Aurelio
Diez
Cuento
por Mónica Sacco
La
noticia se les atragantó a todos, consiguiendo el dudoso milagro
de hacerles callar la boca durante
la eternidad de un minuto. Garfagnoli se quedó parado en el vano
de la puerta, durito, sin respirar, con la misma expresión de
aguantar la sentencia fatal que tendrían los mensajeros a los que
les tocaba en suerte dar las malas noticias al emperador de turno.
Aurelio
Diez... Cómo se habían reído la primera vez que lo habían
escuchado. El nombre real había quedado perdido en algún rincón
del colegio, después que la sabiduría popular estudiantil lo
rebautizara para siempre. Si hasta a más de un regente se le
escapó el “Aurelio” cuando quería decir “Pedrito”, que
era como lo conocían las autoridades del cole.
Aurelio
sabía de todo, pero de todo, ¿eh ? Había corrido todas las
carreras con caballo ganador. Había tenido minas, guita, pinta,
bulín, había bailado tango de salón y de arrabal, aunque nadie
más que él conociera la sutil diferencia. Hablaba el lunfardo
con la calidad y el desparpajo del que lo mamó desde la cuna, y
se tomó el trabajo de enseñárselos a ellos, pobres giles
pelandrunes que de la vida y de la gurda no manyaban nada, así,
en lunfardo.
Los
atrapó cuando les contó que originalmente había sido una jerga
de presidio, casi un código secreto, y ante las ansias de
conocimientos de Guglielminpietro, siempre tan preocupado por
aprender algo nuevo, y de Cagna y Lapaglia, interesadísimos en
todo lo que tuviera que ver con el delito y sus diferentes
facetas, les enseñó lo que sabía, que era mucho. Un día, se
trajo un librito de un tal Carlos de la Púa,
amarillo y oloroso con aroma a viejo, lleno de poesía
extraña y varonil, y de términos que en su vida habían
escuchado : casimba, camambuses, grela, esquenún, shofica,
cotorro.
-
¿Cotorro?- gritó Lapaglia guarangamente - ¿Quién es, el marido
de la cotorra? - e hizo señas obscenas con las cejas.
-
¡No seas animal! - y lo llenaron de coscorrones.
A
veces, Aurelio les contaba alguna anécdota de esa noche porteña
que ya no existía más, en la que se había codeado con los
“jailaife”. ¿Con los qué ?, saltó Barticiotto,
que se barruntó que allí agazapado había algo de inglés. El
Barti había desarrollado un olfato de sabueso para detectar
terminología anglosajona, basado principalmente en su supina
ignorancia de la lengua de Shaque-espeare y Bacón (así,
pronunciados en castiza lengua castellana y a la mierda con la de
inglés, que los echamos a patadas en el culo en las Invasiones,
ja, se enorgullecía Barti y justificaba sus malas notas ante el
padre, que no justificaba nada y lo cagaba consecuentemente a
patadas) .
-
Jailaife, pibe - sonrió de cotè Aurelio, - gente de bute,...-
Barti lo miró sospechando que eso último
no era inglés - ... niños bien.-
-
Aaah... - Barti abrió la boca y la dejó así durante un rato,
absorbiendo ávidamente los conocimientos.
Aurelio
se sabía de memoria todas las formaciones de todos los equipos de
las décadas gloriosas del fulbo. A veces lo probaban preguntándole
en dónde había jugado algún crack imaginario, pero Aurelio
siempre estaba en guardia y los “fregaba”, como le gustaba
decir.
Hasta
Compagnucci, que hacía gala de escepticismo de pendejo avivado y
con tíos jodones de alto vuelo, le había cobrado respeto a
Aurelio porque presentía que las aventuras que contaba no eran
verso.
-
Quilombos eran los de antes, pibe - le palmeaba la cabeza Aurelio,
cuando Compagnucci se envanecía de las correrías a los que sus tíos
lo invitaban, y ahí mismo les soltaba “una de verdad, no de
convoy”.
-
¿De “convoy” ? - atento el Barti.
-
De convoy, de pistoleros, de tiros - Aurelio se encogía de
hombros con el faso prendido de la comisura.
-
Ah, de cowboys ... - alardeaba Barti, con la única palabra de la
lengua inglesa que reconocía y se esforzaba en pronunciar, nada más
que porque las de cowboys le gustaban.
