Avanzó
entre la multitud a fuerza de imponer, nada gentilmente, sus dos metros de altura por otro tanto de circunferencia.
El público acusó el impacto de su arribo de paquebote a todo
vapor con diversos grados de incomodidad que iban desde el simple gruñido
hasta auténticos quejidos de dolor y uno que otro traquido de huesos
maltratados. Los uniformados, ya habituados y sobre aviso, se limitaron
a abrirle paso, prudentes y alineados como
corresponde a las fuerzas del orden. Con cuidado, gordo, aulló
un curioso sin saber que arriesgaba la vida con el apelativo, por muy
epitético que fuera.
Desde
su altura privilegiada, sus ojos muy azules apreciaron la situación de
un vistazo. Carajo, no es ella, masculló por lo bajo y dio media vuelta
decidida encarando el puente hacia la avenida.
-
¡Capitán ! - jadeó uno de los uniformados
El
curioso gritón lo miró sorprendido y una mirada de hielo bastó para
acabar con las veleidades de flaco del sujeto.
-
¡Creímos que venía a darnos una mano ! - insistió el hombre, señalando
al centro del puente.
Lo
miró con odio. La mano te la daría en medio de la jeta, cretino. Volteó
apenas la cabeza y concluyó que el pobre sargento tenía razón. No
puedo irme así como así. ¡Carajo, pendejita de mierda, qué tiene que
estar haciendo ahí en medio del puto puente !
La
multitud se cerró detrás de él como un mar de ropas invernales y
oscuras. De los murmullos chismosos recogió las distintas versiones del
hecho a un mismo tiempo. Mientras las procesaba, su propia secreta
investigación le retorcía las entrañas y los testículos : hacía
dos días que la buscaba por cielo y tierra. No había dejado agujero
sin husmear; más de cuarenta y ocho horas en las que “dormir” era
nada más que una palabra en el diccionario. Otro curioso lo miró de
arriba abajo y volvió la cabeza con un gesto de asco. Ya sé, tengo mal
aspecto y debo oler a establo: lo lamento, hace dos días que no piso mi
casa, mucho menos una ducha. La barba le raspó la palma de la mano
cuando se frotó la cara para despejarse un poco.
Le
dolía la cabeza de modo extenuante de estrujarse las meninges pensando
en dónde podría haberse metido la muy condenada y desde esa madrugada,
en la que por fin se había resignado a dar parte al escuadrón de buzos
para que buscaran, había comenzado a dolerle también el estómago.
Trató de paliar el espasmo con comida y lo único que consiguió fue
acidez. El café le dio nauseas y se las aguantó nada más que porque
estaba en el auto y no quería hacer un estropicio con los tapizados.
-
¡Capitán ! - rogó una voz masculina - ¡No entiende razones !
¡No podemos bajarla de ahí ! -
Masculló
un “ya voy” de mala gana. Dios santo, tengo que ir a buscar en otro
puente. ¿Nena, no podías matarte tirándote a las vías del Metro?
Los
chillidos de la mocosa hicieron retroceder a todo el mundo. Menos mal,
porque entonces la vio: media cabeza por debajo de la media, el tapado
gris oscuro al viento, avanzando entre la gente con la seguridad y la
tranquilidad que da el oficio.
Uno
de los uniformes se acercó a la carrera, belicoso y un gesto de la
manita blanca lo congeló y si
él no estuviera tan acostumbrado a ese gesto quizás también habría
corrido hasta el centro del puente pero el destello dorado de la placa
en esa mano fue inconfundible.
Casi
se largó a reir a carcajadas de puro alivio y hubiera besado al que le
había gritado “gordo”. En voz baja dio la orden de retroceder y la
hizo circular al personal del otro lado del puente. Lentamente y de mala
gana por perderse el espectáculo, la marea humana reculó y por fin los
uniformes pudieron acordonar los dos accesos.
Mientras
tanto, la mujer de gris avanzaba decidida hasta el centro del puente.
