Verdaderamente
hacía frío. Aún para él, cuyo mastodóntico tamaño le proveía
también abrigo la mayor parte del año. El verano era una tortura,
menos mal que duraba poco. No hay nada peor que andar de servicio
sudado. Aunque en ese día de frío terrible casi añoró el verano
metropolitano, súbito y fugaz. En cualquier momento se congela el río.
Colgó
el sombrero pasado de moda y apenas pequeño para su cabeza, el
sobretodo-impermeable compañero de desazones e injusticias y miró de
reojo las huellas húmedas sobre el pavimento gastado de las oficinas.
La vieja de limpieza va a bufar cuando la llame. Pero no soporto la
mugre, y la comi tampoco.
Mientras
se acomodaba , o mejor dicho, acomodaba a su alrededor el mobiliario,
espió hacia la puerta con placa dorada. Cerrada. ¿Habrá mar de fondo?
No había
hecho más que sentarse y estaba encendiendo un bien ganado cigarrillo
cuando la puerta fatídica se abrió.
Una
figura pequeña y bien formada se delineó a contraluz en el marco.
Durante las décimas de segundo previas al llamado, se concentró en la
imagen para conservarla en la memoria..
Se
levantó haciendo ruido con el sillón viejo y familiar y cruzó la
oficina completamente vacía excepto por ellos dos.
Entró
y ella ya estaba sentada , o mejor dicho, parapetada detrás del
escritorio enorme.
No
pudo aguantarse la mirada ni la sonrisa: parece una nenita jugando en el
despacho de papá. No pudo haber sonreído más inoportunamente: ella le
pescó el gesto y apretó las mandíbulas tanto que le sobresalieron los
huesos a los lados de la cara.
- Jefe
...- se repantigó en el sillón comodísimo, esperando detrás del
humo.
-
Acaban de llamar de lo del forense
- el tono de ella era entre cansado y aburrido. - Esta mañana
encontraron un cuerpo congelado en uno de los amarraderos. -
- ¿Un
vago?-
- Eso
pareciera. El forense está furioso porque tuvo que salir corriendo de
su casa a abrir el cuerpo. El tipo tenía alcohol hasta en las orejas y
los brazos picoteados como un colador.-
-
Un drogón.- aseveró.
- Hay
algo que no me cierra - comentó la comisario tomando una carpeta entre
gris y celeste - Sí estaba lleno de alcohol, ... en el estómago. En
sangre, no había alcanzado todavía los valores límites. No había
llegado a procesar el alcohol suficiente como para emborracharse.-
Le pasó
el reporte del forense, evidentemente hecho a las apuradas. El viejo
tendría ganas de volverse a casa. Con este
tiempo...
- Feo.
¿Llevaba identificación? -
-
Nada. Los de Identificación también me odian: los tengo trabajando con
las huellas del tipo.-
Mientras
hablaba, se levantó a ponerse el abrigo y tomar el bolso.
-
Vamos a la morgue.- le dijo mientras pasaba hacia la puerta, sin
esperarlo.
Trotó
tras ella hasta el estacionamiento y se metieron en un auto oficial.
Menos mal, porque en el autito de juguete de la comisario él no tenía
modo de acomodar su humanidad.
- ¿Qué
piensa? - preguntó la comisario bruscamente mientras conducía por las
calles grises de frío y casi vacías.
Se refería al informe de la autopsia, pero no hacía falta que
mencionara qué. Se conocían tanto que sabían de qué hablaban aún a
medias palabras.
- No
hay rastros de golpes, ni de ingesta de otra cosa que no fuera alcohol.
Tuvo un paro cardíaco no traumático, pero bueno, todos nos morimos de
un paro cardíaco, traumático o no. ¿No había más nada en el análisis
de sangre? -
- Es
lo que espero. Eso tarda un poco más, pero como los muchachos querrán
irse a casa, estarán trabajando a
todo vapor .- sonrió sarcástica.
