"Casi siempre se hallan en nuestras manos los  recursos que pedimos al cielo." 
William Shakespeare

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  ARTÍCULOS: ARCHIVO

 


CUENTO

Enero

por Mónica Elisabeth Sacco*


 

Definitivamente, el frío lo ponía de mal humor. Claro que no cualquier frío, sino ese húmedo y lluvioso, persistente en su gris monotonía, que amortajaba la ciudad convirtiéndola en una procesión de fantasmas. Los que conocían su patología climatológica, se guardaban de molestarlo o simplemente de cruzársele en el camino durante los días que durase el mal tiempo.

 Por supuesto, a ella su aversión le era completamente indiferente. A ella el mal tiempo no sólo le gustaba: disfrutaba de él con placer sensual. Parecía refulgir bajo la lluvia y más de una vez habían discutido porque a la señora comisario se le antojaba ir a pie bajo la llovizna hasta la morgue.

- ¿Para qué viene, capitán? - insistía la señora. - A usted no le gusta la lluvia.

Y él la seguía, sintiéndose inmensamente miserable y oliendo igual que un perro mojado. Ella parecía no comprender su sacrificio y salía a recorrer con paso leve las calles envueltas en el halo pernicioso de la lluvia. La hubiera estrangulado gustoso.

Hoy era “uno de esos días” en que ella estaba particularmente taciturna y cuando eso ocurría, las perspectivas eran peor que malas. Y para colmo, diluvia. Lo sabía por haber salido a comprar cigarillos, trámite que con semejante clima le insumía sus buenos cuarenta y cinco minutos de ponerse y sacarse el equipo antimotines con que se protegía de los meteoros hídricos.

Se estaba sentando cuando la puerta del despacho de enfrente se abrió y la comisario salió ajustándose el cinturón del impermeable y sin dirigir la mirada hacia su cubículo. ¿Me va a dejar aquí? Corrió hasta la ventana y no tuvo que esperar demasiado para verla cruzar la calle y después el puente.

- ¿Adónde fue? - ladró en medio de la oficina general. Dos de los empleados civiles lo miraron por encima de los anteojos y un suboficial se encogió de hombros sin darse la vuelta a mirarlo.

Dio vueltas amenazadoras hacia un lado y el otro y alguien gritó desde el otro extremo:

- Yo le pasé al forense.

Y yo estoy meado por un gran danés.

- Me voy a la morgue.

 - Llueve, capitán.

- ¡Ya sé! - aulló y salió.

Una idea brillante le iluminó el enojo: ¡el auto! Llegaría antes que ella y la traería de vuelta a bordo aunque tuviera que encerrarla en el baúl. Sólo cuando estuvo en medio de los mugidos del tránsito comprendió que la idea no había sido la mejor del día.

El forense estaba de espaldas fumando uno de sus mefíticos cigarros cuando él entró.

- La comisario ya estuvo aquí.-  ¿Le pareció o había un tono de reprimenda en la voz del viejo?

- ¿Ya se fue?

- Hace como veinte minutos. ¿Quiere verlo?

- ¿A quién?

El forense lo miró casi con lástima.

- Al cuerpo.

Siguió al viejo hasta las mesas de acero inoxidable e inconmovible. Por lo visto, yo no soy de acero. La cara de cera parecía pertenecer a un cuerpo distinto del que yacía en la mesa de disección.

- Es el mismo tipo...- murmuró y el forense sacudió la cabeza, haciendo caer la ceniza del cigarro.

- Sí, es el mismo... Usó los mismos nudos.Pero esta vez se lo hizo en vida.

¿Quién podría querer hacerle eso? Se quedó mirando en silencio el cuarto cuerpo en cuatro semanas. ¿Quién es tan hijo de puta madre?  Cuatro semanas de rastrillar la ciudad y los alrededores sin más resultados que los titulares casi insultantes de cuanto diario, semanario, pasquín o panfleto apareciera en los kioscos. Nunca el cuerpo forense había tenido tanta prensa ni había hecho declaraciones tan detalladas para el público ansioso de morbo. Un loco que tortura cadáveres no es algo usual en la crónica policial. Esta vez había ido un poco más lejos.

- ¿La comisario dijo adónde iba? -  preguntó con la vista fija en el rostro maquillado de muerte y la respuesta del forense lo dejó mudo. Volvió al auto masticando rabia.