El
crack de la división, Cagna, aprendió en un mes más historia
del fútbol con Aurelio que lo que aprendería durante el resto de
su vida. Allí, en medio del relato de un antológico gol de
chilena, surgió por primera vez la frase.
-
¿Quéee ?- se lo quedaron mirando mientras se reían a
carcajadas.
- ¿Cómo
qué ? - casi se ofuscó Aurelio.
-
¿Qué dijiste, Pedrito ?- se despatarraron de la risa.
-
AU-RELIO-DIEZ - deletreó lleno de orgullo.
-¿Y
quién es Aurelio Diez, otro crack ?- preguntó Lapaglia.
Les
echo una ojeada sobradora.
-
Miren que son poligriyos, ustedes. Un “crá”. Qué manga de
giles de lechería que son... ¿Adónde aprendieron a jugar
al fulbo ? ¿No saben que el fulbo es inglés, y que al
principio todo se decía en inglés ? Centrojás, guin,
centrofoguar, fulbá -
y siguió enumerando posiciones imposibles de pronunciar o de
jugar - y el "coach", antes de entrar a la cancha les
preguntaba y todos
gritaban.- y se encogió de hombros.
-
Pedrito, qué les preguntaban ?- insistió Cagna, todos sus
dedos largos y delgados hechos un ramillete interrogador.
- ¡Eso,
pelandrún : ¿ Aurelio ? ¡ Diez ! - se ofendió.
Se
lo quedaron mirando y no se animaron a preguntar más, para no
pasar por demasiado boludos, pero la frase les daba vueltas y más
vueltas.
Finalmente
fue el Gugli el que desentrañó el misterio, gracias a sus
amplios conocimientos de idiomas. Llegó airoso a Taller, con la
sonrisita canchera del que averiguó algo que los demás no saben.
-
¿Y ? - cabeceó Compagnucci.
-
Ya está, boludo.-
Los
demás, las orejas siempre paradas para no perderse nada, saltaron
enseguida.
- ¿Qué ?
- Compagnucci sacudió la cabeza mientras separaba las manos.
-
Ni te lo imaginás...-
-
¡ Dale, forro, qué te hacés el misterioso ! ¡Cortala,
boludo, largá ! - y otras intimaciones de diverso calibre.
El Gugli se sacó el mechoncito rebelde de la cara, se acodó
sobre el banco de carpintería y sonrió con sonrisa de publicidad
de dentífrico.
- All
ready ? Yes !
-
Se
quedaron callados, se miraron entre ellos con cara de que qué le
pasa al boludo este, y por fin el Garfa preguntó de nuevo.
-
¿Y ? -
- ¿Y,
qué ? - los relojeó incrédulo el Gugli.
-
¡ Y qué quiere decir, nabo ! - aullaron enfurecidos.
- ¿Me
están cargando ? -
-
¡No, boludo ! ¿No nos dijiste que estuviéramos listos ?
- protestó Lapaglia -
Y bueno, dale, largá ! -
Lo
que Gugli largó fue la carcajada. Casi lo cagan a trompadas.
-¡
Paren, che , había entendido mal ! - se los sacó de
encima - Eso quiere decir AURELIO DIEZ : AURELIO : All
ready ? DIEZ :
Yes ! ¿No se
dan cuenta ? “ TODOS LISTOS ? ¡SI !” pero en
inglés.-
La
toma de conciencia fue seguida de la tormenta de epítetos. Fue la
ceremonia de bautismo del ayudante de bedelía, desde entonces y
para todos nunca más Pedrito sino, cariñosamente, Aurelio Diez.
El
apodo se convirtió en el grito de guerra de la división en los
torneos intercolegiales, y al alarido de AURELIODIEZ atacaban sin
compasión el arco enemigo. El original, mientras tanto, se
enorgullecía de sus purretes
goleadores y no paraba de enseñarle estrategias pasadas de
moda a Cagna, a quien ni se le cruzaba por la cabeza insinuar que
ya no se jugaba así al fúbol.
Aurelio
Diez el jailaife, el taura, el rompedor de la noche, el bailarín,
el burrero, el amigo entrañable, un cachito menos que un padre y
un montón más que un hermano mayor o un tío piola y canchero.
En
medio del silencio impresionante que se había posado en el aula,
en medio de la clase de Estática, en medio de la desolación más
grande, Garfagnoli repitió la noticia mientras se le caía un
lagrimón gordo y desvergonzado, que le rodó por los jeans
bombilla hasta las zapatillas negras medio basket. Se murió
Aurelio Diez.
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