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  ARTÍCULOS: ARCHIVO

 


Los discursos que nos atraviesan:

La mendacidad y las...  ¿guerras humanitarias?

por Cecilia Suárez

Lo “maravilloso” de la guerra es que cada jefe de asesinos

hace bendecir sus banderas

e invocar solemnemente a Dios

antes de lanzarse a exterminar a su prójimo.

Voltaire

 

Hace unos días Benedict Carey, periodista de Los Ángeles Times, publicaba una nota en la que planteaba la problemática de los mentirosos crónicos, sobre la base de un informe de la Universidad de Yale que afirma que personas capaces, exitosas, disciplinadas, que no padecen ninguna enfermedad mental, son mentirosos crónicos.

 

No se trata del uso de clásicas “mentiras piadosas”, estos mentirosos adoptan la mentira como una estrategia general. Insertos en ambientes de gran competitividad, sometidos a expectativas muy altas, exigidos por trabajos de mucha responsabilidad, insatisfechos con sus vidas, inventan historias para tener unos momentos de tregua. La estrategia de la mentira genera protección. Ahora bien, si el engaño va en aumento, la salud mental de los mentirosos es causa de preocupación.

 

Es entonces cuando los psiquiatras describen una “doble conciencia”: una persona tiene dos narrativas en la cabeza: una vida deseada más espectacular y una vida real. Sus historias ficticias sirven para impresionar a los demás y para mejorar la autoestima propia.

 

En nuestro país, la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) advierte que ese plus ficcional, una vida tramada con mentiras y ocultamientos, que también se observa localmente, no es saludable y genera consecuencias psíquicas y somáticas porque responde a la necesidad de sostener ideales de bienestar a costa de un profundo miedo y una gran desconfianza en la propia capacidad para enfrentar las situaciones. Ese engaño sistemático, según la APA, tiene como consecuencia una patología severa: el engañador que tiene una doble vida, “está disociado” y su engaño sistemático puede traerle cono resultados problemas respiratorios y cardíacos, entre otros.

 

“Aceptar la verdad, continúa afirmando la APA, implica matar una ilusión y elaborar un duelo”. La mentira provoca duelos patológicos que enferman y generan una falsa identidad. La verdad, el hecho de vivir sabiendo las cosas como son, otorga una mejor calidad de vida. Si se trata de una verdad desagradable, la rabia es inevitable, pero la información real permite dirigir toda la energía a la lucha por la vida.

 

Hasta aquí, la mendacidad, el hábito o costumbre de mentir, es contemplada en el ámbito de lo personal, lo individual, lo familiar.

 

¿Qué genera la mentira en el ámbito de lo social? ¿Qué consecuencias le trae al individuo, a la persona común, el hecho de vivir inserto en un ambiente y una situación caracterizados por la mentira social?

Ayer, mientras los medios de comunicación difundían la noticia de que las tropas aliadas habían tomado Bagdad y todos contemplábamos la caída del ícono, de la imagen del hasta entonces líder iraquí, después del bombardeo masivo más intenso de toda la historia de la humanidad; algunos formadores de opinión trataban de explicarnos a los seres humanos comunes, las causas y consecuencias de lo acontecido.

 

Entre ellos, Carlos Escudé se esforzaba para poder definir un nuevo orden mundial ponderando alineamientos de países, reconstrucción de lo devastado, consecuencias económicas. Su mayor empeño lo puso en insistir en la explicación de por qué esta guerra que hoy contemplamos inaugura una era de “guerras humanitarias”.

 

Señaló que en lo sucesivo, ante la posibilidad de que cualquier nación de la tierra pueda llegar a inventar armas letales, de destrucción masiva, para la humanidad entera, se aliarán los países de buena voluntad para declararle una guerra preventiva al país en cuestión, una guerra tendiente a evitar el riesgo eventual de que esa nación dé uso a esas armas, una guerra heroica que deberá soportar la terrible incertidumbre de que su acción preventiva desencadene, en el desarrollo práctico de su buen propósito, la utilización de esas eventuales armas letales, dando como resultado aquello que pretendía evitar: la destrucción de la humanidad.

 

Ésas serán las características de las guerras humanitarias.

 

Guerras humanitarias.

 

Ante este concepto difícil de entender, acudamos a la etimología para estimular con al análisis del discurso, las posibilidades de una mejor comprensión.

 

Guerra. (Del germano wĕrra, querella) Desavenencia y rompimiento de la paz entre dos o más potencias //2. Lucha armada entre dos o más naciones o entre bandos de una misma nación. //5. Toda especie de lucha y combate, aunque sea en sentido moral. Humanitario. (Del latín humanĭtas –ătis) Que mira o se refiere al bien del género humano. //2. Benigno, caritativo, benéfico.

 

Un simple examen de los dos términos da como resultado que la frase incurre en contradicción (//2. Afirmación y negación que se oponen una a otra y recíprocamente se destruyen. //3. Contener una proposición o aserción cosas contradictorias).

En un número anterior de Tomar la palabra, hacíamos referencia los sectores predominantes que se constituyen en la posición de un transmisor que impone, a sí mismo y a los otros sectores, la aceptación de ciertos sistemas de signos y no de otros; o también, puede tratarse de transmisores subalternos que, sometidos al sector predominante, se limitan a utilizar los códigos de éste o en caso contrario se callan. En tanto que el hablante individual es asumido como funcional, al servicio del sector predominante, ya que: debe consumir esos productos reproduciéndolos inconscientemente según modelos que de esa forma son legitimados; debe transmitir esos mensajes y no otros; puede entender esos mensajes y no otros.

Hoy, por una parte, el discurso del sector predominante, las fuerzas aliadas para esta guerra, propone o impone un discurso predominante: su guerra es preventiva e inaugura la era de las guerras humanitarias; y por otra, eventuales transmisores subalternos, como Escudé, reproducen tautológicamente ese discurso... Dependerá de nosotros, hablantes individuales, consumir, reproducir y legitimar ese discurso.

También podemos ejercitar la conciencia crítica.

Ése es el desafío.

 

 

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