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  ARTÍCULOS: ARCHIVO

 

Hacia un nuevo paradigma:


El hipertexto como faceta sociocultural de la tecnología

 

Autor-texto-lector


por José Luis Gómez-Martínez

 


 

La estructura tradicional implícita en todo texto, y dimensión fundamental en el debate actual, supone un "emisor" (autor), un "mensaje" (texto) y un "receptor" (lector). En la estructura de la modernidad el énfasis recaía en el intento de proyectar el significado como exterioridad, como un proceso mecánico cosificado en un "emisor-mensaje-receptor". O sea, se equiparaba el acto de comunicación con el de causa-efecto de las producciones humanas. De ahí que se hablara de un:

A)      "emisor" en el sentido de una máquina que codifica un sistema de signos (pensemos en cómo funciona el teléfono);

B)      de un "receptor" en el sentido igualmente de la máquina al otro extremo que recibe la información y reproduce (decodifica) de nuevo exactamente el mensaje emitido;

C)      de la idea de un "mensaje", es decir, de una decodificación unívoca que hace coincidir al "emisor" en el "receptor".

Sin duda este es el esquema depositario (mecánico) que podemos observar en la "comunicación" entre las producciones humanas (el teléfono, la televisión, las computadoras, son buenos ejemplos de dicha precisión: recreación exacta del mensaje emitido en el receptor). Pero esta transmisión de información (o comunicación en un sentido metafórico), lo es sólo en el plano lineal de la comunicación depositaria que fija un proceso siempre repetitivo y reproducible (la pronunciación, por ejemplo, de la palabra “guiño” según la codificación del idioma español). Esta terminología mecanicista servía en el discurso de la modernidad para representar un complejo cultural basado en la palabra impresa, el poder de la autoridad (el autor, el mensaje), en el mantenimiento, en fin, de una estructura de poder de tradición milenaria (la producción impresa se inicia en el siglo XV, pero sólo en el siglo XIX se acepta entregar el poder de la lectura a las masas a través de la educación pública). La educación pública inicia, a su vez, la salida del “genio de la botella”, y el auge de los medios de comunicación a mediados del siglo XX, trae consigo el ineludible cuestionamiento de esas bases de poder: el signo, símbolo y fundamento del poder, entra en crisis. El paradigma de la modernidad, centrado en la autoridad del autor y en la univocidad del mensaje, se empieza a cuestionar. Surge así el discurso de la posmodernidad (duda sobre las estructuras de la modernidad). El nuevo discurso se va a centrar en el “mensaje”, que se erige ahora como arma de combate. Se empiezan a ver los signos como representaciones simbólicas, como contextos metafóricos que en última instancia se actualizan independientes del autor, capaces, en el tiempo, de infinitas posibles contextualizaciones y, por tanto, incapaces en última instancia de llegar a significar.

Esta posición, en definitiva “anarquista”, del discurso de la posmodernidad va a ser confrontada desde un discurso de la comunicación: un discurso antrópico. De nuevo se inicia un cambio (una re-visión) de paradigmas. Si el “mensaje” es inestable, como demuestra el pensamiento de la posmodernidad, pero al mismo tiempo la comunicación es posible, como revela nuestra experiencia cuotidiana, se hace necesario prestar ahora atención a la fase final de la comunicación: al receptor. Pero antes es necesario problematizar, cuestionar el esquema “emisor-mensaje-receptor” desde dos dimensiones fundamentales: a) la estructura mecanicista que implica y b) el centro desde el cual adquiere sentido la relación. El primer aspecto nos parece ahora obvio. El referente en cualquier acto de comunicación no puede ser “el proceso mecánico” sino “el ser humano” en el acto de comunicarse. Una simple transformación en los términos antes anotados nos facilitará comprender la dimensión del cambio. En el discurso de la modernidad el proceso era unidireccional y unívoco:

emisor    mensaje    receptor

En el discurso antrópico el referente es el ser humano y el proceso es multidireccional:

autor    texto    lector

El autor contextualiza el acto de comunicación en un texto; es decir, en un sistema de signos que corresponde a un contexto social. Ambos, autor y contexto social, se encuentran en una relación de mutua influencia e inmersos en la historicidad de su propio devenir. Y si bien siguen procesos semejantes, nunca llegan enteramente a coincidir. El producto de este intento de comunicación es un texto (sistema de signos inserto, como dijimos, en su propia historicidad). La comunicación, sin embargo, sólo se efectúa en el lector (incluso en la lectura que el propio autor pueda hacer de su obra).

