
posibilidad de una disociación más o menos completa de los
mismos. En el componente sádico del instinto sexual tendríamos
un ejemplo clásico de una mezcla adecuada de instintos, y en el
sadismo devenido independiente como perversión, el prototipo de
una disociación, aunque no llevada a su último extremo. Se
ofrecen después a nuestra observación numerosos hechos no
examinados aún a esta luz. Reconocemos que el instinto de
destrucción entra regularmente al servicio del Eros para los
fines de descargo, y nos damos cuenta de que entre los resultados
de algunas neurosis de carácter grave, por ejemplo, las neurosis
obsesivas, merecen un estudio especial de disociación de los
instintos y la aparición del instinto de muerte. Sospechamos, por
último, que el ataque epiléptico es un producto y un signo de
una disociación de los instintos. Generalizando, rápidamente
supondremos que la esencia de una regresión de la libido (por
ejemplo, desde la fase genital a la sádico-anal) está
integrada por una disociación de los instintos, inversamente el
progreso desde una fase primitiva hasta la fase genital
definitiva tendría por condición una agregación de componentes
eróticos. Surge aquí la cuestión de si la ambivalencia
regular, que con tanta frecuencia hallamos intensificada en la
predisposición constitucional a la neurosis, puede o no ser
considerada como el resultado de una disociación; pero en caso
afirmativo, se trataría de una disociación tan primitiva que
habríamos de considerarla más bien como una mezcla imperfecta de
instintos"..."La antítesis de las dos clases de
instintos puede ser sustituida por la polarización del amor y el
odio. No nos es difícil hallar representantes del Eros. En cambio
como representante del instinto de muerte, difícilmente
concebible, sólo podemos indicar el instinto de destrucción, al
cual muestra el odio su camino. Ahora bien, la observación clínica
nos muestra no sólo que el odio es el compañero inesperado y
constante del amor (ambivalencia), y muchas veces su precursor en
relaciones humanas, sino también que, bajo muy diferentes
condiciones, puede transformarse en amor, y éste, en odio. Si
esta transformación es algo más que una simple sucesión
temporal, faltará toda base para establecer una diferenciación
tan fundamental como la de los instintos eróticos e instintos de
muerte, diferenciación que supone la existencia de procesos
fisiológicos de curso opuesto"...
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