En
el segmento A1 tiene vigencia el conocimiento por imágenes
(eikóna): la imaginación o conjetura (eikasía).
Llama imágenes Platón primeramente a las sombras, luego a
los reflejos o figuras en el agua y en todo lo que es
compacto, pulido, brillante y a todo lo que sea por el
estilo (fantásmata). Tenemos, pues, en esta
comparación, servatis servandis, una especie de
"estadio del espejo", del que hemos de salir para
no quedarnos en un conocimiento basado en apariencias
fantasmáticas que nos engañan según él respecto del
verdadero conocimiento de la realidad. Ya veremos qué cosas
son esas imágenes o fantasmas.
En
el segmento A2, hay que colocar todo aquello de lo
cual surgen las imágenes: los animales que nos rodean, las
plantas, y todas las cosas fabricadas o producidas por los
hombres. O sea, lo que es nacido de la naturaleza, vive (zoõa)
y crece (fyteutón), y lo que ha salido de la
industria humana (skeuastón). Al tipo de saber de
esta sección lo nombra convicción o creencia (pistis).
Al
conocimiento que se da en ambos segmentos A1 y A2 pertenece,
según Platón, al género de lo opinable (tò
doxastón). Esta clase de conocimiento se encuentra
respecto del verdadero como una copia siempre imperfecta lo
está respecto del original acabado y perfecto que ha
copiado.
En
el segmento B1, se dan los conocimientos obtenidos
mediante un pensamiento lógico discursivo o diánoia,
como es el de la geometría o el del cálculo (logismós).
Son conocimientos del tipo hipotético-deductivo: parten de hipótesis,
o sea de supuestos que se dan sin demostración por
verdaderos, por evidentemente verdaderos, a fin de deducir
conclusiones finales también ellas verdaderas. No obstante,
en la enseñanza que deriva de la lógica del segmento B1 se
pueden usar, para facilitar el aprendizaje, imágenes
sensibles y objetos de los anteriores segmentos A.
Por
ejemplo, no podemos tener una percepción sensible de que
para todo triángulo se cumple la fórmula atribuida a Pitágoras,
o sea de que la suma del cuadrado de los catetos es igual al
cuadrado de la hipotenusa: a2 + b2 = c2.
Tampoco podemos captar con nuestros ojos que, siguiendo esa
fórmula, la hipotenusa de un cuadrado de 1 de lado es la raíz
cuadrada de 2; y muchísimo menos aún que esa raíz no se
puede medir con exactitud en números enteros: no hay
ninguna solución exacta usando tales números. Por esta
"inconmensurabilidad", como se sabe, la raíz
cuadrada de dos fue considerada entre los griegos un número
"irracional", y, según se cuenta, guardada como
un secreto. Era un verdadero escándalo para la tersa y
cristalina racionalidad de la matemática [1].
Quizás
a muchos de ustedes les cueste entender lo anterior,
justamente porque lo expuse sin apoyos sensibles, sin
figuras ni objetos que podamos ver o tocar. Entenderlo, dice
Platón sólo es posible en el campo del pensamiento
discursivo (o dianoia), campo que integra el ámbito
opuesto al sensible: el ámbito de lo sólo pensable o
inteligible, noetón. Esto quiere decir que tenemos
en esta parte un tipo de enunciados cuya comprensión
intelectual se alcanza exclusivamente por razonamientos lógicamente
argumentados. Sin embargo, admite que en él nos podemos
ayudar con alguna imagen que nos facilite su comprensión.

En
esta figura podemos ver que la superficie del cuadrado
exterior es exactamente el doble de la superficie del
cuadrado interior resaltado en negrita: en un caso 16,
en otro 8 triángulos. Asimismo, es posible captar
que si la superficie del primero es 4 (el lado del cuadrado
es 2, la suma de 1+1), la superficie del segundo es 2: o sea
el resultado de elevar al cuadrado el número que
corresponde a su lado (número que obtenemos con el teorema
de Pitágoras). Ahora bien, el único número que elevado al
cuadrado da 2 es la raíz cuadrada de 2.
Pero
Platón sostiene que todavía hay otro campo que pertenece
al ámbito noetón, de lo que sólo se
"ve", de lo que se capta intuitivamente sin
razonamientos discursivos, sin mediaciones: el conocimiento
por contacto directo de la pura inteligencia o intelecto
(nóesis o noûs). Ése es propiamente el ámbito
de las realidades plenas y perfectas, llamadas por él Ideas,
donde la Idea del Bien ocupa el lugar más alto y soberano.
Llegar a esta última ha de ser el objeto supremo del
aprendizaje (máthema) a través de la dialéctica.
La
cuestión de las ideas en Platón ha sido siempre otro dolor
de cabeza. Para no perdernos en discusiones interminables,
siguiendo una sugerencia de Eggers Lan, voy a entenderlas
aquí como la perfección con que podemos concebir la
realidad de algo (un objeto, una cualidad, una relación)
[2].
Bajo esta perspectiva, una de las tantas admisibles por el
texto platónico, en cada Idea está presente el Bien.
Incluso las hace ser Ideas, pues les da unidad y unicidad -
un elemento fundamental de su bondad y perfección. Por eso,
la Idea del Bien, para Platón, está en la cúspide de la
jerarquía ontológica y es la aspiración final de la
filosofía.
No
diré más sobre la línea. Paso a la famosa caverna.
La
caverna: una alegoría de la condición humana
Platón
describe el estado en que se encuentran los seres humanos
con respecto al conocimiento de la realidad y su educación
echando mano a la imagen de una caverna [3].
En lo más profundo de ella, hay hombres prisioneros desde
su niñez, con las piernas y el cuello encadenados, pudiendo
mirar tan sólo lo que tienen delante de sí. En el fondo de
la pared ven las sombras de unos objetos proyectadas por la
lumbre de un fuego que está detrás, lejano y en plano más
elevado, ubicado entre la entrada de la caverna y un camino
por donde pasan hombres hablando o callados, portando esos
objetos (utensilios, figuras de hombres, animales de piedra
o madera, etc.). Sus voces rebotan como en eco, dando la
sensación de que las sombras en la pared son las que
hablan. Platón concluye en esta parte:
No hay duda de que tales hombres no
tendrán por verdadera ninguna otra cosa que las sombras de
los objetos. 515 c
Bien,
si un prisionero fuera liberado tendría por más reales a
las primeras sombras que a los objetos que comenzaría a ver
directamente. Además, al mirarlo, lo encandilaría la luz
del fuego y le dolerían los ojos. Si luego subiera por una
cuesta escarpada, y saliera al afuera, donde está el sol,
volvería a sufrir la intensidad de la luz. Tendería a ver
las cosas por sus sombras o reflejadas en las aguas primero,
antes de acostumbrarse a verlas directamente. Y se sentiría
en un comienzo más cómodo a la noche que durante el día.
