"Casi siempre se hallan en nuestras manos los  recursos que pedimos al cielo." 
William Shakespeare

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  ARTÍCULOS: ARCHIVO

 


CUENTO

Noviembre

por Mónica Elisabeth Sacco*


 

Avanzó entre la multitud a fuerza de imponer, nada gentilmente,  sus dos metros de altura por otro tanto de circunferencia.  El público acusó el impacto de su arribo de paquebote a todo vapor con diversos grados de incomodidad que iban desde el simple gruñido hasta auténticos quejidos de dolor y uno que otro traquido de huesos maltratados. Los uniformados, ya habituados y sobre aviso, se limitaron a abrirle paso, prudentes y alineados como  corresponde a las fuerzas del orden. Con cuidado, gordo, aulló un curioso sin saber que arriesgaba la vida con el apelativo, por muy epitético que fuera.

Desde su altura privilegiada, sus ojos muy azules apreciaron la situación de un vistazo. Carajo, no es ella, masculló por lo bajo y dio media vuelta decidida encarando el puente hacia la avenida.

- ¡Capitán ! - jadeó uno de los uniformados

El curioso gritón lo miró sorprendido y una mirada de hielo bastó para acabar con las veleidades de flaco del sujeto.

- ¡Creímos que venía a darnos una mano ! - insistió el hombre, señalando al centro del puente.

Lo miró con odio. La mano te la daría en medio de la jeta, cretino. Volteó apenas la cabeza y concluyó que el pobre sargento tenía razón. No puedo irme así como así. ¡Carajo, pendejita de mierda, qué tiene que estar haciendo ahí en medio del puto puente !

La multitud se cerró detrás de él como un mar de ropas invernales y oscuras. De los murmullos chismosos recogió las distintas versiones del hecho a un mismo tiempo. Mientras las procesaba, su propia secreta investigación le retorcía las entrañas y los testículos : hacía dos días que la buscaba por cielo y tierra. No había dejado agujero sin husmear; más de cuarenta y ocho horas en las que “dormir” era nada más que una palabra en el diccionario. Otro curioso lo miró de arriba abajo y volvió la cabeza con un gesto de asco. Ya sé, tengo mal aspecto y debo oler a establo: lo lamento, hace dos días que no piso mi casa, mucho menos una ducha. La barba le raspó la palma de la mano cuando se frotó la cara para despejarse un poco.

Le dolía la cabeza de modo extenuante de estrujarse las meninges pensando en dónde podría haberse metido la muy condenada y desde esa madrugada, en la que por fin se había resignado a dar parte al escuadrón de buzos para que buscaran, había comenzado a dolerle también el estómago. Trató de paliar el espasmo con comida y lo único que consiguió fue acidez. El café le dio nauseas y se las aguantó nada más que porque estaba en el auto y no quería hacer un estropicio con los tapizados.

- ¡Capitán ! - rogó una voz masculina - ¡No entiende razones ! ¡No podemos bajarla de ahí ! -

Masculló un “ya voy” de mala gana. Dios santo, tengo que ir a buscar en otro puente. ¿Nena, no podías matarte tirándote a las vías del Metro?

Los chillidos de la mocosa hicieron retroceder a todo el mundo. Menos mal, porque entonces la vio: media cabeza por debajo de la media, el tapado gris oscuro al viento, avanzando entre la gente con la seguridad y la tranquilidad que da el oficio.

Uno de los uniformes se acercó a la carrera, belicoso y un gesto de la manita blanca lo congeló y  si él no estuviera tan acostumbrado a ese gesto quizás también habría corrido hasta el centro del puente pero el destello dorado de la placa en esa mano fue inconfundible.

Casi se largó a reir a carcajadas de puro alivio y hubiera besado al que le había gritado “gordo”. En voz baja dio la orden de retroceder y la hizo circular al personal del otro lado del puente. Lentamente y de mala gana por perderse el espectáculo, la marea humana reculó y por fin los uniformes pudieron acordonar los dos accesos.