La
morgue estaba más silenciosa y vacía que de costumbre y el olor
omnipresente de la muerte velado por los antisépticos amortajaba el
lugar. Bueno, se consoló, peor es en verano.
Un técnico
en bioquímica, con el sobretodo a medio poner, les entregó un sobre.
- Qué
suerte que vino, comisario. Me ahorró el viaje.-
El
tipo salió poco menos que corriendo. Estaban solos:
ellos, el portero sordo, y el cadáver. No era el tipo de
intimidad que prefería.
El
zumbido de un celular quebró el silencio. La comisario respondió
secamente y anotó en el dorso de la carpeta del bioquímico. Cuando
cortó, enarcó las cejas y lo miró.
- ¿Quiere
reírse un rato? Los de Identificaciones no podían creerlo. Este tipo
fue dado por muerto hace tres años.-
- El
cadáver se hizo esperar.- comentó con el cigarrillo colgado de la
comisura.
- ¿Lo
habrán conservado en alcohol? - acotó ella con un humor negro feroz
mientras abría el informe. - Bueno, bueno. Nuestro muerto viviente era
diabético y en realidad le dio un coma. Eso lo mató. Quisieron
disfrazarlo con el alcohol para que pareciera un borracho más.-
- ¿Por
qué tomarse tanto trabajo en simular? Si era diabético y le dio un
coma... -
- Diabético
insulinodependiente. No recibió las dosis necesarias en varios días.-
Algo
se le encendió en algún lugar de la cabeza.
-
Oiga, jefe, si el tipo era insulinodependiente y como quiera que sea,
sobrevivió tres años a su defunción, tiene que haberse dado las
dosis. Si no...-
Se
miraron.
- Y si
alguien sabía, y le cambió las dosis... o le llenó las jeringas de
otra cosa...- la cabeza le seguía funcionando a pesar del olor.
- Agua
destilada, suero glucosado, solución... ¿ cómo mierda se llama? ah, sí
, Ringer. Cualquier cosa indetectable.-
ella golpeó con un dedito el informe.
- La
pregunta es...-
- ¿Por
qué? - repitieron ambos a coro.
-
Jefe, ¿qué más le dijeron los de Identificación? ¿Ultimo domicilio?
¿Lugar de defunción? -
- Último
domicilio.Y allá vamos.-
Esta
vez él se sentó al volante. Era feliz: estaban trabajando juntos,
metidos hasta la nariz en un caso. No había nada mejor en el mundo.
El
barrio del finado múltiple era de los elegantes. El edificio también.
Mientras subían en el ascensor, luego de identificarse ante un portero
con más humos que el duque de Windsor, se miraron socarronamente el uno
al otro. Sí, la verdad es que los sueldos no dan para vestirse con ropa
cara.
La
mucama que abrió la puerta bien podría haber sido la duquesa de
Windsor. Lanzó la nariz al aire.
- Ya
colaboramos...-
-
Policía. Y todavía no colaboraron. ¿La señora...? - el tono y la
placa dorada de la comisario no admitían réplicas, y la duquesa
entrecerró la puerta con el morro fruncido, diciendo que avisaría a
"madame".
. Dos
segundos más tarde, una muñeca rubia
y vestida como para ir a una gala en la ópera abrió la puerta.
- ¿Policía?
- preguntó "madame" con ligero horror.
La
comisario exhibió una sonrisa candorosa.
- Señora,
le ruego disculpe semejante intromisión... Realmente lo lamentamos...-
Detrás
de ella, asintió con expresión preocupada. La jefe está poniendo el
numerito. Ya sabía lo que tenía que hacer.
- Si
Ud. fuera tan gentil... Necesitaríamos hacerle unas preguntas.-
"Madame"
les franqueó el paso a un piso insoportablemente elegante. Junto al
ventanal
un
hombre alto fumaba, tan perfumado que el aroma le llenó las fosas
nasales logrando desalojar el recuerdo de los antisépticos de la
morgue.