Tal era su calma que la mocosita trepada al parapeto dejó de chillar y le prestó atención a esa desconocida.
-
¡No me voy a bajar! - gritó previsora y se acurrucó en la baranda. La
multitud histérica acompañó con los correspondientes grititos de
ansiedad el gesto.
Rugió
un “¡Silencio !” y sacudió los brazos como aspas. Me parece
que retroceden por la falta de baño y no por mi autoridad, se
descorazonó, pero se recuperó de inmediato. Tengo cosas más
importantes en qué pensar.
La
mujer ni se dignó siquiera a darle una ojeada a su circunstancial compañera
de baranda y comenzó a desvestirse.
Dejó el bolsito gastado sobre el suelo y tiró el abrigo al
descuido sobre el parapeto del puente. Como si estuviera haciendo la
cosa más natural del mundo, se desprendió la blusa y la pollera y las
dejó caídas en el suelo, suaves pétalos de una flor oscura.
Se
quedó con unas enaguas de seda que poco podían hacer por paliar el
rigor del invierno; se quitó
los zapatos de taco alto y con cuidado para no romper las medias, se
trepó a la baranda y se acomodó, las piernas hacia el lado del río.
El viento le arremolinó los cabellos oscuros alrededor de la cara y
entonces sacudió la cabeza para despejar la visión.
La
mocosa se la quedó mirando con la boca abierta cuando la otra le espetó :
-
¿Qué estás haciendo en “mi” puente ? ¡Fuera ! -
La
cría abrió los ojos como platos.
-
¿Su puente ?....-
-
¡Fuera, dije ! ¡Este puente es mío ! ¡Nadie tiene derecho
a tirarse desde aquí más que yo ! - y gesticuló ampulosamente
con una mano.
-
¡Oiga ! ¡Cómo que el puente es suyo ! - retrucó la chica,
a medias indignada.
-
¡Te dije que te buscaras otro puente ! ¿Estás sorda o
lo tuyo es cretinismo liso y llano ? ¡Desde este puente me
mato yo y nadie más! -
Durante
unos momentos interminables hubo silencio, tanto que podía oírse al río
susurrar allí abajo. El
viento agitó los cabellos rojos de la mocosita, que reflejaron el sol pálido.
-
¿Se quiere matar? - la pregunta tímida fue casi inaudible.
-
¿Y qué te importa? - respondió la mujer, seca como un latigazo y sin
mirarla.
La
chica se encogió en el lugar. La otra miraba hacia adelante, a ninguna
parte, respirando profundamente, saboreando el aire como si cada
inspiración fuera la última. Después
de una eternidad hecha de
viento, la mujer se volvió hacia la chica, que no le había desprendido
los ojos.
-
Vengo todos los años, en esta misma fecha. Todos, ¿escuchaste?, desde
hace diez años. No falté ni una vez... y no podía. Siempre fallé
lastimosamente pero hoy es “el día”. Esta vez lo planeé a la
perfección, nadie podrá impedirme que haga lo que vengo a hacer, ¡mucho
menos una mocosa estúpida que llora por alguna pavada! -
-
¡Qué sabe Ud. de lo que me pasa ! - se enfurruño la chica, ahora
más ocupada en discutir que en suicidarse.
-
¡Bah ! ¿Qué puede pasarte ? A tu edad, yo era feliz. El
mundo era mío, tenía todo para hacer y cambiar. No había nada contra
lo que yo no pudiera pelear. ¡Hubiera podido hacer una revolución si
hubiera querido ! ¡Ja ! Teníamos la vida por delante...-
-
Sí, pero a veces no se puede....- balbuceó la otra.
-
¿No poder ? ¿Qué es “no poder” ? ¡A
tu edad se puede todo ! ¡Los que no pueden con nosotros son
los demás, los viejos de espíritu, los que no entienden que la sangre
corre más rápido por las venas, más caliente, más cargada de ideales
que nunca! - la mujer se
apasionó - A tu edad lo más importante que se tiene es la vida misma y
las ansias de vida que ella tiene... Mi padre me recitaba: “Tus hijos
no son tus hijos/ Son los hijos de las ansias de vida/ que tiene la
Vida... “ No me acuerdo del resto. Es de un poeta árabe. - continuó,
bajando la voz hasta perderla entre los susurros del viento.