Visto de este modo el proceso, podemos afirmar que el texto en sí no significa. El significado reside en el lector y en la apropiación que éste haga del texto. De ahí el cambio de paradigma; la perspectiva se traslada ahora al lector. No se trata de un texto con múltiples significados, sino de un lector (o múltiples lectores) que se apropian del texto desde múltiples contextos. En otras palabras, la modernidad se articulaba a través de un centro fijo que daba lugar a la estructura “emisor → mensaje → receptor” con un sentido unívoco. La posmodernidad descubre la naturaleza historicista del “mensaje” y rechaza la estructura de la modernidad que permitía (imponía) el sentido unívoco, pero su énfasis en el “mensaje” desconoce el referente humano y se inhibe impotente de significar. El discurso antrópico, discurso de la comunicación (discurso dialógico), regresa al referente humano. Ahora bien, el lector sólo se concibe desde el proceso dinámico de su contextualización, y como núcleo de constante re-codificación de su propia contextualización. Detengámonos un momento es esta afirmación que es fundamental para comprender después el significado del hipertexto. Hagámoslo también a través de un concepto concreto y de la aplicación ulterior de dicho concepto a una situación también concreta que lo ejemplifique y le otorgue validez. Veamos la posición de los tres discursos ante la “otredad” y la llegada de Colón a América en 1492:

a) Discurso de la modernidad: mi centro como universal.
La modernidad se ordena a través de un centro incuestionable, que se erige en paradigma de todo acto de significar y que se proyecta en imposición logocentrista: la verdad como algo transferible. El error y la verdad en el discurso de la modernidad son algo tangible e independiente del sujeto conocedor, o sea indiferentes a su contextualización. Desde el discurso de la modernidad, la “otredad” era juzgada desde mi contextualización y en función a mi contextualización. Por ello se habla de la llegada de Colón a América como“descubrimiento”; es decir, el centro europeo como único portador de significado.

b) Discurso de la posmodernidad: deconstrucción de todo centro como foco unívoco de significado, con lo que se pospone su definición
La posmodernidad es la duda de la modernidad, es la perplejidad ante el descubrimiento de lo fatuo y quimérico de creer en la existencia de un centro unívoco que se proyecte como referente de toda significación. Desde el discurso de la posmodernidad se reconoce el derecho de la “otredad” a su propio discurso, pero ambos discursos se erigen independientes. Así, entre los muchos discursos posibles, se habla de la conquista de América, de la destrucción de América, del descubrimiento de América, etc., o se opta por usar el término más neutro de “el encuentro con América”.

c) Discurso antrópico: definición en la transformación.
La antropocidad implica una abstracción del concepto de “centro” que aporta la modernidad (de todo centro como punto fijo y unívoco), para colocar en primer plano la historicidad de la“estructura” misma. El centro antrópico es un centro dinámico, un centro sujeto a la continua transformación. Es un centro que sólo se concibe en el proceso dinámico de su contextualización y como núcleo de codificación de dicha contextualización. En el discurso antrópico, la “otredad” pasa a ser un punto más en la contextualización de mi discurso y, como tal, esencial en el momento de pronunciarme: el discurso antrópico asume la “otredad” como paso previo al acto de significar. El texto en este caso, la llegada de Colón a América en 1492, se leerá como descubrimiento desde una perspectiva europea; como conquista desde la perspectiva de la Colonia; como saqueo y destrucción desde la perspectiva de los pueblos precolombinos. Es decir, el “hipertexto” de este texto incluiría todas esas perspectivas como complementarias, pues el concepto de “descubrimiento”, legítimo desde la perspectiva española, no se comprenderá en su amplio significado si no se considera que fue también “conquista” y “destrucción”.

© José Luis Gómez-Martínez

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