-
Querido...- llamó la muñeca rubia - los señores son policías.-
"Querido"
los miró indiferente.
- ¿Algún
problema? - preguntó con voz ronca. "Querido" parece un actor
de telenovela italiana, de esas que le gustan a mi madre.
La
comisario se llevó a "madame" a un extremo de la habitación
y "querido" las siguió sin perderles pisada. Bien, tengo el
campo libre. Comenzó a observar, dando pasitos cortos y deslizándose
hacia los pasillos interiores, al tiempo que paraba las orejas.
- Señora,
la verdad es que...lo lamentamos. Encontramos a su esposo... esta
madrugada... muerto. -
- ¿Mi
esposo, muerto? Comisario, ¡qué tontería! Mi esposo murió hace tres
años - la rubia agitó el pelo.
La
escuchó rebuscar en el bolso la Polaroid que habían sacado en la
morgue. Casi podía imaginar la carita de inocencia del jefe: los ojos
muy abiertos, la boca apenas entreabierta. Toda una colegiala.
-
Disculpe, señora... - le dio la Polaroid - Éste es el hombre. La
identificación de las huellas fue positiva, el... el occiso - lo
pronunció casi con vergüenza - tenía domicilio aquí, figuraba como
casado... con Ud.-
- No
pongo en duda nada de lo que diga el Departamento de Policía y su
división de Identificaciones, pero mi marido desapareció hace tres años
y se lo dio por muerto.- la rubia estaba muy convencida.
Se
metió en varios cuartos: no había nada fuera de lo usual, si lo usual
en esa casa era el confort suntuoso. En una habitación que parecía el
estudio, había una foto de un velero.
A
bordo se habían fotografiado tres personas: la rubia,
"querido" y un tercero, que venía a ser el finado
reincidente. Los tres sonreían y saludaban a la cámara. El resto de
las fotos era de la actual y muy feliz pareja.
Volvió
al salón cuando la rubia relataba las circunstancias de la desaparición
de su marido.
- ...
el velero apareció solo, a la deriva. Buscamos desesperadamente, con
helicópteros, buzos, de todo. Finalmente lo dieron por desaparecido y ,
bueno, Ud. ya sabe, en caso de accidente marítimo, después de un
plazo...-
- Por
supuesto. Comprendo perfectamente. - la comisario se puso de pie tímidamente
- Pero... podría ser que... no sé, se hubiera salvado, lo hubieran
rescatado desde algún otro barco...-
-
Velero.- corrigió la rubia con suficiencia - Era una regata .-
-
Velero...- asintió la comisario - digo, si lo rescataron, y él no
recordaba... A veces pasa...-
- No
lo sé, comisario. Todo esto es muy extraño. Muy extraño. Mi marido
desapareció... y ahora... reaparece muerto, asesinado. No sé.-
- Sí,
es muy extraño. Bien, señora, señor, ya no los molestamos más. ¿Capitán?
-
Se
apresuró a saludar y se fueron casi corriendo.
La
comi tenía una expresión dura.
- ¿Qué
encontró? -
Le
comentó lo de la foto, y del resto completamente limpio y perfectamente
ordenado.
-
Inclusive me escurrí hasta la cocina. Ni siquiera había basura. Todo
tan impecable...-
Se
estaban sentando en el auto cuando tuvo una idea y manoteó su celular.
En menos de diez minutos la descripción del muerto circulaba por los
hospitales de la ciudad. Si había pasado por alguno recientemente... El
jefe lo aprobó. A punto de arrancar, ella lo detuvo con una manita
sobre su brazo.
-
Todavía no...-
- ¿En
qué está pensando? -
-
Esperemos a que llamen de algún hospital. -
- Podrían
no llamar...-
Pero
esperaron, con el motor en marcha para mantener la calefacción
funcionando.