Pasó
un buen rato antes de que la pelirroja preguntara tímida :
-
¿Y entonces, por qué viene... al puente ? -
La
mujer no la miró.
-
Porque perdí todo eso de una sola vez y de un solo golpe, en este mismo
puente. No me queda nada, - meneó la cabeza. - Detesto Todos Los
Santos, es un día de mierda... ¡y detesto este maldito puente y el río
y la plaza del otro lado y los curiosos que se juntan a ver cómo se
mata la gente! - miró furibunda a los extremos del puente.
La
pelirroja también miró, como si acabara de comprender que tenían público.
Hubo otro silencio y la mujer que se quitó un mechón oscuro que le
aleteaba alrededor de la cara.
-
¿Qué te pasa ? - la voz ya no era un trallazo sino una invitación
- Alguien con ese color de pelo debería estar escapándose de los
pretendientes, no subida a la baranda de un puente.-
Dos
lágrimas enormes rodaron por la piel de crema.
-
¿Problemas en casa ? - insistió la mujer.
La
cabeza pelirroja asintió apenas y una mano pecosa subió a atajar los
mocos. Imperceptiblemente la mujer se deslizó hacia la chica hasta
quedar a menos de una extensión del brazo de distancia. Se apoyó en
una mano, subió la pierna izquierda al parapeto y echó la cabeza hacia
atrás. Parecía que estuviera disfrutando de una mañana de sol en el
campo.
Hace
un frío insoportable, pensó el capitán y se arrebujó en el
impermeable maltratado por las circunstancias y la profesión. ¿Cómo
aguantará estar sentada ahí ? Ambas mujeres habían bajado
demasiado la voz y ya no podía escucharlas, tan sólo verlas
gesticular, así que reguló el amplificador.
-
¡No sé qué hacer... ! - sollozó la mocosa - ¿Qué va a
pasar ahora ? ¡Y él ! - hipó incontenible - ¡Él... !
¿Cómo le digo a mis viejos ?
¡No puedo ! -
La
mujer meneó la cabeza y acarició las guedejas rojas mientras una
sonrisa fantasmal le
bailaba en los labios.
-
Y el puente fue lo mejor que se te ocurrió...-
La
otra asintió subiéndose los mocos.
-
¿Se lo dijiste a él ? - otro asentimiento lleno de lágrimas -
Bien, él se lo pierde.- apoyó una mano en el vientre de la otra - Ya
te lo dije “son las ansias de vida...” -
-
“... que tiene la Vida” - sonrió la mocosa por primera vez - Me
gusta eso.-
Con
el rabillo del ojo vio un impecable sobretodo de pelo de camello pasar a
toda velocidad hacia el puente y estirando el brazo sin mirar, manoteó el cuello del abrigo. Cuando el sujeto se dio
vuelta, le estampó la placa en medio de la cara enrojecida por el frío
y el amor propio mancillado.
-
¡Por favor, oficial ! ¡Es nuestra hija ! - clamó la mujer
con voz virtuosa, su cuidadoso peinado arruinándose al viento. Casi se
alegró de que la tipa se despeinara, tan elegante, tan perfumadita.
-
Esperen. Está con una oficial.-
-
¿Una oficial esa...? - la mujer apenas pudo contener su lapidaria opinión
acerca de los representantes del orden.
-
Tiene una gran experiencia en casos de suicidio, créanme - le aseguró
a los padres ostentosamente preocupados que miraban a la loca en ropa
interior que abrazaba a su chiquita.