De todos modos, terminaría por darse cuenta que las
verdaderas cosas y el verdadero conocimiento de ellas se da
en ese afuera luminoso, en el que la Idea del Bien, como un
sol, difunde su luz. Allí aprendería a no dejarse engañar
por las apariencias que dentro de la caverna tomaba por
realidad verdadera y única.
Una
vez que haya realizado tal aprendizaje, habrá que forzar al
liberado a que vuelva a la caverna para que a su vez libere
a sus antiguos compañeros de prisión. Al volver tendrá
que acostumbrarse de nuevo a la oscuridad o la falta de luz.
Como no verá bien (a pesar de sus "luminosos"
conocimientos del afuera) hará un papel ridículo y, anota
Platón en una probable alusión a Sócrates, hasta correrá
peligro de muerte:
Y si tuviese que competir de nuevo con
los que habían permanecido constantemente encadenados,
opinando acerca de las sombras aquellas que, por no habérsele
asentado todavía los ojos, ve con dificultad - y no sería
corto el tiempo para acostumbrarse -, ¿no daría que reír
y no se diría de él que, por haber subido hasta lo alto,
ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni
aun de intentar una ascensión semejante? ¿Y no matarían,
si encontraban la manera de echarle mano y matarle, a quien
intentara desatarles y hacerle subir? 516 e - 517 a
Confiesa
Platón que sólo la divinidad sabe si su imagen de la
caverna es acertada, pero él está convencido de que es así
(517 b).
Dejo
aquí la narración. Tenemos ya los elementos mínimos para
entender la mención de Zizek a la famosa imagen de la
humanidad cavernícola fabulada por el filósofo ateniense,
sobre cuyas anchas espaldas se apoyó el Occidente. Faltaría
tan sólo una "superposición" entre esta alegoría
y la imagen de la línea para ver qué nos arroja esta
fecundación mutua.
Sin
esperar una correspondencia exacta punto por punto, en un
sentido grueso podemos afirmar que el fondo de la caverna es
equivalente al segmento A1 de la línea, el lugar de las
sombras y de las apariencias fantasmáticas, reino de la
imaginación y de las imágenes "virtuales" - como
lo son para Platón los poemas homéricos o el teatro de la
tragedia, sus mitos y sus máscaras, las pinturas o
esculturas - meras proyecciones de objetos reales [4].
Estos objetos reales se encuentran en lo que equivaldría al
segmento A2, y se captan por los sentidos, "empíricamente".
O se construyen gracias a técnicas nacidas del ingenio
humano (por ejemplo, al arte de la metalurgia, de la cerámica,
la pintura o el tallado). O resultan de otros saberes técnicos
como el arte de la guerra, o de la navegación.
Todo
el ámbito A está, pues, dominado por la opinión,
o sea por conocimientos que no tienen necesariamente
asegurada su verdad. O peor aún: en ciertos casos, a juicio
del filósofo ateniense, son decididamente engañosos, o
mentiras dañinas, o locas fantasías ilusorias. Tal era el
caso de muchos rasgos dioses, diosas, héroes y heroínas
presentados en los mitos de los poetas y autores trágicos
con las pasiones humanas, para él, más detestables,
incompatibles con una verdadera figura de la divinidad, o
con los modelos humanos en que habían de ser educados los
hombres y mujeres de su ciudad soñada [5].
Creía,
en cambio, que el conocimiento que se movía en el ámbito
del intelecto o del pensamiento discursivo, que corresponde
al segmento B era el único que se adecuaba a la
realidad de las cosas como en verdad son en sí mismas. Por
tanto, era el único que podía alcanzar las ideas y
principios que daban fundamentos necesarios y firmes a sus
pretensiones de verdad, y a su intento de asentar sobre ella
su proyecto de una ciudad justa en la que tuviera cabida el
filósofo, o sea Sócrates. En la caverna ese ámbito
corresponde al afuera, donde reina la Idea del Bien, esa
idea que guía al método dialéctico en su deseo por saber
cuál es la mejor, la más perfecta realización de cada
cosa.
La
caverna, pues, ha sido una metáfora señera de la metafísica
de la visión y de la luz del Occidente, una figura clave en
el triunfo del dios uránico de los indoeuropeos, Dyeus,
dios celestial y luminoso, claridad del día, fecundador de
la tierra, vencedor de Crónidas y Titanes, señor del águila
y del poder del rayo. Ha dado ella lugar a un sin fin de
lecturas, ha suscitados las interpretaciones más diversas,
algunas de ellas muy antiplatónicas. Pasaré revista a unas
pocas en función de este seminario.
Las
lecturas más diversas...
Es
un lugar común sostener que "siempre se dice más de
lo que se dice", como "siempre se dice menos de lo
que se puede decir" (a veces callando cosas que se
saben ex professo; otras veces, no diciéndolas por
ignorancia). No es necesario recurrir al inconsciente
para que estos enunciados cobren sentido (aunque en el
contexto de este seminario sea de importancia suma). Se
puede afirmar lo mismo de las frases más sencillas o hasta
con saludos como "¡Buen día!".
Analicemos
este ejemplo cotidiano en aulas universitarias: "H2O es
la fórmula química del agua". Aquí hay muchas cosas
que no se dicen ni acerca de esos signos ni acerca del agua.
De esos signos (que son una representación simplificada de
la estructura molecular del agua) no se dice de manera explícita,
que presupone la teoría atómica y que es el resultado de
una operación de medida (el 2 es vestigio de ella). Tampoco
se dice que es el producto de una racionalidad calculadora
ni que tales símbolos se usan en ecuaciones para calcular o
predecir reacciones. Y sin embargo todo eso "está
dicho" y hay quienes saben "leerlo" u "oírlo".
Por
otro lado, se podría afirmar, desde un punto de vista semiótico
y siguiendo a Hjemslev, que en esos símbolos podemos
distinguir dos planos: el del contenido y el de la expresión.
Y en cada uno de ellos podemos a su vez distinguir dos
aspectos, el de la forma y el de la sustancia.
Por lo general el químico esto no lo dice porque lo ignora.
En cambio, sería casi una tontería afirmarlo para quien
haya leído a Hjemslev o a cualquier manual de semiótica
que lo expusiera. Otras cosas relativas al agua tampoco se
dicen: que es bebible, que lo usamos para lavarnos o para
apagar las brasas, que es un fluido, o un problema ambiental
o un problema social.