En ese barrio, el auto era poco menos que inútil así que tuvo que bajarse y dejar que la lluvia implacable se le colara hasta dentro de los zapatos, mientras recorría local por local.

- ¡Ya anduvieron por acá hace un rato! - gruñó un propietario.- ¡Tengo todo en regla!

- Usted no me interesa. - rezongó él mostrándole los dientes.- ¿Quién estuvo hace un rato?

- ¡La tipa esa! ¡Se creen que me asustan con la placa!

- ¿Y qué le pidió “la tipa esa”?

El sujeto sonrió condescendiente.

- Quería ver comics.

- ¿Cuáles?

- Los del exhibidor del fondo - la sonrisa grosera se amplió. Ocupado en pasar las páginas, no escuchó los pasos del individuo .- ¿Son buenos, eh? Duros, de lo mejor. No hay nada más duro en el mercado. - Lo miró de reojo: el tipo le guiñaba un ojito cómplice. - Raro que a una tipa le guste esto. Ella debe ser muy especial. - se pasó la lengua por los labios. - Siempre dije que los canas eran medio perversos...

Agarró al imbécil retrasado mental por el cogote y se lo puso a dos centímetros de la cara.

- No te muelo la jeta a palos porque estamos en la semana de la no-violencia policial, pero prometo volver el lunes y romperte todos los dientes. ¿Cuál se llevó?

Con un poco más de respeto por las fuerzas del orden, la cucaracha señaló una tapa y él agarró la revista con una mano y sin soltarlo.

- ¿Quién más vende esta mierda por aquí?

- Mi socio tiene un local cerca... - la cucaracha le dio las indicaciones con suma premura y él se lanzó a la calle. - ¡La revista se la regalo!

Corrió pero lo mismo la lluvia le dio alcance. Estaba cruzando la avenida cuando creyó distinguir el impermeable alejarse rápidamente. Estiró el tranco y en el trámite de alcanzarla atropelló y derribó a tres o cuatro tipos que entraban y salían de esos antros. Alguien le gritó “¡Cuidado, gordo!”. Si no hubiera estado lloviendo de esa forma, se habría detenido y lo hubiera dormido de un tortazo. Se contentó con aullar “¡Policía!” y seguir corriendo. Tarde: ella había desaparecido. Volvió hasta su auto lo más rápido que pudo y tiró la revista húmeda en el asiento del acompañante. ¿Dónde carajo habría ido? Por las dudas, volvió a la morgue.

 El forense levantó la vista de unas fotocopias ampliadas.

- Acaba de irse.

Furibundo, sintió que el impulso asesino le envolvía la garganta y le quitaba el aliento. Cada uno de sus pasos dejaba un charquito lastimoso en el suelo frío y gris. El forense comentó con el cigarro pestilente entre los dientes:

- Sabe, creo que ella tiene razón. Mire esto, capitán... - él dio media vuelta y se acercó. Los pies le chapoteaban dentro de los zapatos. El forense señalaba distintas ilustraciones.- Aquí... y aquí: el asesino las copió detalle por detalle. 

Le pidió las fotos de los otros cuerpos y al compararlas después con la revista que tenía en el auto, empezó a comprender.

Cuando entró a la oficina, la oleada de miradas socarronas le secó la ropa y le inflamó el ánimo. Fue directo hacia el despacho: estaba vacío. La sangre le zumbaba en los oídos.

- La comisario ya se fue, capitán.

- ¿Dijo adónde? - preguntó cuando se le despegaron las mandíbulas.

- ¿Por qué no la llama al celular?

La obviedad de la respuesta le provocó un estremecimiento que lo recorrió de pies a cabeza. Deben ser las ansias de matar. Sus dedos demasiado grandes erraron a las teclitas miserables del telefonito de mierda y cuando le acertó al número, la voz acariciadora de ella le respondió desde el correo de voz. Ladró el mensaje y se encerró en su cubículo a pensar en distintos métodos de eliminar superiores sin dejar rastros que pudieran incriminarlo. Otro escalofrío lo hizo sacudirse y estornudar y los papeles de su escritorio volaron hasta el suelo.

El celular sonó y atendió con violencia: era ella. Trató de prestarle atención pero estornudó tantas veces que perdió el hilo de la conversación.

