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Si no somos destruidos por las fuerzas atómicas será necesario acometer
una vasta síntesis de elementos contrarios. Ya la filosofía
existencial-fenomenológica intenta una conciliación de lo objetivo y lo
subjetivo, de la esencia y la existencia de lo absoluto y lo relativo, de
lo intemporal y lo histórico.
A
esta actitud filosófica debería corresponder una síntesis social del
hombre y la comunidad. Ni el individualismo ni el colectivismo son
soluciones humanas: como dice Martin Buber, el primero no ve a la sociedad
y el segundo se niega a ver al hombre. Esas dos reacciones del hombre
contemporáaneo son el anverso y el reverso de esa situación inhóspita,
de esa soledad cósmica y social en que se debate: refugiarse dentro de sí,
o refugiarse en la colectividad.
Pero
la verdadera posición no es ni una ni otra sino el reconocimiento del
otro, del interlocutor, del semejante. Tanto el individuo aislado como la
colectividad son abstracciones, ya gue la realidad concreta es un diálogo,
puesto que la existencia es un entrar en contacto del ser humano con las
cosas y con sus iguales. El hecho fundamental es el hombre con el hombre.
El reino del hombre no es el estrecho y angustioso territorio de su propio
yo, ni el abstracto dominio de la colectividad, sino esa tierra intermedia
en que suelen acontecer el amor, la amistad, la comprensión, la piedad. Sólo
el reconocimiento de este principio nos permitirá fundar comunidades auténticas,
no máquinas sociales.
Contra
esta clase de argumentos se suele responder que es inútil ofrecer utopías
cuando la realidad está representada por dos estados colosales que de un
momento a otro desencadenarán la lucha atómica.
A
este argumento se puede contestar: primero, que si los superestados están
prontos a desencadenar la lucha atómica, nada más utópico que esperar
algo de ellos, porque lo más probable es que sucumba toda nuestra
civilización y desaparezcan del ras de la tierra los seres humanos y los
monumentos de su pasada grandeza; y segundo, que el poder meramente físico
no puede ser un argumento para resolver los grandes enigmas del espíritu
humano: podrá aniquilarlos, no resolverlos.
La
lucha por imponer pequeñas comunidades socialistas puede parecer
desproporcionada y absurda, en medio de esta pugna gigantesca entre
estados monstruosos. Pero muchas grandes etapas de la historia del hombre
han sido precedidas por actitudes desproporcionadas absurdas. Además, ¿qué
sabemos de lo que hay más allá del absurdo? ¿Por qué una lucha ha de
parecer razonable? Ignoramos, al menos yo lo ignoro, si los males y
perversidades de la realidad tienen algún sentido oculto que escapa a
nuestra torpe visión humana. Pero nuestro instinto de vida nos incita a
luchar a pesar de todo, y esto es bastante, por lo menos para mí. No
estamos completamente aislados. Los fugaces instantes de comunidad ante la
belleza que experimentamos alguna vez al lado de otros hombres, los
momentos de solidaridad ante el dolor, son como frágiles y transitorios
puentes que comunican a los hombres por sobre el abismo sin fondo de la
soledad. Frágiles y transitorios, esos puentes sin embargo existen y
aunque se pusiese en duda todo lo demás, eso debería bastarnos para
saber que hay algo fuera de nuestra cárcel y que ese algo es valioso y da
sentido a nuestra vida, y tal vez hasta un sentido absoluto. ¿Por qué ha
de alcanzarse lo absoluto, como pretenden los filósofos, mediante el
conocimiento racional de todas las experiencias, y no por algún éxtasis
repentino e instantáneo que ilumine de pronto los vastos dominios de lo
absoluto? Dostoievsky dice por boca de Kiriloff: "Creo en la vida
eterna en este mundo. Hay momentos en que el tiempo se detiene de repente
para dar lugar a la eternidad". ¿Por qué buscar lo absoluto fuera
del tiempo y no en esos instantes fugaces pero poderosos en que, al
escuchar algunas notas musieales o al oír la voz de un semejante,
sentimos que la vida tiene un sentido absoluto?
Ése es el sentido de la esperanza para mí y lo que, a pesar de mi sombría
visión de la realidad, me levanta una y otra vez para luchar.
Todo el horror de los
siglos pasados y presentes en la larga y difícil historia del hombre es
inexistente además para cada niño que nace y para cada joven que
comienza a creer. Cada esperanza de cada joven es nueva -felizmente-,
porque el dolor no se sufre sino en carne propia. Esa cándida esperanza
se va manchando, es cierto, deteriorando míseramente, convirtiéndose las
más de las veces en un trapo sucio, que finalmente se arroja con asco.
Pero lo admirable es que el hombre siga luchando a pesar de todo y que,
desilusionado o triste, cansado o enfermo, siga trazando caminos, arando
la tierra, luchando contra los elementos y hasta creando obras de belleza
en medio de un mundo bárbaro y hostil. Esto debería bastar para
probarnos que el mundo tiene algún misterioso sentido y para convencernos
de que, aunque mortales y perversos, los hombres podemos alcanzar de algún
modo la grandeza y la eternidad. Y que, si es cierto que Satanás es el
amo de la tierra, en alguna parte del cielo o en algún rincón de nuestro
ser reside un Espíritu Divino que incesantemente lucha contra él, para
levantarnos una y otra vez sobre el barro de nuestra desesperación.
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Gentileza de Ernesto Sabato, fragmento del texto ¿Y ahora qué?,
publicado en su libro Hombres
y engranajes, en 1951
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