Mientras tanto, la mujer de gris avanzaba decidida hasta el centro del puente. Tal era su calma que la mocosita trepada al parapeto dejó de chillar y  le prestó atención a esa desconocida.

- ¡No me voy a bajar! - gritó previsora y se acurrucó en la baranda. La multitud histérica acompañó con los correspondientes grititos de ansiedad el gesto.

Rugió un “¡Silencio !” y sacudió los brazos como aspas. Me parece que retroceden por la falta de baño y no por mi autoridad, se descorazonó, pero se recuperó de inmediato. Tengo cosas más importantes en qué pensar.

La mujer ni se dignó siquiera a darle una ojeada a su circunstancial compañera de baranda y comenzó a desvestirse.  Dejó el bolsito gastado sobre el suelo y tiró el abrigo al descuido sobre el parapeto del puente. Como si estuviera haciendo la cosa más natural del mundo, se desprendió la blusa y la pollera y las dejó caídas en el suelo, suaves pétalos de una flor oscura. 

Se quedó con unas enaguas de seda que poco podían hacer por paliar el rigor del invierno;  se quitó los zapatos de taco alto y con cuidado para no romper las medias, se trepó a la baranda y se acomodó, las piernas hacia el lado del río. El viento le arremolinó los cabellos oscuros alrededor de la cara y entonces sacudió la cabeza para despejar la visión.

La mocosa se la quedó mirando con la boca abierta cuando la otra le espetó :

- ¿Qué estás haciendo en “mi” puente ? ¡Fuera ! -

La cría abrió los ojos como platos.

- ¿Su puente ?....-

- ¡Fuera, dije ! ¡Este puente es mío ! ¡Nadie tiene derecho a tirarse desde aquí más que yo ! - y gesticuló ampulosamente con una mano.

- ¡Oiga ! ¡Cómo que el puente es suyo ! - retrucó la chica, a medias indignada.

- ¡Te dije que te buscaras otro puente ! ¿Estás sorda o  lo tuyo es cretinismo liso y llano ? ¡Desde este puente me mato yo y nadie más! -

Durante unos momentos interminables hubo silencio, tanto que podía oírse al río susurrar allí abajo.  El viento agitó los cabellos rojos de la mocosita, que reflejaron el sol pálido.

- ¿Se quiere matar? - la pregunta tímida fue casi inaudible.

- ¿Y qué te importa? - respondió la mujer, seca como un latigazo y sin mirarla.

La chica se encogió en el lugar. La otra miraba hacia adelante, a ninguna parte, respirando profundamente, saboreando el aire como si cada inspiración fuera la última.  Después de una  eternidad hecha de viento, la mujer se volvió hacia la chica, que no le había desprendido los ojos.

- Vengo todos los años, en esta misma fecha. Todos, ¿escuchaste?, desde hace diez años. No falté ni una vez... y no podía. Siempre fallé lastimosamente pero hoy es “el día”. Esta vez lo planeé a la perfección, nadie podrá impedirme que haga lo que vengo a hacer, ¡mucho menos una mocosa estúpida que llora por alguna pavada! -

- ¡Qué sabe Ud. de lo que me pasa ! - se enfurruño la chica, ahora más ocupada en discutir que en suicidarse.

- ¡Bah ! ¿Qué puede pasarte ? A tu edad, yo era feliz. El mundo era mío, tenía todo para hacer y cambiar. No había nada contra lo que yo no pudiera pelear. ¡Hubiera podido hacer una revolución si hubiera querido ! ¡Ja ! Teníamos la vida por delante...-

- Sí, pero a veces no se puede....- balbuceó la otra.