Ahora
bien, si una afirmación tan sencilla como la anterior
admite tan distintas lecturas, cuánto más un relato más
complejo como el de la línea y la caverna que inventó Platón
al escribir la República. Expondré unas pocas.
Una
lectura convencional, de larga tradición, es la que ha
negado valor de verdad a la poesía, al mito, a las bellas
artes (incluyendo entre éstas a la fotografía y al cine),
o a las artes de interpretación como el teatro, la danza o
la retórica. A estos productos de la cultura se los acepta
de buen grado como adornos o lenitivos que mitigan el
gravamen de la vida: la vuelven bella y llevadera [6].
En el mejor de los casos admiten para tales fenómenos
culturales un papel heurístico: el de prefigurar lo
verdadero. En el peor, los consideran engañosos, ilusorios,
dañinos, amorales, peligrosos (p. ej., mitos y ritos).
Con
el auge de la ciencia moderna, las posturas positivistas le
negaron ese valor de verdad a las restantes filosofías (y,
en especial, a la platónica). El positivismo luchó
denodadamente contra lo que consideró idealismo metafísico
(principalmente por su falta de apoyo empírico-experimental),
y sólo admitió como conocimiento confiable al científico,
sobre todo cuando éste se fundaba en el paradigma de la
ciencia física inaugurada por Galileo, Descartes y Newton.
Y aunque terminó aceptando que tampoco la ciencia podía
conocer las cosas tal como son en sí mismas (una de las
creencias griegas que cayó en la época moderna), siguió y
sigue defendiendo que al menos es aproximadamente
verdadero y esa proximidad a la verdad hace posible el éxito
pragmático en el trato con las cosas, permite el dominio técnico
y la transformación de la naturaleza. Pese a esto, sin
embargo, al final debió admitir sus propios presupuestos
metafísicos y el componente de idealidad de los elementos
inobservables de sus teorías y modelos construidos con la
razón y la imaginación. Como debió admitir la idealidad
de la estructura métrico-matemática de sus leyes y
funciones, y reconocer al mismo tiempo los efectos reales, a
veces mortíferos, de una y otra irrealidad ideal.
Hubo
quienes, como Conford, asociaron la imaginería de la
caverna a misterios órficos, en los cuales un primer paso
de la iniciación habría consistido en conducir al catecúmeno
a cavernas o cámaras oscuras que representaban el mundo
subterráneo, los lugares inferiores ("los
infiernos"), para que le fueran revelados objetos
sagrados a la luz de una hoguera. Eggers Lan, de quien he
sacado esta referencia, no se muestra muy conforme con esta
interpretación [7].
Porque podrá Platón haberse inspirado en la iniciación órfica
[8],
pero es claro que, si el hombre griego pre-homérico buscaba
la verdad de boca de la Diosa Madre en grutas subterráneas,
la caverna de la alegoría se presenta como su
contrapartida: hay que salir fuera de ella para ver la
verdad. Ésta habita en las alturas luminosas, no en la
oscura tierra. Lo que condice con la preeminencia de las
divinidades uránicas, que desplazaron a las ctónicas, y de
las que es "descendiente" el dios de la metafísica.
Otra
lectura, hoy por hoy un verdadero lugar común, es acusar al
idealismo de Platón de haber hablado de un mundo
"invisible", separado del mundo real y visible en
que vivimos y penamos, y haber dado a ese mundo ideal, de
realización perfecta de las cosas, sus famosas ideas, el
estatuto de ser el verdaderamente real. Esto, a una con sus
consecuencias políticas es muy conocido, de modo que no
necesito insistir en ello, salvo recordar que unida a esta
acusación se suele citar el hecho de que, en parte debido a
la alegoría de la caverna, la metafísica de Occidente
estuviera marcada por las metáforas "oculares" de
la luz y la visión.
Se
ha aprovechado igualmente a la alegoría para hablar de la
educación como aparato ideológico. Por ejemplo, que ella
reproduce conocimientos que son mera apariencia y falsedades
pero que ayudan al mantenimiento y reproducción del
sistema; que inculca valores que sólo valen para los débiles.
Todo está armado para hacerles soportar el poder de los
poderosos, quienes "más allá del bien y del
mal", configuran el orden social y los aparatos del
Estado a fin de mantener sus intereses de clase, sus privilegios y su hegemonía. Y se ha
argumentado que la ideología se encuentra en la creencia
misma de que más allá de los límites del universo finito
existe una auténtica realidad desde la que hemos de pensar
el nuestro y ponerlo en tela de juicio.
No
faltaron, en consonancia con lo anterior, lecturas
anticapitalistas en nombre del socialismo, de las que se
hace eco Zizek. Según este enfoque el capitalismo tardío
nos coloniza con su liberalismo y su cultura industrial y
tecnológica, construye farsas, y nos mantiene prisioneros,
engañándonos con apariencias e imágenes virtuales (una
especie de espejitos de colores) que nos ocultan la verdad
de la dominación globalizada y el robo de nuestras energías
para su propio mantenimiento [9].
Y
tampoco faltaron las réplicas antisocialistas, aduciendo
que el socialismo real (ya nadie puede engañarse, dicen,
con su figura idealizada) colonizó la subjetividad con su
revolución y su maquinismo industrial, construyó farsas y
fantochadas, hizo prisioneros mentales y reales (en los
gulags), adoctrinó y engañó con apariencias y amenazas de
traición, y ocultó también la verdadera realidad, robando
la energía de los hombres para su propia reproducción [10].
Otra
de las lecturas famosas es la feminista. Luce Irigaray, por
ejemplo, juzga que la imagen de la caverna es producto de la
cultura falogocéntrica. Asociando la caverna con el útero
(hystera), subraya que la pared última de la
caverna-útero, aquel lugar del que todos provenimos, está
oscurecido en el relato platónico. Se lo muestra como el
refugio de la ignorancia encadenada a la materia, a las
sombras, a los ecos. Platón le quita el logos a ese
espacio del origen. Y entonces invierte lo más originario:
a partir del relato el logos pasa a estar en el
afuera luminoso, definido como el lugar de lo verdadero. La
mujer así queda convertida en "a-lógica", en lo
inefable, en el continente oscuro, en lo innombrado...[11]
Fecunda
también ha sido la lectura que enrostró a Platón que la
imagen de la alegoría es una imagen más de las apariencias
espectrales y sombras engañosas tomadas por realidad. Que
su famosa caverna no tiene un estatuto epistemológico
superior a los mitos de Homero o de los poetas trágicos. Es
igual a ellos. Por tanto, podría ser expulsado de la
ciudad, como él expulsó de su Politeia a Homero y a
los demás mitólogos. Grave acusación, pues, en la que
quiero detenerme un poco [12].