El lunes no le trajo alivio: más bien, su estado empeoraba con el clima. El café apenas le pasaba por la garganta llena de alambre de púas. La comisario se asomó a su cubículo con el impermeable puesto, sobre el que brillaban incontables gotitas como perlas.

- Tiene mala cara... ¿El viernes estuvo con el forense?

- Sí, después que usted se fue.- masculló entre dos accesos de tos.

- ¿Vio los comics? - él asintió tosiendo.- El sujeto tiene un modus operandi muy... académico. Hace todo de acuerdo al reglamento.- Le pidió piedad con la mirada y ella accedió graciosamente a explicarle.- Nuestro hombre primero las mata y después arma la escenografía...Quería hacernos tragar el anzuelo del psicópata asesino serial, para que cuando apareciera el último cuerpo, apuntáramos a otra parte. Muy astuto.

Hoy está particularmente abstrusa y yo estoy particularmente hecho mierda. No entiendo ni jota.

 - Por favor, ilumíneme. No me siento a su altura.- Su garganta ahora parecía estar sembrada de vidrios rotos. El interno del despacho sonó y ella corrió a responder y luego corrió hacia la puerta.

- ¿Adónde va?

- ¡A la sala de interrogatorio! - la escuchó decir mientras se alejaba por el pasillo.

 

******

Cuando se asomó tosiendo y estornudando a la ventana de la sala de interrogatorios, el tipo en el interior medía la habitación con pasos largos y seguros. Apoyaba cada pie con firmeza, los brazos cruzados sobre el pecho y una virtuosa indignación dibujada en las facciones altaneras. Ella rodeó la mesa y lo invitó a sentarse, hecha un modelo de humildad y buena educación.

- ¡No entiendo, comisario! ¿Acaso no la recibí en mi casa? ¿No respondí a todas sus preguntas educadamente, aún cuando sugirió, ¡delante de mi esposa!,- levantó la voz - que yo mantenía una relación amorosa con mi colega asesinada? - el hombre miró a su alrededor con repugnancia - ¡Y ahora esto! ¡Es... humillante!

- Disculpe, profesor, es que están pintando mi oficina y bueno... ya sabe... Yo... Cuando estuve con usted el viernes ¿o fue el sábado? Bah, es igual, - se encogió de hombros y el tipo la miró furioso - digo, me sorprendió su capacidad de análisis y la verdad es que hoy pensé en usted, y en que podría ... ayudarme - la vocecita de la comisario sonaba tan conmovedoramente tímida que el tipo meneó la cabeza y luego asintió. Ella abrió los ojos enormes - ¡No sabe cuánto se lo agradezco!

- No tengo mucho tiempo: cité a una reunión de catedráticos, pero si puedo colaborar en algo...

- Usted es profesor de Matemáticas...

- Filosofía de las Matemáticas - el tipo se pavoneó.

- Suena impresionante - dijo ella sin rastros de ironía - ¿Enseña metodología del pensamiento, análisis del pensamiento abstracto y todo eso? - él asintió condescendiente.- Los policías deberíamos aprender algo de eso ¡Nos sería tan útil!

- Comisario, si es tan gentil de ir al punto...

- ¡Ah, sí! Estas cuatro mujeres no tenían relación alguna entre sí ni tenían a nadie en común pero murieron en circunstancias muy parecidas...

- Eso es lo que suele hacer un asesino serial. - aseveró él.

- Y a veces cambian imprevistamente de conducta para despistar...

- Como el estrangulador de Boston, que comenzó asesinando mujeres mayores y ancianas y luego se dedicó a jovencitas. -  el profesor sonrió con suficiencia. - O  como los primos Bianco, que mataban de forma diferente cada vez...

- Veo que conoce del tema.- la mirada de ella era de lisa y llana admiración.

- Me interesa desde un punto de vista meramente intelectual. La crónica policial me parece de mal gusto.- torció la boca en una mueca de cuidadoso desagrado.

- Sí, admito que mi trabajo suele ser de mal gusto. Sabe, hay algo que no termina de encajar: la última muerte.- Hizo una pausa para mirarlo a los ojos.- El asesino se ensañó de verdad con ella...

- Lo mismo había hecho con los tres cuerpos anteriores.- intervino él.

- Ah, usted sí que sabe de esto - suspiró la comisario. - Sí, eran cuerpos.

- Por supuesto que lo eran. ¡Todos tenemos uno!