- ¿No poder ? ¿Qué es “no poder” ? ¡A  tu edad se puede todo ! ¡Los que no pueden con nosotros son los demás, los viejos de espíritu, los que no entienden que la sangre corre más rápido por las venas, más caliente, más cargada de ideales que nunca!  - la mujer se apasionó - A tu edad lo más importante que se tiene es la vida misma y las ansias de vida que ella tiene... Mi padre me recitaba: “Tus hijos no son tus hijos/ Son los hijos de las ansias de vida/ que tiene la Vida... “ No me acuerdo del resto. Es de un poeta árabe. - continuó, bajando la voz hasta perderla entre los susurros del viento.

Pasó un buen rato antes de que la pelirroja preguntara tímida :

- ¿Y entonces, por qué viene... al puente ? -

La mujer no la miró.

- Porque perdí todo eso de una sola vez y de un solo golpe, en este mismo puente. No me queda nada, - meneó la cabeza. - Detesto Todos Los Santos, es un día de mierda... ¡y detesto este maldito puente y el río y la plaza del otro lado y los curiosos que se juntan a ver cómo se mata la gente! - miró furibunda a los extremos del puente.

La pelirroja también miró, como si acabara de comprender que tenían público. Hubo otro silencio y la mujer que se quitó un mechón oscuro que le aleteaba alrededor de la cara.

- ¿Qué te pasa ? - la voz ya no era un trallazo sino una invitación - Alguien con ese color de pelo debería estar escapándose de los pretendientes, no subida a la baranda de un puente.-

Dos lágrimas enormes rodaron por la piel de crema.

- ¿Problemas en casa ? - insistió la mujer.

La cabeza pelirroja asintió apenas y una mano pecosa subió a atajar los mocos. Imperceptiblemente la mujer se deslizó hacia la chica hasta quedar a menos de una extensión del brazo de distancia. Se apoyó en una mano, subió la pierna izquierda al parapeto y echó la cabeza hacia atrás. Parecía que estuviera disfrutando de una mañana de sol en el campo.

Hace un frío insoportable, pensó el capitán y se arrebujó en el impermeable maltratado por las circunstancias y la profesión. ¿Cómo aguantará estar sentada ahí ? Ambas mujeres habían bajado demasiado la voz y ya no podía escucharlas, tan sólo verlas gesticular, así que reguló el amplificador.

 -  ¡No sé qué hacer... ! - sollozó la mocosa - ¿Qué va a pasar ahora ? ¡Y él ! - hipó incontenible - ¡Él... ! ¿Cómo le digo a mis viejos ?  ¡No puedo ! -

 La mujer meneó la cabeza y acarició las guedejas rojas mientras una sonrisa fantasmal  le bailaba en los labios.

- Y el puente fue lo mejor que se te ocurrió...-

La otra asintió subiéndose los mocos.

- ¿Se lo dijiste a él ? - otro asentimiento lleno de lágrimas - Bien, él se lo pierde.- apoyó una mano en el vientre de la otra - Ya te lo dije “son las ansias de vida...” -

- “... que tiene la Vida” - sonrió la mocosa por primera vez - Me gusta eso.-

Con el rabillo del ojo vio un impecable sobretodo de pelo de camello pasar a toda velocidad hacia el puente y estirando el brazo sin mirar,  manoteó el cuello del abrigo. Cuando el sujeto se dio vuelta, le estampó la placa en medio de la cara enrojecida por el frío y el amor propio mancillado.

- ¡Por favor, oficial ! ¡Es nuestra hija ! - clamó la mujer con voz virtuosa, su cuidadoso peinado arruinándose al viento. Casi se alegró de que la tipa se despeinara, tan elegante, tan perfumadita.

- Esperen. Está con una oficial.-

- ¿Una oficial esa...? - la mujer apenas pudo contener su lapidaria opinión acerca de los representantes del orden.

- Tiene una gran experiencia en casos de suicidio, créanme - le aseguró a los padres ostentosamente preocupados que miraban a la loca en ropa interior que abrazaba a su chiquita.