"Con
Platón contra Platón"
Hasta
donde llegan mis lecturas, ha sido P. Bourdieu el que ha
propuesto como método para hacer avanzar la ciencia y sus
propuestas el tomar un autor y utilizarlo contra sí mismo [13].
Sin duda, es un método del que resultan conclusiones
sugerentes y más de una sorpresa (sobre todo para quienes
se creen jueces inapelables de los demás). Él lo propone
para autores que han influido en buena parte el destino de
la sociología. Creo que es aplicable también al artículo
de Zizek o a un ensayo filosófico como éste.
La
caverna, figura de la situación del género humano, es una
creación imaginada por Platón. En esa alegoría, el
conocimiento por imágenes pertenece al ámbito menos
confiable del conocer, al lugar de las apariencias, de la
proyección de sombras engañosas que se toman por la
verdadera realidad. Se dan esas imágenes en el espacio
oscuro de los "cuentos" contra los que tanto luchó,
el espacio de los relatos de Homero, de Hesíodo, de los trágicos...
Eso
quiere decir que el suyo también es, de acuerdo con su
propia imagen, un cuento más, una fantasía que puede
resultar no sólo engañosa sino incluso dañina o
perjudicial. No pocos antiplatónicos, muchos de ellos bajo
el padrinazgo de Nietzsche, sacaron esta conclusión y
combatieron su idealismo, denunciaron la mentira de su mundo
inteligible, y condenaron sin suavidad su metafísica
sostenida en la metáfora de la luz y la visión.
Me
resulta sugerente el análisis que hace R. Kaiser en el artículo
que acabo de citar. Insinúa que la contradicción en que
parece sumergirse Platón (su propio relato se puede ubicar
en el lugar condenado por él mismo) se funda, en una
primera aproximación, en el carácter ambiguo de su ficción.
Pues, por un lado, pretendió pintar la realidad humana y
por otro no la pintó como es: los hombres no vivimos en
cuevas atados, mirando pasar sombras nada más [14].
Así, condenó la irrealidad de las imágenes, siendo su
propia imagen de la caverna exagerada e irreal
ella misma.
Dando
un paso más, Kaiser sostiene que en su lucha contra los
poetas y dramaturgos, educadores del pueblo de Atenas y de
sus dirigentes (a quienes, junto con los sofistas, quería
desplazar y desterrar), Platón construyó una imagen
distorsionada del poder revelador de las imágenes del arte
poético, dramático y retórico - imágenes engañosas,
distorsionantes, falsificadoras según él -. Negó que el
espectáculo teatral y los relatos homéricos puedan ser
considerados como una manifestación de verdadera realidad.
Con lo que, al poder ser calificados de ser sombras, ecos y
fantasmas, dio a entender que no entendía muy bien la
realidad de las imágenes y de la ficción.
Lo
curioso y notable es que les opuso sus propias ficciones: la
ficción de sus diálogos y de sus mitos controlados por el
logos (501 e), la ficción de sus politeias
gobernadas por filósofos o legisladas por ancianos (Las
Leyes 685 a) y la ficción de las máscaras de sus
personajes (con Sócrates como actor principal - a quien no
tiene problemas en presentarlo retóricamente como un
coribante llegado el caso). "En la vieja disputa entre
la filosofía y la poética" (607 c), él tomó
partido: quemó sus escritos poéticos o tragedias
juveniles, arrinconó a la ficción del mito y de la máscara
teatral (o del ritual dramático), y puso en escena las que
él mismo construía. Tuvo éxito: dejó su sello hasta hoy
en el pensar de Occidente. En buena medida su genialidad se
muestra, creo, en este suceso [15].
Además,
siguiendo una típica actitud intelectual griega, Platón
con su imagen de la caverna pretende hablarnos de la
naturaleza humana, en una de sus dimensiones fundamentales:
en este caso, la educación (514 a). Sin embargo, su
presentación tampoco obedece a lo que realmente acontece en
la realidad. Los hombres no somos tan necios y estúpidos,
tan faltos de luces, como para confundir siempre y en todos
los casos apariencia y realidad; o para asistir al teatro
como "mentecatos", o como don Quijote (cap. 26 de
la Segunda Parte) quien con "esa fiebre perpetua de
heroísmo inoportuno" (Ortega y Gasset) arremetió en
la venta contra el teatro de títeres en el que se
representaba la liberación de Melisendra mujer de don
Gaiferos, y prisionera de los musulmanes en Zaragoza durante
años. Perseguidos ambos por los moros al huir a Francia de
donde eran, Don Quijote creyó que era real la persecución
que allí veía en el retablo:
Viendo y oyendo, pues, tanta morisma y
tanto estruendo Don Quijote, parecióle ser bien dar ayuda a
los que huían y levantándose en pie, en voz alta dijo:
- No consentiré yo que en mis días y
en mi presencia se le haga superchería a tan famoso
caballero y a tan atrevido enamorado como don Gaiferos. ¡Deteneos
mal nacida canalla; no le sigáis ni persigáis; si no,
conmigo sois en batalla!;
Y diciendo y haciendo, desenvainó la
espada, y de un brinco se puso junto al retablo, y con
acelerada y nunca vista furia comenzó a llover cuchilladas
sobre la titerera morisma, derribando a unos, descabezando a
otros, estropeando a éste, destrozando a aquél, y, entre
otros muchos, tiró un altibajo tal que, si maese Pedro no
se abaja, se encoge y agazapa, le cercenara la cabeza con más
facilidad que si fuera hecha de masa de mazapán.
Aunque
haya muchas bromas al respecto, la gente, por sencilla que
sea, no confunde tan fácilmente la ficción del teatro o la
novela con la realidad cruda.
De
todos modos, es cierto que la duplicidad inherente tanto a
la representación teatral o a la narrativa literaria, como
a las acciones rituales o al lenguaje mítico, en los que
todo tiene la ambigüedad o ambivalencia entitativa de ser a
la vez real e irreal (habrá que pulir un poco
más esta distinción; bastante más) nos pone en peligro
constante de quedarnos con una sola de las dos caras de la
ficción dramática. Es así como solemos tomar nuestras
ficciones por verdaderas, y aquellas contra las que luchamos
por falsas o distorsivas. Además no interpretamos nuestras
ficciones al pie de la letra. En cambio, nos complace la
literalidad al interpretar las que nos disgustan. De esta
manera se nos hace fácil ridiculizarlas.
