Ese juego, relato por Silvana Boggiano

Empecé dormida mi peregrinaje hacia el parto. No recuerdo qué estaba soñando. Tal vez mi hijo se encrespó de golpe, como una ola gigante y me desperté en medio de un maremoto interior. Había dolores olvidados; me sentía en la menarca, cuando me descubrí mujer entre espasmos y sangre. Pero esto era más intenso y menos doloroso: inundaba la cama, el cuarto entero.

Somnolienta como estaba, comprendí que debía seguir el ritual. El sudor y la postura animal que adopté para estar más cómoda, me resultaron extraños. Jadeaba como una perra o una vaca. Y como ellas sólo seguía el oleaje de mi vientre. No pensaba, me abandoné al ritmo que marcaba mi hijo. Me lo imaginaba allá adentro, ajustando sus fuerzas y arremetiendo contra las paredes de carne que empezaban a ceder.

Misteriosamente repetía su ceremonia en forma puntual, como me lo habían contado. Pasó un tiempo hasta que miré el reloj. Controlé los minutos, mientras percibía la pobreza de mi realidad cronológica frente a la perfección de su rito: estaba naciendo.

Tomé conciencia de que podía comprender las reglas de su juego si trataba de recordar mi origen, cuando era sabia como él y seguía solamente las normas de la naturaleza. Y me dejé hacer. Traté de preservar en mi interior todo lo que mi hijo dejaba al salir. Intenté conservar las sensaciones cuando comprendí que nuestra ceremonia se agotaba.

Él se replegó y se lanzó a la orilla por última vez, encrespándome entera. E inmediatamente después con un suspiro lento, mi mar entró en calma.

Había parido y había comprendido.

Volví como de un largo viaje, en soledad total, después de un naufragio. Junté los retazos, lo que había quedado de ese juego sucio y bello, y quedé en completo silencio.