Una
cabeza rubia sobresalió por encima de las demás, gritando el nombre de
la pelirroja. La chica abrió los ojos enormes y verdes y miró primero
a la mujer a su lado y luego al rubiecito imberbe; saltó del parapeto a
la calle y corrió a abrazarse con el estúpido mientras los padres corrían
y gritaban tan estúpidamente como el otro. Una reunión estúpida de
estúpidos, pensó aliviado.
El
público aplaudió obediente ante la culminación de la representación.
Váyanse todos a la mierda, pensó mientras caminaba por el puente,
después de haber ladrado la orden de despejar la avenida y la plaza.
Después de unos pasos se sintió estúpidamente feliz él también.
La
mujer continuaba sentada, las piernas para el lado del río.
-
¿Por dónde anduvo, jefe ? - preguntó mientras se acodaba a su
lado. - La busqué por toda la ciudad... - la recriminó.
-
No esperará que lo recomiende para un ascenso por eso. Estuve todo el
tiempo en casa .- se apiadó de él.
-
¡Pero estuve en su casa anoche...! -
-
Desconecté el timbre y el teléfono.- el tonito irónico comenzó a
causarle molestias sexuales. Me estás llenando la paciencia, jefe.
-
Si hubiera sabido que estuvo todo este tiempo en su casa...- masculló
con rabia.
-
Podría haberme tirado por el balcón, si es eso lo que lo preocupaba..-
restalló, cortándole la frase.
Casi
dio un salto en el lugar y se atragantó con su propia saliva.
-
¿Qué, no se le ocurrió ? La
gente no salta nada más que desde los puentes.- ella lo fustigó de
mala manera.
Inspiró
para bajar el nudo de la garganta. Te mataría por hacerme esto pero te
daría demasiado gusto. Decidió usar la carta de triunfo que tenía
guardada en la manga. Conste que no quería hacerlo, jefe: Ud. me obligó.
-
Hoy no es Todos Los Santos - le informó didáctico.-
Es Todos Los Muertos. Los Fieles Difuntos.-
Ella
le clavó la mirada oscura y furiosa y él desvió la suya ociosamente.
-
¿Los Fieles Difuntos ? -
-
Ajá, - respondió saboreando la victoria. Es peligroso mirarla cuando
está de tan mal humor: indefectiblemente me dan ganas de darle una
buena azotaina en el culo por caprichosa y después... Se reservó los
pensamientos del “después”. Es un superior. No hay “después”
con un superior.
-
Mierda, - susurró ella. - ¿estuve borracha dos dias ? -
Por
si acaso y nada más que por eso, pasó el brazo por la cintura frágil
y la bajó del parapeto como si bajara a una criatura. Ella lo dejó
hacer sin protestar. De pronto el día estaba mejorando. Hasta podría
ir a casa a bañarme y a dormir.
-
¿Por qué habla en pasado? Todavía huele a alcohol. -
-
Sáqueme las patas de encima. Está suspendido. -
-
Voy a llevarla a su casa.- le informó mientras le ponía el tapado
sobre los hombros.
-
Puedo areglármelas sola. Estoy bien.- le respondió seca y se apartó
para recoger la ropa.
-
Bien borracha. No pienso correr riesgos hasta que esté sobria. -
-
¡Está suspendido!-
-
Mejor, así puedo quedarme con usted. Cocino kasher magníficamente y
soy abstemio.-
-
¡Es un imbécil y mañana vuelve a patrullar, de uniforme!-
-
No me joda, jefe.- masculló, irritado otra vez. Le puso el abrigo de
mala manera.
Los
uniformados estaban alejando a los últimos curiosos. Un suboficial se
acercó aunque manteniendo prudente distancia. Me conocen demasiado bien
y a ella también.
-
Capitán, quiere un patrullero para llevarla ? -
-
Tengo mi auto, gracias. Sargento, hágame un favor, avise a la Brigada
que encontramos a la comisario. Que los buzos que no busquen más - lanzó
una ojeada reprobadora a la mujer que ahora temblaba de frío y desviaba
una mirada levemente culpable.- Está bien. Un poco borracha y a punto
de pescarse una pulmonía, pero bien.-