- Quiero decir que ya estaban muertas. Un policía o un forense hablan de un “cuerpo” cuando se refieren a un cadáver. El asesino no torturó a sus tres primeras víctimas.

- ¡Cómo que no! ¡Cometió aberraciones con ellas!

- El concepto de tortura sólo es aplicable a un ser vivo. En el caso de un cadáver, a lo sumo hay profanación. Digo que montó un circo sadomasoquista para el vulgo y nada más. Asesinó a esas tres mujeres como podría haber asesinado a otras cualesquiera: no importaba quién ni cómo o dónde, sino lo que haría después.

- Entonces es muy simple: ¡se trata de un necrófilo! Busquen en sus archivos, seguramente tengan alguno.

- Ah, profesor, eso sería perfecto...

- Comisario, - el tipo miró el reloj, - realmente se me hace tarde.

 - ...si el asesino no hubiera cometido el último crimen.-ella continuó sin hacerle caso - A esa mujer sí la torturó. 

- Habrá estado practicando con las tres primeras. - casi se burló él.

-Algo así... - ella dejó caer las palabras blandamente y el hombre volvió a envararse durante unos instantes. - Me pregunto porqué se ensañó sólo con la última.- ella apoyó un codo en la mesa, sosteniéndose el mentón con la mano y lo miró a los ojos. - ¿Qué le parece?

- No me parece nada.

- Oh, vamos, profesor, ¡debe haber un motivo! Razonemos...¿Quizás el asesino y la víctima se conocían?

- No lo creo. Usted misma aseguró que de acuerdo con el modus operandi, su asesino mata a desconocidas y después ¿cómo dijo? , “monta un circo SM”.

- Y muy bien montado: no faltaba ni un solo detalle.¿Sabe? Anduve por los sex-shop buscando “literatura” ad hoc, - el hombre la miró inexpresivo - y encontré unas revistas gráficas muy... explícitas en ese sentido. Tanto que el forense llegó a la conclusión de que el asesino siguió los pasos de esos  “Hágalo Ud. Mismo” del SM al pie de la letra. Muy... académico.

Del otro lado del cristal, el capitán dio el mismo saltito en el lugar que el digno profesor sentado frente a la mesa de interrogatorio. La voz aterciopelada de ella fluyó por los parlantes nuevamente.

- Supongo que si yo quisiera hacer algo parecido, bueno, no encontraría un manual mejor ni un sitio más adecuado donde asesorarme y comprar el “equipamiento” adecuado.Los del sex-shop lo llaman “arnés”. - Dejó transcurrir una pausa.- Con la última víctima parece que ya no necesitó instructivos: había practicado antes. Esta vez inclusive se permitió improvisar un poco.

- No me parece que su hombre sea un improvisado.

- Nunca dije eso. Creo que es alguien muy inteligente. Demasiado para nosotros los policías.-suspiró con resignación - Sabe, siempre puede encontrarse un patrón que liga las muertes de este tipo. Por lo general, estos criminales buscan reconocimiento: les gusta verse en los titulares, muchas veces se comunican con la Policía para dar pistas falsas, o simplemente burlarse... Es muy común, ¿sabe? y eso permite establecer el patrón que buscamos para agarrarlo.

- O sea que se toparon con uno verdaderamente inteligente que no los llama ni quiere publicidad.

- ¿Por qué dice eso?

- ¿Que digo qué?

- Que no se puso en contacto con la Policía.

- ¡Usted lo dijo!

- No dije eso,- ella se encogió de hombros. La expresión del tipo se endureció durante unas décimas de segundo pero recuperó la compostura.

- Pero él no se puso en contacto con ustedes. - el tipo afirmó con tranquilidad.

Ella esperó, sin mirarlo a los ojos todavía. Finalmente los levantó y preguntó:

- ¿A él no le gusta la publicidad?

- Quizás no le interese.

- No es habitual...

- Este hombre no es “habitual” .

- No. Es muy especial, lo presiento. Siento que está disfrutando del juego intelectual del gato y el ratón con nosotros. No sé si asesinó con ese objetivo, pero ahora que las cartas están echadas decidió jugarlo. Y tengo una pregunta más que no me deja dormir: ¿verdaderamente deseaba asesinar a todas o sólo a la última? Y en ese caso, ¿por qué? Creo que debía odiarla mucho para hacer lo que hizo.

- No necesariamente. Podría haberlo hecho con cualquiera de las tres primeras...

