Aristóteles
(384-322 a.C.) escribió la Ética a Nicómaco a la sombra de la
arboleda, dedicada a Apolo Licio, que estaba junto al gimnasio que después
sería conocido como el Liceo, en Atenas. Es un estudio del fin al que
debería dirigirse la conducta del hombre. Ese fin es la felicidad y el
medio de conseguirla es la práctica de las virtudes. Destaca como una de
las imprescindibles el culto de la amistad.
Epicuro (ca.
341-270 a.C.) llega también a Atenas, centro intelectual del mundo
griego, con el objetivo de
enseñar sus saberes a los discípulos y adquiere una casa, un poco
alejada de la ciudad, con un espacioso jardín. Había también un pequeño
huerto (“El sabio amará la campiña”, decía el maestro) donde crecían
unas habas que alimentaron a los alumnos durante un asedio al que fue
sometida la ciudad. En la paz del Jardín, que pasó a designar la
escuela, escribió Epicuro las Máximas capitales de las que
recordaremos la 27 y la 28. La primera dice así: “De los bienes que la
sabiduría procura para la felicidad de la vida entera, el mayor con mucho
es la adquisición de la amistad”. La siguiente: “El mismo buen juicio
que nos ha hecho tener confianza en que no existe nada terrible eterno o
muy duradero, nos hace ver que en los mismos términos limitados de la
vida la seguridad consigue su perfección sobre todo de la amistad”.
En el mundo
latino, es Cicerón (106-43 a.C.) quien, mientras contemplaba los
atardeceres primaverales desde la terraza de su palacio romano, escribía
De amicitia, un magnífico ensayo dedicado de principio a
fin a lo que su título indica.
Pero es en el
período tardo-latino donde surge el hombre que Tomar la palabra ha
elegido para hablar de él más detalladamente. Se trata de Anicio Manlio
Severino Boecio ( ca. 476-524 d.C.). Filósofo y escritor de teología,
hijo de cónsul, y cónsul él mismo, se ganó la confianza del rey
ostrogodo Teodorico quien lo nombró jefe del servicio civil (magister
officiorum). Se propuso –y consiguió- salvar el legado del pensamiento
griego incorporándolo al latín,
en un ímprobo esfuerzo de adaptación y compilación. Su obra se sitúa
en el punto de interacción entre la vieja cultura pagana y el
cristianismo. Entre sus parentescos literarios, podemos citar a Virgilio,
Horacio y Cicerón, de quienes sintetiza los más bellos y mejores logros
estilísticos. Fue también “el primer escolástico” dado que puso los
fundamentos de una síntesis que más tarde lograría llevar a cabo la
escolástica medieval. En 523 fue inculpado de traición por defender a un
senador acusado de conspirar contra el emperador del Imperio romano de
oriente y encarcelado. En una celda estrecha, con poca luz, y con la única
ayuda de su memoria escribe una de las obras no sólo más hermosa sino
también fundamental de ese turbulento período: La consolación de la
filosofía. En ella confluyen elementos del pensamiento clásico y del
cristiano (la influencia más clara en este aspecto es la de San Agustín,
sobre todo en las concepciones de la eternidad y del tiempo). La obra
comienza así: Boecio busca consuelo a su desesperación en la Poesía.
Pero se le aparece la Filosofía, una mujer cuyo vestido tiene grabadas
las iniciales P y T (probable alusión a la división platónica entre
filosofía práctica y teórica). El autor expone los males que le
afligen. Filosofía responde que ha poseído muchos bienes y que su queja
es infundada. Y agrega: “Llora, si quieres, las riquezas perdidas; pero
reconoce que has encontrado la más estimable entre todas ellas: los
amigos”.
Boecio fue
ejecutado en el año 524. La Iglesia lo honra bajo la advocación de San
Severino.
En la
literatura abunda el tema de la amistad. Para quien estas líneas suscribe
las más emotivas son la de Aquiles y Patroclo en La Ilíada y la
del gaucho Martín Fierro y el sargento Cruz en el poema homónimo de José
Hernández.
Argentina es el único país
que celebra el “día del amigo”. Yo tengo a mi mejor amiga en Buenos
Aires.
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