"Casi siempre se hallan en nuestras manos los  recursos que pedimos al cielo." 
William Shakespeare

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  ARTÍCULOS: ARCHIVO

 


EL PROFESIONAL

por Mónica Elisabeth Sacco*

 

Entré al bar de Barracas con ligera desconfianza y eché una ojeada previsora.

El tipo levantó la mirada en ese preciso momento y me sonrió con conocimiento de causa. Era él. Me acerque por entre el laberinto de mesas y sillas desparejas y desgastadas por el uso y los vasos de ginebra y me senté delante de él, tratando de no quedar de espaldas a la puerta. Hace frío, pensé y hoy no me abrigué bien. Lo único que me falta es engriparme.

Traté de no mirarlo demasiado en detalle. No es de buena educación. El tipo me largó una miradita entre socarrona y comprensiva y el bigote anchoita acompañó la sonrisita de suficiencia.  No hubo intercambio de nombres, apenas un sacudón tibio de manos.

Encendí un cigarrillo mientras pensaba una excusa para empezar a hablar. De hecho, yo estaba ahí por una apuesta así que no sabía muy bien qué decir, pero el tipo se encargó de hacer los sociales del caso. Soltó el rollo de su discurso con parsimonia, mientras montaba un Particulares ‘33 en una boquilla corta y lo prendía. 

- Tengo una profesión que, por lo menos, podría calificarse de “rara”. Claro, no es sencillo mi trabajo. Muchos se creen que redactar elegías, odas, loas y otras yerbas laudatorias, es tarea fácil. No señor, no es moco de pavo. Viera Ud. lo dífícil que a veces me resulta encontrar algo agradable de decir de gente que, por lo general, no tuve el placer de conocer antes de tener que escribirle el parrafito.”

“Yo paro siempre en este bar y me siento siempre a la misma mesa. Aquí pueden encontrarme los que buscan mis servicios. Todos los del bar saben a qué me dedico, lo arduo de mi trabajo intelectual, lo árido que me resulta a veces encontrar las palabras adecuadas, los términos que ensalcen sin ser empalagosos, que muestren el respeto y la admiración de los que me encargan los trabajos.”

“Porque mi trabajo en particular suele ser encargado por otro que no es habitualmente la persona a quien dedico mis versos o líneas. Ah, ¿no le dije ? también puedo escribir en distintos estilos. Prosa o verso, rimados consonante o asonantemente, redondillas, décimas, sonetos. Una vez, alguien me encargó un poema en pentámetros yámbicos. ¡Lo que tuve que sudar ! Bueno, siempre se aprende algo : resulta que el tal Shakespeare escribía sus obras en pentámetros yámbicos, y la persona a la que le dedicaban mis letras era dilettante del Fénix de la rubia Albión. ¡Claro, pruebe Ud. a escribir los dichosos pentámetros en castellano y no en inglés !  No fue tarea fácil, se lo puedo asegurar, pero salí airoso.”

“Otra vez vinieron a encargarme un trabajo para un ministro, creo. ‘Quiero algo importante’, me dijeron, ‘algo que recuerden durante  mucho tiempo. Que cada vez que alguien lo lea, se pregunte quién ha sido  y porqué mereció  tales versos ‘. Porque lo quisieron en verso. Hay cada uno, vea...”

“Por lo general, pido una fotografía del destinatario de mi verba. La imagen me inspira porque, sabe, en alguna parte leí (creo que lo dijo Abraham Lincoln) que después de los veinticinco años, un hombre es responsable de la cara que tiene. Yo no sé si Lincoln dijo eso, pero quien lo haya hecho, le aseguro,  amigo, que tiene razón.  Un sujeto con cara de delincuente, rara vez no lo es. Alguien cuya boca tiene la mueca falsa del estafador, lleva en su haber muchos desfalcos perpetrados. Aquél cuya frente traicione sus pocas luces, lo lleva dibujado en las facciones toscas. Nunca me tocó que un genio de la ciencia tuviera expresión aborregada, no señor. Y le aseguro que tengo amplia experiencia.”- 

Aspiró el Particulares ’33 con placer, como invitándome a hablar, pero preferí asentir sin abrir la boca. Él se ocupó de llenar el vacío.

A esas alturas, yo ya no podía dejar de mirar los labios violáceos adornados con el bigotito de rufián, que me hipnotizaban con su discurso de encantador de serpientes. Ya no me importaba su saco beige de cuatro botones, ni la flor anacrónica en el ojal, ni el pelo azul engominado hasta reflejar las luces temblorosas del bar. Sólo la boca y lo que esa boca de dientes desgastados y manchados de tabaco, decía.