Al
hacer esto último, como hacía Platón con la literalidad
de los mitos homéricos, por ejemplo, se pueden matar dos pájaros
de un tiro: por un lado, rechazar como ilusorio y dañino lo
que de acuerdo con las propias interpretaciones y creencias
es inadmisible; por otro, ofrecerse como liberadores del
engaño o la mentira.
Es
interesante ver cómo se ha ido reproduciendo este
ofrecimiento de liberación a lo largo de la historia de la
filosofía. Siguiendo una sugerencia hecha por Kaiser en el
artículo citado, haré una brevísima alusión con tres o
cuatro casos solamente.
Por
la liberación de los condenados en la caverna
Los
philosophes de la Ilustración , por ejemplo, se
pusieron como propósito iluminar a todos los hombres del
planeta. Liberarlos no tanto de la ignorancia - más fácilmente
superable - como de los prejuicios de la tradición que, los
mantenían, según ellos, en la minoría de edad [16].
Y así se dispusieron a decirles cómo pensar con autonomía
racional, críticamente, por sí mismos, contra la
superstición y la idolatría, o contra una determinada
representación de Dios (en aquellos ilustrados, claro, que
eran teístas, pues los hubo ateos), o contra el fanatismo y
la intolerancia, o contra la autoridad externa cuyas
decisiones y medidas no estuvieran basadas en la razón, etc
[17].
Heredero
de la Ilustración, Auguste Comte propuso, con fervor
religioso (literalmente), tres estados o etapas inexorables
en la "ley de evolución intelectual de la
humanidad": el estado teológico o ficticio,
infantil, dominado fundamentalmente por la imaginación de
tipo mágico-religioso (fetichista, politeísta, monoteísta)
para explicar la naturaleza íntima de las cosas, su origen
y destino; el estado metafísico o abstracto,
juvenil, dominado por el razonamiento lógico y el concepto
de naturaleza (preparando así el verdadero ejercicio
de la ciencia) que si bien no recurre entonces a figuras
sobrenaturales, desdeña sin embargo la observación
experimental para las mismas explicaciones buscadas en la
etapa anterior; por último, el estado positivo o real,
en el que se alcanza la madurez (o "virilidad") de
la humanidad mediante la ciencia moderna, que renuncia a las
investigaciones absolutas para buscar, por aproximación
sucesiva, las leyes o relaciones constantes entre los fenómenos
o "hechos" observados.
Todavía
hoy, a pesar del descrédito en que cayó casi desde sus
inicios, la filosofía positivista de Comte tuvo muchísimo
éxito en imponer estas imágenes simplificadas y llenas de
prejuicios. Y aunque a muchos les disguste oírlo, el mismísimo
Marx, que desautorizó desdeñosamente a Comte, tuvo ciertas
afinidades con esa filosofía [18].
Entre ellas habría que destacar el intento de barrer con
los densos prejuicios de épocas pasadas para reemplazarlas
por una autocomprensión racional.
Su
filosofía, enemiga declarada de todo idealismo, incluyendo
por supuesto al platónico, se propuso llevar a cabo una
clarificación crítica y racional de la conciencia, de
clase e individual, de los hombres a fin de terminar con las
representaciones del mundo y de lo que hay en él (en
especial en lo que se refiere a la economía política, los
aparatos del Estado, la lucha por el poder, las clases
sociales, la historia, etc.), que a juicio del marxismo son
falsas. El conjunto de esas representaciones (no siempre muy
articulado ni coherente) es lo que se suele llamar ideología.
Por lo general, ésta tiene en el marxismo un sentido
peyorativo: el conjunto de imágenes, mitos, ideas o
conceptos, según los casos, que da una imagen o
representación falseada y falsificadora de la realidad y de
las condiciones reales en que se desarrolla la vida de los
hombres. Hay, pues, que liberar a los hombres de estas
falsificaciones y mentiras.
Nietzsche,
cuyo antiplatonismo fue manifiesto, se propuso también como
nuestro liberador de los engaños en que nos sumieron, a su
juicio, Platón, el judeocristianismo, al hacernos creer,
entre otras cosas, que hay un afuera luminoso o un más allá
donde se nos revelará la verdad. Sostuvo que no hay tal
cosa como "la verdadera realidad": la verdad sería
una mentira vital, una mentira necesaria para vivir. Las
categorías del (supuesto) ser verdadero de las cosas son
signos del no ser, de la nada, según él [19].
Zizek, en consonancia y en clave lacaniana, declara que la
verdadera realidad es un vacío, un hueco falto de toda
realidad ("el desierto de lo real"), alrededor de
cuya imposibilidad ontológica se organiza la realidad,
incompleta e incoherente.
Lo
común a todas estas posturas, no importando cuán
incompatibles se vean entre sí, es que es siempre un
intelectual, liberado de alguna caverna en que ha creído
estar prisionero de convicciones erróneas e ilusorias, o
encadenado por una falsa o mala conciencia, se juzga a sí
mismo destinado a liberarnos, contándonos a todos los
hombres, a la manera platónica que hablaba a "helenos
y bárbaros", cómo son las cosas en realidad de verdad
o mostrándonos, ahora sí, el verdadero rostro de lo real
(entendiéndose "lo real" como se entienda). Se
entabla así una lucha entre los distintos intelectuales que
se presentan como liberadores de los falsos liberadores...
Cada uno de ellos pretende darnos una apreciación más
adecuada que las otras de lo real, de la realidad o de lo
que las cosas son "en realidad de verdad".
Esa
situación nos obliga a plantearnos algunos interrogantes:
¿a quién prestaremos más atención? ¿Acaso hay criterios
para definirlo? ¿Qué hace preferible una metáfora o una
imagen a otras? ¿Hemos de aceptar esa preferencia como válida
en toda circunstancia, siempre y en todo lugar? ¿Basados en
qué?
Zizek
plantea la distorsión que produce lo real. Eso significa
que él también tiene una visión distorsionada. ¿En qué
medida esa deformación incide y condiciona su visión sobre
"lo real"?
Pareciera
que lo más adecuado (hablo con cierto simpleza y
trivialidad elemental a propósito) es admitir que a lo sumo
nos hablan de un aspecto posible de lo real. Que
ninguno de ellos puede reducirlo a ser sólo el
aspecto que prefiere destacar. Cualquier absolutización sería
indebida: una generalización simplista y simplificadora que
suele conllevar peligros, no sólo teóricos sino hasta
carnales. La preferencia por una u otra interpretación de
lo real es circunstancial y, aunque no es antojadiza ni
caprichosa, es "arbitraria". No podemos tener
"el-punto-de-vista-de-Dios", algo que sería
equivalente a no tener punto de vista alguno. Nuestro
conocimiento es "siempre" el de un ser finito:
esto es, parcial, histórico, étnico, ciego, incompleto.
