La
estructura tradicional implícita en todo texto, y dimensión
fundamental en el debate actual, supone un "emisor"
(autor), un "mensaje" (texto) y un "receptor"
(lector). En la estructura de la modernidad el énfasis recaía en
el intento de proyectar el significado como exterioridad, como un
proceso mecánico cosificado en un
"emisor-mensaje-receptor". O sea, se equiparaba el acto
de comunicación con el de causa-efecto de las producciones
humanas. De ahí que se hablara de un:
A)
"emisor" en el sentido de una máquina que
codifica un sistema de signos (pensemos en cómo funciona el teléfono);
B)
de un "receptor" en el sentido igualmente de la
máquina al otro extremo que recibe la información y reproduce
(decodifica) de nuevo exactamente el mensaje emitido;
C)
de la idea de un "mensaje", es decir, de una
decodificación unívoca que hace coincidir al
"emisor" en el "receptor".
Sin
duda este es el esquema depositario (mecánico) que podemos
observar en la "comunicación" entre las producciones
humanas (el teléfono, la televisión, las computadoras, son
buenos ejemplos de dicha precisión: recreación exacta del
mensaje emitido en el receptor). Pero esta transmisión de
información (o comunicación en un sentido metafórico), lo es sólo
en el plano lineal de la comunicación depositaria que fija un
proceso siempre repetitivo y reproducible (la pronunciación, por
ejemplo, de la palabra “guiño” según la codificación del
idioma español). Esta terminología mecanicista servía en el
discurso de la modernidad para representar un complejo cultural
basado en la palabra impresa, el poder de la autoridad (el autor,
el mensaje), en el mantenimiento, en fin, de una estructura de
poder de tradición milenaria (la producción impresa se inicia en
el siglo XV, pero sólo en el siglo XIX se acepta entregar el
poder de la lectura a las masas a través de la educación pública).
La educación pública inicia, a su vez, la salida del “genio de
la botella”, y el auge de los medios de comunicación a mediados
del siglo XX, trae consigo el ineludible cuestionamiento de esas
bases de poder: el signo, símbolo y fundamento del poder, entra
en crisis. El paradigma de la modernidad, centrado en la autoridad
del autor y en la univocidad del mensaje, se empieza a cuestionar.
Surge así el discurso de la posmodernidad (duda sobre las
estructuras de la modernidad). El nuevo discurso se va a centrar
en el “mensaje”, que se erige ahora como arma de combate. Se
empiezan a ver los signos como representaciones simbólicas, como
contextos metafóricos que en última instancia se actualizan
independientes del autor, capaces, en el tiempo, de infinitas
posibles contextualizaciones y, por tanto, incapaces en última
instancia de llegar a significar.
Esta
posición, en definitiva “anarquista”, del discurso de la
posmodernidad va a ser confrontada desde un discurso de la
comunicación: un discurso antrópico. De nuevo se inicia un
cambio (una re-visión) de paradigmas. Si el “mensaje” es
inestable, como demuestra el pensamiento de la posmodernidad, pero
al mismo tiempo la comunicación es posible, como revela nuestra
experiencia cuotidiana, se hace necesario prestar ahora atención
a la fase final de la comunicación: al receptor. Pero antes es
necesario problematizar, cuestionar el esquema
“emisor-mensaje-receptor” desde dos dimensiones fundamentales:
a) la estructura mecanicista que implica y b) el centro desde el
cual adquiere sentido la relación. El primer aspecto nos parece
ahora obvio. El referente en cualquier acto de comunicación no
puede ser “el proceso mecánico” sino “el ser humano” en
el acto de comunicarse. Una simple transformación en los términos
antes anotados nos facilitará comprender la dimensión del
cambio. En el discurso de la modernidad el proceso era
unidireccional y unívoco:
emisor
→ mensaje
→ receptor
En
el discurso antrópico el referente es el ser humano y el proceso
es multidireccional:
autor
↔ texto
↔ lector
El
autor contextualiza el acto de comunicación en un texto; es
decir, en un sistema de signos que corresponde a un contexto
social. Ambos, autor y contexto social, se encuentran en una
relación de mutua influencia e inmersos en la historicidad de su
propio devenir. Y si bien siguen procesos semejantes, nunca llegan
enteramente a coincidir. El producto de este intento de comunicación
es un texto (sistema de signos inserto, como dijimos, en su propia
historicidad). La comunicación, sin embargo, sólo se efectúa en
el lector (incluso en la lectura que el propio autor pueda hacer
de su obra).
