Durante
veinte años ningún director del Teatro San Martín pareció
interesarse por mis obras. Este año recibí un llamado de Eduardo
Rovner para preguntarme si estaba escribiendo alguna obra,
mostrándose interesado en la posibilidad de que se pudiera
estrenar en el San Martín. Hace pocos días recibí un nuevo
llamado de Rovner, esta vez para preguntarme concretamente si la
había terminado. Esto nunca me había ocurrido antes. Desde 1970
ningún director de teatro oficial se interesó por mi producción.
Le dije a Eduardo que prefería no estrenar en el San Martín.
Quisiera aclarar el porqué de mi negativa. Pienso que la
política de este gobierno no es sólo una política económica,
sino también ideológico-cultural, como bien lo dice María Julia
Alsogaray. No es sólo cultura la producción de una obra de arte,
sino también la producción de subjetividad como maquinaria
montada, que intenta hacer creer que la entrega de nuestro
patrimonio y de nuestra identidad es el camino necesario y forzoso
para la felicidad futura de los argentinos. Cultura del
subdesarrollo de los recursos humanos de las dos terceras partes
de la población. Cultura es también la obscenidad con que se
trata de evitar el juicio de los Yoma, junto al efecto silencio
cómplice que fabrica a su alrededor. Adormecimiento de la ética.
Cultura es también el encuentro de nuestro presidente con los
narcotraficantes cubanos en el exilio y su política de denuncia
frente a Cuba. Cultura es también abortar proyectos como el
Imaginario de Fernando Solanas. Cultura es también el indulto a
los torturadores del terrorismo de estado que hoy, bajo la mirada
impávida del presidente, continúan haciendo el mismo oficio
obsceno producto del indulto. Cultura del aniquilamiento moral y
de la ética. Cultura es también la maquinaria infernal de
Sofovich y la cara de Gómez Fuentes como reflejo del horror de la
dictadura militar. Cultura es también decirle a las Madres que se
olviden de sus muertos mientras los criminales caminan por las
callles. Cultura es también la maquinaria de los comunicadores
sociales que fabrican individuos acríticos e intelectuales
cómplices, que discuten la importancia del teatro isabelino y no
la conciencia del país que se está gestando diariamente y su
responsabilidad histórica. Porque cuando se comienza a perder la
función crítica desde la cultura, se empieza a perder la ética
silenciosamente, Siempre fue así. Para mí estrenar hoy en el San
Martín sería sentirme cómplice de toda esta maquinaria
cultural. De todos modos agradezco a Rovner ser el único director
que en estos veinte años se interesó concretamente por mi
teatro. Nobleza obliga.
(Publicado
el 21 de diciembre de 1991 en el diario Página /12).
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