Por
ejemplo, la concepción lacaniana de lo real puede ser muy
útil para la práctica psicoanalítica (¿Siempre? Tendrían
que establecerlo los psicoanalistas...) y sin embargo
completamente insuficiente tratándose de entender lo real
en el ámbito de la vida política o en el campo de las
ciencias físicas. Además, hemos de dar por lo menos otros
dos pasos: uno, destacar el carácter etnocéntrico de tal
concepción; otro, mostrar que lo que la perspectiva
psicoanalítica es incapaz de ver (o sea, aquello para lo
que es ciega y lo reconoce), otra perspectiva de
conocimiento podría ser capaz de verlo y hablar de ello [20].
Debiéramos
ahora aplicar a estas supuestas convicciones mías los
mismos enunciados que las expresan. Debiera, pues, pensar
contra mí mismo, para ser consecuente
con mi planteo. Eso implica algunas preguntas como las que
siguen: decir que la preferencia por una u otra interpretación
de lo real es circunstancial y arbitraria, ¿no es a su vez
una afirmación circunstancial y arbitraria y, en tal
sentido, una absolutización indebida o una generalización
exagerada? Decir, como dije, que no se puede tener "el
punto de vista de Dios" (equivalente a no tener un
punto de vista), ¿no sería pretender tenerlo, pues de lo
contrario, cómo lo sé? ¿Acaso no afirma Zizek también
que lo real es un vacío, un hueco, una "falta",
convencido, por tanto, de que toda organización de la
realidad es incompleta e incoherente? ¿Dónde está pues mi
diferencia con éste último?
El
tipo de problemas que acabo de plantear es semejante al tipo
de las conocidas y enojosas contradicciones lógicas que se
dan en afirmaciones del tipo "todo es relativo", o
"nada es verdadero", o la famosa paradoja del
cretense mentiroso (el cretense que dijo que todos los
cretenses mentían siempre). Debido a la doble estructura
del lenguaje (el plano proposicional y el plano de la acción
comunicativa), en todas ellas hay una contradicción
"pragmática": el contenido del enunciado se
contradice con el significado del acto de la enunciación.
Por ejemplo, cuando digo "no hay verdades", mi
afirmación se contradice con mi intención de sostener y
decir algo verdadero.
Se
suele decir que una manera de superar estas contradicciones
es "bajar" la ambición de querer hacer un juicio
válido para todos los casos; es entonces quitarle
universalidad en cuanto a los casos a que se aplica. En
lugar de decir "no hay verdades", podemos afirmar
"muchos enunciados que tenemos por verdaderos no son
tales".; en lugar de que el cretense diga que los
cretenses mienten siempre, puede decir sin miedo a una
contradicción pragmática que con frecuencia los cretense
mienten, etc..
El
problema radica en que difícilmente podamos evitar la
necesidad de utilizar cuantificadores universales (todo,
nada, siempre, nunca, etc.) para muchos
de nuestros juicios. Si alguien dijera "no se han de
usar cuantificadores universales" caería en una
contradicción pragmática porque si no lo aclara quedaría
implícito un "nunca". Y el enunciado "los
cuantificadores universales se han de usar lo menos
posible", implica, a su vez, que su uso es inevitable,
de lo contrario no haría falta tal recomendación
("nunca digas nunca").
Es
innegable que cuando digo "la preferencia por una u
otra interpretación de lo real es circunstancial y, aun no
siendo ni antojadiza ni caprichosa, es arbitraria", hay
algo implícito en mi decir: un "esto es siempre válido
para todos los casos". Eso que no explicito en mi oración
expresaría fielmente mi convicción. Sin embargo, parece
contradictorio con "circunstancial", porque pueden
haber circunstancias en que una interpretación opuesta y
excluyente de la mía sea preferible. Parece que no tengo
salida... ¿qué hacer, entonces?
Puedo
afirmar de manera menos altisonante: "es muy probable
que la preferencia por un significado de lo real, entre
otros, sea circunstancial en todos los casos, pues no tengo
dudas de que en la mayoría de los casos es así. Propongo,
entonces, mi convicción para que sea admitida por los demás.
La considero más lúcida y crítica que sus contrarias,
pero puedo estar, por cierto, equivocado". El tono
sugerente de mi afirmación niega así todo intento de
presentarme como el Elegido llamado a liberar del engaño y
falsedad a los demás, pero no niega mi deseo de colaborar
en la búsqueda mancomunada de una lucidez mayor acerca de
nuestro mundo.
Termino
esta charla diciendo lo mismo desde otro enfoque: todo
discurso es una ficción y como tal es doble, ambivalente,
ambiguo: las cosas son y no son como las presenta. Sugiero,
entonces, que debiéramos aceptar esta condición
desagradable y presentar nuestras disquisiciones como una
propuesta, como una posibilidad, casi como susurrando una
sugerencia... He querido que tal fuera el tono de esta
charla, pero como las cosas son y no son como uno las
presenta, no lo he logrado del todo. What can I
tell you? En
fin...¡Qué le vamos a hacer!
Cuando
la realidad se confunde con la apariencia, solemos
encontrarnos en el campo de la falsedad, del engaño, del
sueño, de la locura, de la ficción, de la ilusión y de la
máscara. Deseo presentarles aquí unas ideas acerca del
teatro de la tragedia (la máscara trágica) y la locura en
relación con la oscuridad, las cavernas y la liberación
entre los griegos de la época clásica (siglos V y IV).
¿Cuáles
serían para los griegos de la época de Platón los ámbitos
en que se da la confusión entre apariencia y realidad?
Uno
de ellos era el de la locura, que estaba unido en el
escenario del teatro a la tragedia: los concursos en que se
representaban las obras trágicas eran llevados a cabo en la
celebración dedicadas al dios Dionisos que desde Homero era
tenido para muchos un dios "loco", mainómenos,
que inducía a la locura a quien quería castigar
confundiendo su visión y haciéndole ver lo que no era [21].