Visto
de este modo el proceso, podemos afirmar que el texto en sí no
significa. El significado reside en el lector y en la apropiación
que éste haga del texto. De ahí el cambio de paradigma; la
perspectiva se traslada ahora al lector. No se trata de un texto
con múltiples significados, sino de un lector (o múltiples
lectores) que se apropian del texto desde múltiples contextos. En
otras palabras, la modernidad se articulaba a través de un centro
fijo que daba lugar a la estructura “emisor → mensaje
→ receptor” con un sentido unívoco. La posmodernidad
descubre la naturaleza historicista del “mensaje” y rechaza la
estructura de la modernidad que permitía (imponía) el sentido unívoco,
pero su énfasis en el “mensaje” desconoce el referente humano
y se inhibe impotente de significar. El discurso antrópico,
discurso de la comunicación (discurso dialógico), regresa al
referente humano. Ahora bien, el lector sólo se concibe desde el
proceso dinámico de su contextualización, y como núcleo de
constante re-codificación de su propia contextualización. Detengámonos
un momento es esta afirmación que es fundamental para comprender
después el significado del hipertexto. Hagámoslo también a través
de un concepto concreto y de la aplicación ulterior de dicho
concepto a una situación también concreta que lo ejemplifique y
le otorgue validez. Veamos la posición de los tres discursos ante
la “otredad” y la llegada de Colón a América en 1492:
a)
Discurso de la modernidad:
mi centro como universal.
La
modernidad se ordena a través de un centro incuestionable, que se
erige en paradigma de todo acto de significar y que se proyecta en
imposición logocentrista: la verdad como algo transferible. El
error y la verdad en el discurso de la modernidad son algo
tangible e independiente del sujeto conocedor, o sea indiferentes
a su contextualización. Desde el discurso de la modernidad, la
“otredad” era juzgada desde mi contextualización y en función
a mi contextualización. Por ello se habla de la llegada de Colón
a América como“descubrimiento”; es decir, el centro europeo
como único portador de significado.
b)
Discurso de la posmodernidad:
deconstrucción de todo centro como foco unívoco de significado,
con lo que se pospone su definición
La
posmodernidad es la duda de la modernidad, es la perplejidad ante
el descubrimiento de lo fatuo y quimérico de creer en la
existencia de un centro unívoco que se proyecte como referente de
toda significación. Desde el discurso de la posmodernidad se
reconoce el derecho de la “otredad” a su propio discurso, pero
ambos discursos se erigen independientes. Así, entre los muchos
discursos posibles, se habla de la conquista de América, de la
destrucción de América, del descubrimiento de América, etc., o
se opta por usar el término más neutro de “el encuentro con América”.
c)
Discurso antrópico:
definición en la
transformación.
La antropocidad implica una abstracción del concepto de
“centro” que aporta la modernidad (de todo centro como punto
fijo y unívoco), para colocar en primer plano la historicidad de
la“estructura” misma. El centro antrópico es un centro dinámico,
un centro sujeto a la continua transformación. Es un centro que sólo
se concibe en el proceso dinámico de su contextualización y como
núcleo de codificación de dicha contextualización. En el
discurso antrópico, la “otredad” pasa a ser un punto más en
la contextualización de mi discurso y, como tal, esencial en el
momento de pronunciarme: el discurso antrópico asume la
“otredad” como paso previo al acto de significar. El texto en
este caso, la llegada de Colón a América en 1492, se leerá como
descubrimiento desde una perspectiva europea; como conquista desde
la perspectiva de la Colonia; como saqueo y destrucción desde la
perspectiva de los pueblos precolombinos. Es decir, el
“hipertexto” de este texto incluiría todas esas perspectivas
como complementarias, pues el concepto de “descubrimiento”,
legítimo desde la perspectiva española, no se comprenderá en su
amplio significado si no se considera que fue también
“conquista” y “destrucción”.
© José Luis Gómez-Martínez
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