Ella
le contó lo que habían hablado con la rubia y el tipo.Después de un
silencio largo y pesado, durante el cual ambos masticaron las
declaraciones, sonó su celular.
- Hace
una semana un tipo con la descripción de nuestro hombre, diabético
insulinodependiente, apareció en el hospital. Un poquito extraviado,
eso sí, pero entre las incoherencias
que soltó, hablaba de un velero y dio algunos nombres. Alguien
del hospital recordó un accidente de unos años atrás y mencionó el
nombre de "madame". Parece que le avisaron.-
- ¿Y
"madame" se presentó a buscarlo?-
- No.
Un hombre apareció unas horas después del llamado... El pobre tipo
estaba feliz, lloraba y se abrazaba con los enfermeros. Decía que
sus amigos lo irían a buscar. -
- ¿Dio
nombres? -
-
Nadie recuerda ninguno en particular.-
- ¿Quién
firmó la salida? -
-
Nadie. En el revuelo se les olvidó. -
- ¿Qué
revuelo? -
- El
que se armó cuando se dieron cuenta de que el tipo ya no estaba. La
habitación estaba vacía cuando llegó la enfermera del turno de la
tarde.-
- Se
lo llevaron... -
- Y no
dejaron rastros.-
-
Mierda. Sí dejaron un rastro: el cadáver.-
De
pronto, la comisario saltó como un resorte.
- ¿A
qué hora murió este pobre Cristo? - abrió el bolso insondable y sacó
el informe del forense.- Entre las tres y las cuatro. O sea que el coma
diabético tiene que haberle empezado antes.-
-Sabe,
jefe, el tipo no estaría tan extraviado si sobrevivió tres años.
Sin insulina sería cadáver desde hace rato. Tenía que saber que la
necesitaba. Y si lo sabía, tuvieron que engañarlo haciéndole creer
que se la suministraban.-
Se
miraron.
- Así
que no había basura... - miró el reloj - Vamos a ver a nuestro
portero. ¡Rápido, antes que saque la basura del edificio! -
Corrieron
hasta la entrada de servicio: el portero, no tan regio como cuando les
había abierto la puerta, se afanaba con los desperdicios.
Esta
vez no hubo contemplaciones: las dos placas hicieron que el ex - duque
de Windsor abriera las bolsas. Afortunadamente, sólo había pisos
completos en el edificio, así que eran pocas bolsas.
- ¿Cuál
es la del cuarto piso? - preguntó imperioso.
- ¿Y
yo qué sé? - rezongó el portero.
-
Mejor que sepa, porque si no tendrá que abrirlas y vaciarlas a todas,
una por una.-
El
tipo lo pensó mejor y eligió. Desparramaron el contenido con los pies.
- ¡No
toque nada! - aulló cuando el portero trató de meter mano.
La
comisario ya tenía puestos los guantes de polietileno cuando metió las
manos para recoger lo que buscaban y lo guardó en una bolsita
transparente.
Se
demoraron el tiempo suficiente para pedir una patrulla y subieron.
"Madame" y "querido" estaban a punto de salir.
- Señora,
señor, necesitamos hacerles unas preguntas. - la voz de la comisario no
era candorosa ni demasiado amable.
Los
tipos los dejaron pasar, pero ya no se veían tan glamorosos como la
primera vez.
Él y
la comisario ocuparon las posiciones acostumbradas: ella sentada, él
detrás, de pie, los hombros cuadrados y sin expresión. La comi,
enfundada en su habitual vestidito negro, transmitía una ominosidad
latente que terminaba por inquietar a los interrogados: una reina severa
a punto de castigar a sus súbditos
mientras él, su ministro
de confianza, silencioso detrás del trono se aprontaba a ejecutar la
sentencia. Estoy leyendo demasiada novela histórica.