Pero tengamos en cuenta que la locura no siempre se
manifestaba en una visión distorsionada. En ocasiones, era
valorada positivamente: el "loco" podía tener una
visión más penetrante de la verdadera realidad, oculta
tras la fachada de la apariencia cotidiana y familiar de las
cosas... Podía llegar a ver lo que nadie veía. La distorsión
de su locura corregía el ver distorsionado
"normal". O veía más allá, y podía por eso
profetizar... [22]
Pero
además el arte de la dramaturgia, incluyendo ahora la
comedia también, distorsiona la realidad. Como todo arte,
de hecho. Platón, con su arte de la dialéctica, sus
escritos, sus construcciones políticas ideales, su caverna
y sus mitos distorsionó también la realidad. Pero, claro,
creyó y defendió sus distorsiones; combatió las de los
demás...
Otro
ámbito de confusión entre apariencia y realidad, con el
que Platón se ensañó, digamos, de manera muy especial,
era el de las ficciones literarias de los poetas, como
Homero y Hesíodo, quienes educaban a los griegos en la
religión pues eran la fuente de los mitos, en particular de
los de la religión olímpica oficial. Como todo arte, también
su arte poético distorsionaba la realidad. Bien, Platón se
aferró a esta necesidad del arte para combatir a los
contrincantes o antagonistas que él mismo se había
fabulado. Junto con Jenófanes, Heráclito y Pitágoras,
luchó del lado de la filosofía contra los poetas, como
mencioné más arriba. También en este ámbito Platón
rechazó las distorsiones de los demás para sólo admitir y
tratar de imponer las suyas con la ayuda poderosa del
"logos", cuya figura configuró para Occidente
junto con otros intelectuales griegos, algunos de ellos sus
maestros, otros sus discípulos.
Intentó
purificar el Panteón griego de dioses, según él
inaceptables. Y propuso hacia el fin de sus días, en Las
Leyes, una reforma religiosa, una especie de Iglesia del
Estado, con sacerdotes laicos, centrada en el culto de Apolo
(de honda raigambre popular sobre todo en su oráculo de
Delfos) y del dios sol Helios, dios de una nueva religión
natural de los filósofos. Fue como un último y desesperado
intento de Platón para construir un puente entre los
intelectuales y el pueblo a fin de salvar la unidad de la
vida política entre los griegos [23].
Anexo
De cómo el verdadero mundo terminó por volverse una fábula
Historia de un error
- El
mundo verdadero es accesible al sabio, al piadoso, al
virtuoso; éste vive en él, es este mundo.
(Forma más antigua de esta idea, relativamente sabia,
simple, convincente. Es una trasncripción de la tesis yo,
Platón, soy la verdad)
- El
mundo verdadero no es accesible hoy; pero es prometido
al sabio, al piadoso, al virtuoso ("al pecador que
hace penintencia")
(Progreso de la idea; se hace más sutil, más
insidiosa, más inaprehensible, se hace femenina, se
hace cristianismo)
- El
mundo verdadero es inaccesible, indemostrable, no
prometible; pero ya por el hecho de ser pensado es un
consuelo, una obligación, un imperativo.
(En el fondo el viejo sol; pero se transparenta a través
de la neblina y del escepticismo; la idea se ha hecho
sublime, pálida, nórdica, königsberguiana)
- ¿El
mundo verdadero es inaccesible? En todo caso, no hemos
tenido acceso a él. Y no habiendo tenido acceso a él,
es desconocido. Por consiguiente, no puede servir de
consuelo, no puede ser liberador, no puede obligar; ¿qué
obligación podría imponernos una cosa desconocida?...
(Mañana gris, Primer bostezo de la razón. Canto del
gallo del positivismo)
- El
verdadero mundo es una idea que ya no es útil para
nada, ni siquiera impone obligaciones; es una idea que
se ha hecho inútil y superflua; por consiguiente, una
idea refutada, eliminémosla.
(Día claro; desayuno, vuelta del buen sentido y de la
serenidad; púdico rubor de Platón; caso endiablado de
todos los espíritus libres)
- Nosotros
hemos sorprendido al verdadero mundo; ¿qué mundo ha
quedado? ¿Acaso el aparente? ... Pero no. ¡Con el
verdadero mundo hemos suprimido también el mundo
aparente!
(Mediodía: instante de la sombra más corta; fin del
larguísimo error; punto culminante de la humanidad; INCIPIT
ZARATHUSTRA.)
Notas
[*]) Texto de una charla dada en un
seminario sobre Psicoanálisis y Filosofía en el Instituto
Oscar Masota de Comodoro Rivadavia en Mayo de 2002. [volver]
[1] Entre lo que se da por supuesto en
el teorema están la idea de número (par e impar), de
igualdad, de triángulo, y "cosas afines", señala
el mismo Platón. [volver]
[2] El sol, la línea y la
caverna, Bs. As., Eudeba, 1975, 91. [volver]
[3] Siempre ha sido una exageración
del pensamiento europeo querer hablar de lo que le sucede a
todos los hombres desde la particularidad de su cultura. Los
pensadores griegos se cuentan entre los primeros en
pretender lo que casi parece un desatino. [volver]
[4] Sobre esto remito al erudito
trabajo de P.-M SCHUL, Platón y el arte de su tiempo,
Bs. As., Paidós, 1968. [volver]
[5] También tenía entre las creencias
falsas peligrosas a la obra de los sacerdotes, adivinos
ambulantes y proveedores de rituales catárticos (de
individuos como de ciudades enteras). Charlatanes que
actuaban en ceremonias sagradas siendo meros particulares
sin la debida autorización ni procedían de la forma
debida. Y si bien admitía ciertos aspectos y funciones de
los poetas, dramaturgos, profetas y coribantes, juzgaba que
eran muy inferiores a las actividades del pensamiento
racional. Debían por ende estar bajo el control y censura
de este último. Además, los sueños y las alucinaciones
podrían pertenecer también al ámbito de las sombras [volver]
[6] O sirven como la retórica para
luchar en los estrados judiciales, aun a costa de la verdad.
