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Los mensajes-mercaderías y el lenguaje-mercado

por Cecilia Suárez

 

En cada mercado lingüístico comunicativo el sector predominante hace suyo como posesión privada al lenguaje (a pesar de que la lengua como capital lingüístico constante es algo público y social) en las tres dimensiones siguientes:

  • control del código o los códigos y de las modalidades de codificación;
  • control de los canales, es decir, de las modalidades de circulación de los mensajes;
  • control de las modalidades de decodificación e interpretación.

 

¿Cómo lo hace?

  • aumenta la redundancia de los mensajes que consolidan su propia posición;
  • acomete con rumores o bien con perturbaciones propiamente dichas la codificación y circulación de los mensajes que podrían invalidar su posición.

 

Así, el sector subalterno es obligado a decodificar fácilmente, al punto de considerarlos “reales” o “naturales”, esos mensajes que se caracterizan por:

  • ser suficientemente redundantes para superar el rumor o la perturbación que podrían falsear su recepción;
  • ser transmitidos en forma codificada y por medio de canales exentos de rumores o perturbaciones.

El sector subalterno reduce a su mínima expresión, o bien no considera necesaria, la operación de separar y desechar la información espuria del total de la información.

 

El sector predominante está en la posición de transmisor que impone, a sí mismo y a los otros sectores, la aceptación de ciertos sistemas de signos y no de otros; o también, puede tratarse de transmisores subalternos que, sometidos al sector predominante, se limitan a utilizar los códigos de éste o en caso contrario se callan.

 

Entonces, el hablante individual, que no puede controlar ni los códigos ni los canales, no sigue más  el proceso operativo y de producción lingüística al que, no obstante, pertenece.

 

El proceso operativo lingüístico, así como el proceso de producción y circulación lingüística, al asumir la forma institucionalizada de un capital y de un mercado –que ningún hablante puede cambiar a voluntad, se vuelven exteriores al hablante.

 

De este modo, el hablante es asumido como funcional, al servicio de la sociedad donde nace o vive, porque:

  • se le pide e impone que suministre su fuerza operativa lingüística;
  • se le enseñan obligatoriamente las modalidades del suministro, a saber:

-         debe usar productos ya existentes:

-         debe consumir esos productos reproduciéndolos inconscientemente según modelos que de esa forma son perpetrados y legitimados;

-         debe transmitir esos mensajes y no otros:

-         puede entender esos mensajes y no otros.

 

 

Si el hablante logra rechazar esos modelos que le son impuestos, es expulsado o marginado de la sociedad lingüística. El que no aprende a hablar como los demás o se pone a hablar una lengua que personalmente desvió de esos modelos, ya no es entendido.

 

Lo que se transmite, entonces, es que la producción es el mero uso de productos.

 

Los resultados del proceso de producción lingüística llevado a cabo por el hombre, no son presentados como productos de la acción humana previa, sino como algo natural sobre lo que el hombre ya no interviene.

 

Así resulta ignorado (negado) que el hombre ha intervenido y que sin su intervención jamás se hubieran formado esos productos lingüísticos.

 

Como consecuencia, el hombre se niega a sí mismo en su rol activo de productor del lenguaje, afirmándose como mero portador (portavoz), repetidor y víctima del proceso social de la producción lingüística (*).

 

La capacidad de producción del lenguaje es una cualidad constitutiva de lo humano. Si sus mismos productos, los ‘producidos’(**) del hombre, se organizaron en sistemas por encima y en contra de él, el hombre no pudiendo ya ser lingüístico, necesariamente se vuelve sub-humano. Está por debajo de sus propios productos, literalmente.

 


(*) lo que Marcuse llamó "lingüística de la represión"

(**) redundando... ¿se advierte claramente el ‘participio pasivo

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