- Pero no lo hizo. Sólo la cuarta le interesaba: estaba furioso con ella, había masticado su rabia durante mucho tiempo y planificó su puesta en escena con meticulosidad. Y para eso se “documentó” con publicaciones adecuadas y buscó las víctimas adecuadas para cubrirse. ¿Quién podría sospechar de él con un posible asesino serial de por medio? Sabe, hay montones de teorías acerca de Jack el Destripador y personalmente, me inclino por la que apunta a que Jack quería cometer sólo un crimen y utilizó los demás para cubrirse y hacerse pasar por asesino serial, lo mismo que nuestro hombre. Estudió los antecedentes, se documentó acerca de cómo deberían verse los cuerpos, eligió un leit-motiv...¿Cuánto hace que ella lo dejó? ¿Tres meses? ¿Cuatro?

-¿De qué habla?

- De su amante.

- Ya le dije que no tengo amantes...

- Por supuesto que no. Está muerta. No podrá ser la amante de nadie más ni insultar su virilidad reemplazándolo por una mujer. El asesino le hizo un favor a su ego, profesor, ¿no cree?

- ¡Lo que creo, comisario, es que si estuviera en la calle buscando a su criminal en lugar de hacerme perder el tiempo preguntándome acerca de pornografía y los cinco arneses SM, habría podido evitar más muertes! ¡Me voy!

- Profesor, no puede irse. Está arrestado.

El hombre se acercó a ella en dos zancadas.

- ¡Usted está completamente loca!!No tiene nada, imbécil, ¡absolutamente nada!

- No lo tenía hasta que usted mismo me lo dijo. Todo el tiempo hablamos de cuatro muertes. ¿Para qué querría usted el quinto arnés sino para matar también a la nueva pareja de su ex-amante?

 El hombre retrocedió como si lo hubieran golpeado.

Un oficial joven llegó corriendo y entró sin golpear. En ese momento el capitán se dio que el tipo de pie junto a él era el juez de instrucción. La comisario se acercó al teniente y ambos se fueron a un rincón. El teniente salió y ella suspiró mientras ponía las manos sobre la mesa, meneando la cabeza.

- Encontraron el quinto cuerpo. - Lo miró a los ojos con frialdad. El hombre se sentó muy lentamente.- Si lo desea, puede llamar a su abogado.

Dos uniformados esperaban junto al juez. Ella les hizo señas.

- Sáquenlo de mi vista,- mumuró entre dientes.

Cuando pasó a su lado le dijo algo, pero sus oídos zumbaban tanto que él asintió sin saber a qué mierda estaba diciendo que sí. Los uniformados sacaban esposado al otrora digno profesor. Con un esfuerzo inaudito logró poner un pie delante del otro para volver a su cubículo.

- ¿Por qué no se va a casa? - el cabo asomó la cabeza y sugirió solícito.

¿Por qué no se va a la mierda y se mete en sus asuntos?  Se lo hubiera dicho si no estuviera estornudando. ¿Qué hago ahora? ¿Qué me dijo: que fuera o que me quedara? Por más que se esforzaba no podía recordarlo. Los ojos le ardían y los cerró un instante, apoyando la frente transpirada en la mano.

- Capitán... ¡Capitán! - abrió los ojos: delante de su escritorio, la comisario se inclinaba hacia él llamándolo. - ¿Qué está haciendo acá? - Te esperaba para estrangularte, pensó pero no pudo articular. Una mano fría le alcanzó la frente. - Está volando de fiebre. Si será tozudo... Vamos.

Se levantó obediente y la siguió hasta el auto de ella.

- ¿Vamos a la morgue?  - preguntó. 

- No lo veo tan mal como para eso,- respondió ella con un poquitín de sarcasmo. - Lo llevo a su casa.

Subieron a su departamento y él se derrumbó en el sofá.

- Métase en la cama.- ella lo amonestó y tuvo que hacerle caso. Ni siquiera reparó en la ironía: ella estaba en su departamento, él estaba semidesnudo, le llevaba casi medio metro de altura y unos cincuenta kilos; podría estar violándola, sodomizándola o asesinándola por haberlo obligado a correr detrás de ella bajo la lluvia y en cambio, agonizaba con una gripe espantosa que lo dejaba más desvalido que un recién nacido mientras ella preparaba té en la cocina.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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  * Escritora argentina

 

 

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