[volver]
[7] O. c., pág. 41-42. Críticas
similares en pág. 45 con respecto a una comparación con el
Hades. [volver]
[8] Es posible admitir que "en
tiempos primitivos se podía aproximar a las divinidades
entrando en cavernas" dado que se han hallado grutas en
santuarios que han servido, p. ej., para oráculos de Apolo;
éste y Zeus se apropiaron de santuarios que correspondían
a la Madre Tierra. "La imagen del vidente en tinieblas,
frecuente en la mitología griega, se manifiesta en las
grutas oculares y en la 'incubación': el sueño
institucionalizado en un templo, a través del cual se logra
la curación. La mitología, la literatura y el culto griego
están llenos de verdades vistas u oídas en la oscuridad:
en cavernas, a la noche, en el mundo subterráneo. Los
primitivos oráculos griegos eran santuarios de la
Noche" (R. PADEL, A quien un dios quiere destruir,
antes lo enloquece, Bs. As., Manantial, 1997, 87-88). La
caverna platónica puede ser leída como un intento de
depurar los aspectos ctónicos de la religión griega y su
expresión en la mitología, la literatura y el culto. Un
intento de transformarla y suplantarla, invirtiendo los términos:
la verdadera visión, el lugar de la revelación de la
verdad no está ni en las cavernas ni en el mundo subterráneo,
sino bajo el cielo claro, luminoso y diáfano regido por la
luz de la idea del Bien, que como el sol nos hace presenciar
lo mejor de cada cosa. A esa idea se accede por la dialéctica
filosófica, tal como la imagina Platón. [volver]
[9] Zikek va más allá y exclama: "La verdad final de
un universo capitalista utilitario y desespiritualizado es
la desmaterialización de la propia 'vida real', su
transformación en un espectáculo espectral". [volver]
[10] N. BRENTHAM, "Please,
nobody is innocent...", en Heterodoxies, 1998,
127-134. [volver]
[11] Sobre esto, ver M. L. FEMENÍAS, Sobre sujeto y género.
Lecturas feministas desde Beauvoir a Butler, Bs. As.,
Catálogos,2000, 154-174. Es interesante la articulación
con la postura de Butler y su crítica al falo como
principio organizador de todo parentesco y de todo lenguaje.
[volver]
[12] Ver R. KAISER, "With
Plato against Plato", en Philologica antiqua,
1996, 234-267. [volver]
[13] "Se puede pensar con un
pensador contra ese pensador [...] Decir que se puede pensar
a la vez con y contra un pensador es contradecir
radicalmente la lógica clasificatoria en la cual se tiene
costumbre - casi en todas partes, ay, pero sobre todo en
Francia - de pensar la relación con los pensamientos del
pasado. Por Marx, como decía Althusser, o contra Marx.
Pienso que se puede pensar con Marx contra Marx o con
Durkheim contra Durkheim, y también, seguramente, con Marx
y Durkheim contra Weber, y recíprocamente. Es así como
marcha la ciencia". Cosas dichas, Barcelona,
Gedisa, 1996, 57. [volver]
[14] Platón insiste en otros diálogos
con esta imagen. En el Fedón dice Sócrates:
"Nosotros vivimos en las cavidades, pero sin darnos
cuenta de ello, decimos que habitamos encima de la
tierra". ¡Ay, Platón! [volver]
[15] No podemos luchar demasiado tiempo
contra un enemigo sin asemejarnos a él en rasgos o aspectos
por los que lo combatimos. Lo interesante del caso, es que
con frecuencia, con mayor frecuencia de lo que imaginamos,
hemos deformado previamente esos rasgos para combatirlo. La
deformación no tiene que ser hecha deliberadamente, de propósito.
Por lo general, se hace por prejuicio, o por ceguera, o por
desconocimiento. Pero se hace. Y no es menos problemático
el hecho de que los medios utilizados son siempre
defectuosos y deformantes también ellos. [volver]
[16] Así lo dice Kant, al preguntarse
en un famoso artículo suyo Was is Aufklärung?, ¿Qué
es la Ilustración? (la Ilustración es quizás la
primera época que se nombra a sí misma a través de un
determinado suceso que es propia de la historia general del
pensamiento de la razón y del saber): "La Ilustración
consiste en el hecho por el cual el hombre sale de la minoría
de edad. El mismo es culpable de ella. La minoría de edad
estriba en la incapacidad de servirse del propio
entendimiento sin la dirección de otro. Uno mismo es
culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no
yace en un defecto del entendimiento sino en la falta de
decisión y ánimo para servirse con independencia de él
sin la conducción de otros. 'Sapere aude': ten valor de
servirte de tu propio entendimiento. He aquí la divisa de
la Ilustración". Recomiendo leer a M. Foucault acerca
de este artículo de Kant (Saber y Verdad, Madrid, La
Piqueta, 1991, 197-207). [volver]
[17] Un texto de Hegel sobre esto:
"El principio de la Ilustración es la soberanía de la
razón, la exclusión de toda autoridad. Las leyes impuestas
por el entendimiento, esas determinaciones fundadas en la
conciencia presente y referente a las leyes de la naturaleza
y al contenido de lo que es justo y bueno, son lo que se ha
llamado la razón. Llamábase Ilustración a la vigencia de
estas leyes. El criterio absoluto frente a toda autoridad de
la fe religiosa y de las leyes positivas del derecho, y en
particular del derecho político, era entonces que el
contenido fuera visto con evidencia y en libre presencia por
el espíritu humano". Lecciones sobre filosofía de
la historia universal, Madrid, Rev. de Occidente, 1974,
684). [volver]
[18] Sobre el "positivismo"
de Marx han escrito entre otros, A. Giddens en Las nuevas
reglas del método sociológico (Bs. As., Amorrortu,
1997), y J. Habermas en Conocimiento e interés
(Madrid, Taurus, 1989). [volver]
[19] En El ocaso de los ídolos,
bajo el título "De cómo el verdadero mundo
terminó por volverse una fábula" desarrolla su
"historia de un error" en la que coloca su
pensamiento en el punto culminante de la humanidad. Véase Anexo.
[volver]
[20] Lo vimos con motivo de la fórmula
química del agua. El químico con el "paradigma"
o matriz disciplinar de su ciencia no puede ver en los símbolos
de su fórmula los componentes semióticos que lo integran
ni el posible costo presupuestario de escribirlos en un
pizarrón universitario. La recíproca también vale. [volver]
[21] Entre los griegos, a diferencia de
nosotros, ver a los dioses no era signo de locura. Al menos
no como entendemos en nuestra cultura. No era una alucinación:
ver algo que no existe. En el teatro trágico se "veía"
los dioses, se oía su voz, se contemplaban los efectos de
sus acciones, sus castigos o sus perdones. Recinto de
Dionisos, el dios se hacía realmente presente en el
escenario. Se lo veía allí. Era su epifanía en esta
tierra. [volver]
[22] Hay una imagen griega en la que el
profeta es el que ve en la "oscuridad". Suelen ser
ciegos; con frecuencia habitan cavernas. Además, en
ocasiones, la oscuridad era el lugar donde se podía
encontrar a ciertos dioses, donde se podía ver verdades
inaccesibles a la luz. [volver]
[23] Ver sobre esto, E. R. DODDS, Los
griegos y lo irracional, Madrid, Alianza, 1999 [1951],
195-219. [volver]