Una cabeza rubia sobresalió por encima de las demás, gritando el nombre de la pelirroja. La chica abrió los ojos enormes y verdes y miró primero a la mujer a su lado y luego al rubiecito imberbe; saltó del parapeto a la calle y corrió a abrazarse con el estúpido mientras los padres corrían y gritaban tan estúpidamente como el otro. Una reunión estúpida de estúpidos, pensó aliviado.

El público aplaudió obediente ante la culminación de la representación. Váyanse todos a la mierda, pensó mientras caminaba por el puente, después de haber ladrado la orden de despejar la avenida y la plaza. Después de unos pasos se sintió estúpidamente feliz él también.

 La mujer continuaba sentada, las piernas para el lado del río.

- ¿Por dónde anduvo, jefe ? - preguntó mientras se acodaba a su lado. - La busqué por toda la ciudad... - la recriminó.

- No esperará que lo recomiende para un ascenso por eso. Estuve todo el tiempo en casa .- se apiadó de él.

- ¡Pero estuve en su casa anoche...! -

 - Desconecté el timbre y el teléfono.- el tonito irónico comenzó a causarle molestias sexuales. Me estás llenando la paciencia, jefe.

- Si hubiera sabido que estuvo todo este tiempo en su casa...- masculló con rabia.

- Podría haberme tirado por el balcón, si es eso lo que lo preocupaba..- restalló, cortándole la frase.

Casi dio un salto en el lugar y se atragantó con su propia saliva.

- ¿Qué, no se le ocurrió ?  La gente no salta nada más que desde los puentes.- ella lo fustigó de mala manera.

Inspiró para bajar el nudo de la garganta. Te mataría por hacerme esto pero te daría demasiado gusto. Decidió usar la carta de triunfo que tenía guardada en la manga. Conste que no quería hacerlo, jefe: Ud. me obligó.

- Hoy no es Todos Los Santos - le informó didáctico.-  Es Todos Los Muertos. Los Fieles Difuntos.-

Ella le clavó la mirada oscura y furiosa y él desvió la suya ociosamente.

- ¿Los Fieles Difuntos ? -

- Ajá, - respondió saboreando la victoria. Es peligroso mirarla cuando está de tan mal humor: indefectiblemente me dan ganas de darle una buena azotaina en el culo por caprichosa y después... Se reservó los pensamientos del “después”. Es un superior. No hay “después” con un superior.

- Mierda, - susurró ella. - ¿estuve borracha dos dias ? -

Por si acaso y nada más que por eso, pasó el brazo por la cintura frágil y la bajó del parapeto como si bajara a una criatura. Ella lo dejó hacer sin protestar. De pronto el día estaba mejorando. Hasta podría ir a casa a bañarme y a dormir.

- ¿Por qué habla en pasado? Todavía huele a alcohol. -

- Sáqueme las patas de encima. Está suspendido. -

- Voy a llevarla a su casa.- le informó mientras le ponía el tapado sobre los hombros.

- Puedo areglármelas sola. Estoy bien.- le respondió seca y se apartó para recoger la ropa.

- Bien borracha. No pienso correr riesgos hasta que esté sobria. -

- ¡Está suspendido!-

- Mejor, así puedo quedarme con usted. Cocino kasher magníficamente y soy abstemio.-

- ¡Es un imbécil y mañana vuelve a patrullar, de uniforme!-

- No me joda, jefe.- masculló, irritado otra vez. Le puso el abrigo de mala manera.

Los uniformados estaban alejando a los últimos curiosos. Un suboficial se acercó aunque manteniendo prudente distancia. Me conocen demasiado bien y a ella también.

- Capitán, quiere un patrullero para llevarla ? -

- Tengo mi auto, gracias. Sargento, hágame un favor, avise a la Brigada que encontramos a la comisario. Que los buzos que no busquen más - lanzó una ojeada reprobadora a la mujer que ahora temblaba de frío y desviaba una mirada levemente culpable.- Está bien. Un poco borracha y a punto de pescarse una pulmonía, pero bien.-

 

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  * Escritora argentina

 

 

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