Te moriste                   
                        A Claudia

Te moriste con todo.
Te fuiste con todo.
Te moriste implacable.
Te moriste toda,
no dejaste nada.
Te llevaste tu pelo,
tus uñas, tus ojos.
Te llevaste tu mirada
y tu sonrisa
y los abrazos 
de tus brazos,
de tus manos, 
tus caricias,
tus palmadas y tu voz.
Te moriste tu voz,
callaste para siempre,
inhumana, bestial,
implacable, cruel.
Dejaste de abrazar,
de codear y de codiguear,
dejaste de llamar y de mensajear,
dejaste de pelear.
Dejaste todo, te fuiste con todo.
Te moriste tu andar
y tu mirar oblicuo.
Murieron tus gestos,
se apagaron las luces.
Te llevaste el aroma
de tu piel
blanca y pecosa.
Te moriste tu estilo.
Te moriste tu tiempo.
Te moriste aquí al lado.
Te moriste tan cerca,
te moriste vecina,
contigua, pegada,
pegados tus suspiros
en mis oidos.
Pegada tu tos
en mi recuerdo
-la mente suspensa
escuchando tu tos-
y ya no tosés,
ni fumás, ni bufás,
ni revoloteás los ojos pícaros
y bellos.
Te moriste tus ojos bellos,
el aliento, la brasa.
Te fuiste con tu brasa,
¿a encender qué?
¿Quiénes usufructúan
todo lo que te fuiste?
Te fuiste con todo,
egoísta, brutal,
infranqueable, inhumana.
Te moriste toda
y se apagaron todos 
los gorriones de tu piel,
se volaron todas las luces
de tu máscara.
Te dejaste llevar.
Te llevaste lejana
desconocida
anónima a los latidos,
a la sangre que corre.
Ya tu sangre no corre,
ni camina, ni gatea,
ni patalea, ni está quieta.
Te moriste tu sangre.
Te moriste las venas
y las arterias
y los órganos
y los pies con que venías.
Te olvidaste, te dejaste,
te fuiste,
irreparable, 
circular,
lejana,
irrefutable,
como una Gran Verdad.
Te venciste, te trizaste,
te armaste para el rito
y te llevaste todo.
                                     Silvana Boggiano