 - Yo miro la foto durante un rato largo, - continuó con ritmo mesurado - le estudio las facciones, le calculo la relación entre el tamaño de las orejas y la cabeza ; aprecio si las dimensiones de la nariz son acordes con las de la cara ; analizo las arrugas de la frente : horizontales, de preocupación ; verticales, de inteligencia.  Pocas veces he visto gente de bien con narizotas enrojecidas o bulbosas. La mirada es muy importante : huidiza, frontal, honesta, calculadora. Nadie puede mentirle a una inocente cámara fotográfica, justamente porque es tan inocente. “

“Imagínese entonces lo duro de la tarea cuando debo escribir loas a un sinvergüenza, alabar a un estafador, mencionar la humildad de un vanidoso y egoísta empedernido, ensalzar las buenas costumbres de un lujurioso, hablar de la generosidad de un avaro, enumerar las buenas obras de un perezoso, en fin , que no hay pecado capital que no desee esconderse tras mis versos.”

“Ud. podrá decirme : pero hay gente buena. Yo le contesto : son los menos. Casi todos tienen algún vicio que descubro en mi observación minuciosa y en la boquita caprichosa de una niña de sociedad, hallo desprecio por los inferiores u ocultas concupiscencias que desmienten el virginal aspecto ; detrás de la estampa de pro-hombre de algún militar vestido para su mayor gloria, encuentro siempre la soberbia del poderoso ; los ricos no pueden ocultar a mi ojo analítico su ansia de más riquezas. “

“Los desnudo, pero sólo para mí, porque lo único que me está permitido escribir, en definitiva, son mentiras.”

“Ud. puede argumentar : ¿y los niños ? ¿qué hay de su inocencia ? ¿Acaso hay maldad en un infante ? ¿Puede acusar a la pureza de haber cometido pecado ?”

“Punto a su favor, mi amigo. Y le garantizo que escribir para ellos siempre es tarea ingrata. “

“Extrañamente, los que vienen a buscar mis especiales talentos, las más de las veces lo hacen con hipocresía. Se aprende mucho sobre las miserias humanas en mi profesión. Porque yo entiendo que lo mío es sumamente profesional. Mantengo una actitud distante con mis clientes, como conviene a cualquier técnico especializado en arduas materias. No puedo permitirme el involucrarme con sus emociones, sus sentimientos, sus falsedades y sus mentiras. Imagínese si cada vez que viera una foto, el hecho me afectara. ¡Bien me iría en este negocio !  No señor, yo soy muy profesional en este aspecto. Nada de intimar ni pretender conocer al homenajeado a través de las palabras de los clientes. Me baso en mis impresiones que por lo general, son más que acertadas. No en vano tiene uno prolongada experiencia en estos asuntos.”

 “Ya le digo, amigo, lo más difícil es cuando me encargan un trabajo para un chico. Con los adultos, he llegado a desarrollar una especie de coraza que me protege y protege a mi clientela.”  

El frío me estaba calando hasta los huesos y me di vuelta dos o tres veces a pedirle inútilmente al mozo que cerrara la puerta.  La luz que entraba desde la calle era cada vez más apagada. Se viene una tormenta de época y como buen estúpido, salí sin paraguas. Me froté los brazos con manos ateridas, maldiciendo mi mala costumbre de salir sin abrigo nada más que por llevarle la contra al eterno mandato materno: “Llevate un saco por si refresca”.

El tipo pitó otra vez y yo me removí en la silla, incómodo por la aguda observación a la que me sentía sometido. Los ojos de este tipo no tienen fondo, pensé. Caí en la cuenta de que no podría decir de qué color eran. Debe ser la poca luz de este lugar de mala muerte. Le digo cualquier cosa y me voy. Que vengo otro día, o que no traje la foto. No le pregunté cuánto cobra o si lo hace por adelantado : en una de esas zafo por ese lado. Tenía la plata justa para el boleto de vuelta. Qué se yo. Cuando levanté la mirada, él asintió meneando la cabeza, la sonrisa eterna y violácea prendida de su cara. Se sacó la boquilla de entre los labios, miró la brasita del Particulares y me dijo :

 - Aunque si le cuento algo, ¿me creerá ? Es la primera vez que el cliente es a la vez el interesado y el destinatario. Ah, disculpe, allí vienen a retirar un trabajo. Un momentito nada más y continuamos.-

Un hombrecito callado y gris se acercó y mi anfitrión le entregó un sobre de papel madera. El hombrecito agradeció muchas veces y se fue.

Mi hombre fijó sus ojos insondables en mí y sentí un escalofrío en la espalda.

 - Bueno, Roberto, y dígame, ¿a qué hora lo llevan ?-

* Escritora argentina

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