- Señora
- comenzó - acabo de
recibir un reporte de uno de los hospitales de la ciudad. Un hombre con
la descripción de su marido ingresó hace unos diez días y menos de
tres días después alguien, presumiblemente un familiar o alguien muy
conocido, lo recogió. Después de eso, no se supo más nada de él
hasta esta madrugada. ¿Tiene algo que decirnos al respecto? -
- No,
comisario. Ya le dije, dimos por muerto a mi esposo hace tres años. -
- Pero
estaba vivo. Y se mantuvo vivo durante esos tres años, para venir a
morir aquí, precisamente de la enfermedad de la que se había cuidado
toda su vida. Murió de un
coma diabético.-
-
Bueno, sí, él era diabético. Si realmente es quien ustedes dicen que
es, no es nada fuera de lo común.-
- No,
por supuesto. Sï es extraño que, aún habiendo desaparecido,
presumiblemente con pérdida de la memoria, haya sobrevivido a su
enfermedad tan bien. Un insulinodependiente no sobrevive demasiado
tiempo sin sus dosis, máxime cuando la enfermedad es de tan larga
data.-
- ¿Y
bien? - la rubia la enfrentó abiertamente.
- Creo
que es bastante sencillo: su marido logra rescatar un nombre de la
gelatina que es su memoria: el suyo. Luego, alguien, presumiblemente
conocido por él, lo recoge en el hospital y olvida firmar el alta. Se
lo llevan a alguna parte y simulan darle sus dosis de insulina, pero no
es insulina lo que se inyecta: es suero glucosado. Mejor que el veneno
para un diabético. No se siente bien, pero no entiende porqué.
Mientras tanto, los que lo recogieron, averiguan cuidadosamente si
alguien más conoce la identidad de este pobre vagabundo extraviado: en
el hospital no tienen más datos, es un NN. Y NN deciden que permanezca,
cuando, celebrando la fecha y el reencuentro, lo llenan de alcohol y más
suero glucosado. Le da finalmente el
coma y lo llevan a un amarradero, donde lo dejan para que termine
de morirse, esta vez definitivamente. Convengamos que el frío hizo su
parte.-
- ¿Y
nosotros qué tenemos que ver con todo esto? - insistió la rubia, con
un tono de voz apenas más agudo que el habitual.
-
Capitán...-
Ahora
me toca a mí. Metió las manazas parsimoniosamente en los bolsillos
interminables del sobretodo - alguna vez tendré que hacerles coser el
forro - y sacó la bolsita de polietileno.
La
rubia y "querido" se quedaron mudos y en ese momento, tocaron
el timbre.
La
duquesa de Windsor abrió sin decir ni mu y tres uniformados entraron
haciendo venias ceremoniosas.
La
mujer perdió el control.
- ¡Ese
hijo de puta! ¡Tenía que venir a arruinarnos la vida! ¡Estaba muerto,
muerto! ¡Estuvo muerto tres años, por qué mierda tenía que aparecer!
¡Dios mío, no es justo! ¡Maldito enfermo, maldito hijo de puta,
maldito cornudo hijo de puta madre!-
Llamó
a uno de los uniformados y le entregó la bolsita de polietileno con las
jeringas descartables usadas y el sachet de suero glucosado, aplastado y
sucio de basura y borra de café.
***
Esta
vez entraron juntos al despacho de ella y se sentaron uno a cada lado
del escritorio enorme.
- Váyase
a casa. - murmuró la comisario.
- ¿Piensa
quedarse sola? -
Antes
de responderle, se encogió de hombros.
-Es
una noche muy especial. Váyase a casa -
- Soy
judío, ¿no se acuerda? -
Ella
le echó una ojeada reprobadora y después lanzó uno de sus dardos de
ácido.
-
Bueno, después de todo, hoy se celebra el cumpleaños de un judío
famoso.-
-
Tiene razón. Feliz Navidad, jefe.-
-
Feliz Navidad, capitán.-
Se
quedaron juntos hasta que llegó el relevo a las seis.