Entré
al bar de Barracas con ligera desconfianza y eché una ojeada previsora.
El
tipo levantó la mirada en ese preciso momento y me sonrió con
conocimiento de causa. Era él. Me acerque por entre el laberinto de mesas
y sillas desparejas y desgastadas por el uso y los vasos de ginebra y me
senté delante de él, tratando de no quedar de espaldas a la puerta. Hace
frío, pensé y hoy no me abrigué bien. Lo único que me falta es
engriparme.
Traté
de no mirarlo demasiado en detalle. No es de buena educación. El tipo me
largó una miradita entre socarrona y comprensiva y el bigote anchoita
acompañó la sonrisita de suficiencia.
No hubo intercambio de nombres, apenas un sacudón tibio de manos.
Encendí
un cigarrillo mientras pensaba una excusa para empezar a hablar. De hecho,
yo estaba ahí por una apuesta así que no sabía muy bien qué decir,
pero el tipo se encargó de hacer los sociales del caso. Soltó el rollo
de su discurso con parsimonia, mientras montaba un Particulares ‘33 en
una boquilla corta y lo prendía.
-
Tengo una profesión que, por lo menos, podría calificarse de “rara”.
Claro, no es sencillo mi trabajo. Muchos se creen que redactar elegías,
odas, loas y otras yerbas laudatorias, es tarea fácil. No señor, no es
moco de pavo. Viera Ud. lo dífícil que a veces me resulta encontrar algo
agradable de decir de gente que, por lo general, no tuve el placer de
conocer antes de tener que escribirle el parrafito.”
“Yo
paro siempre en este bar y me siento siempre a la misma mesa. Aquí pueden
encontrarme los que buscan mis servicios. Todos los del bar saben a qué
me dedico, lo arduo de mi trabajo intelectual, lo árido que me resulta a
veces encontrar las palabras adecuadas, los términos que ensalcen sin ser
empalagosos, que muestren el respeto y la admiración de los que me
encargan los trabajos.”
“Porque
mi trabajo en particular suele ser encargado por otro que no es
habitualmente la persona a quien dedico mis versos o líneas. Ah, ¿no le
dije ? también puedo escribir en distintos estilos. Prosa o verso,
rimados consonante o asonantemente, redondillas, décimas, sonetos. Una
vez, alguien me encargó un poema en pentámetros yámbicos. ¡Lo que tuve
que sudar ! Bueno, siempre se aprende algo : resulta que el tal
Shakespeare escribía sus obras en pentámetros yámbicos, y la persona a
la que le dedicaban mis letras era dilettante del Fénix de la rubia Albión.
¡Claro, pruebe Ud. a escribir los dichosos pentámetros en castellano y
no en inglés ! No fue
tarea fácil, se lo puedo asegurar, pero salí airoso.”
“Otra
vez vinieron a encargarme un trabajo para un ministro, creo. ‘Quiero
algo importante’, me dijeron, ‘algo que recuerden durante mucho tiempo. Que cada vez que alguien lo lea, se pregunte
quién ha sido y porqué
mereció tales versos ‘.
Porque lo quisieron en verso. Hay cada uno, vea...”
“Por
lo general, pido una fotografía del destinatario de mi verba. La imagen
me inspira porque, sabe, en alguna parte leí (creo que lo dijo Abraham
Lincoln) que después de los veinticinco años, un hombre es responsable
de la cara que tiene. Yo no sé si Lincoln dijo eso, pero quien lo haya
hecho, le aseguro, amigo, que
tiene razón. Un sujeto con
cara de delincuente, rara vez no lo es. Alguien cuya boca tiene la mueca
falsa del estafador, lleva en su haber muchos desfalcos perpetrados. Aquél
cuya frente traicione sus pocas luces, lo lleva dibujado en las facciones
toscas. Nunca me tocó que un genio de la ciencia tuviera expresión
aborregada, no señor. Y le aseguro que tengo amplia experiencia.”-
Aspiró
el Particulares ’33 con placer, como invitándome a hablar, pero preferí
asentir sin abrir la boca. Él se ocupó de llenar el vacío.
A
esas alturas, yo ya no podía dejar de mirar los labios violáceos
adornados con el bigotito de rufián, que me hipnotizaban con su discurso
de encantador de serpientes. Ya no me importaba su saco beige de cuatro
botones, ni la flor anacrónica en el ojal, ni el pelo azul engominado
hasta reflejar las luces temblorosas del bar. Sólo la boca y lo que esa
boca de dientes desgastados y manchados de tabaco, decía.
-
Yo miro la foto durante un rato largo, - continuó con ritmo mesurado - le
estudio las facciones, le calculo la relación entre el tamaño de las
orejas y la cabeza ; aprecio si las dimensiones de la nariz son
acordes con las de la cara ; analizo las arrugas de la frente :
horizontales, de preocupación ; verticales, de inteligencia.
Pocas veces he visto gente de bien con narizotas enrojecidas o
bulbosas. La mirada es muy importante : huidiza, frontal, honesta,
calculadora. Nadie puede mentirle a una inocente cámara fotográfica,
justamente porque es tan inocente. “
“Imagínese
entonces lo duro de la tarea cuando debo escribir loas a un sinvergüenza,
alabar a un estafador, mencionar la humildad de un vanidoso y egoísta
empedernido, ensalzar las buenas costumbres de un lujurioso, hablar de la
generosidad de un avaro, enumerar las buenas obras de un perezoso, en fin ,
que no hay pecado capital que no desee esconderse tras mis versos.”
“Ud.
podrá decirme : pero hay gente buena. Yo le contesto : son los
menos. Casi todos tienen algún vicio que descubro en mi observación
minuciosa y en la boquita caprichosa de una niña de sociedad, hallo
desprecio por los inferiores u ocultas concupiscencias que desmienten el
virginal aspecto ; detrás de la estampa de pro-hombre de algún
militar vestido para su mayor gloria, encuentro siempre la soberbia del
poderoso ; los ricos no pueden ocultar a mi ojo analítico su ansia
de más riquezas. “
“Los
desnudo, pero sólo para mí, porque lo único que me está permitido
escribir, en definitiva, son mentiras.”
“Ud.
puede argumentar : ¿y los niños ? ¿qué hay de su inocencia ?
¿Acaso hay maldad en un infante ? ¿Puede acusar a la pureza de
haber cometido pecado ?”
“Punto
a su favor, mi amigo. Y le garantizo que escribir para ellos siempre es
tarea ingrata. “
“Extrañamente,
los que vienen a buscar mis especiales talentos, las más de las veces lo
hacen con hipocresía. Se aprende mucho sobre las miserias humanas en mi
profesión. Porque yo entiendo que lo mío es sumamente profesional.
Mantengo una actitud distante con mis clientes, como conviene a cualquier
técnico especializado en arduas materias. No puedo permitirme el
involucrarme con sus emociones, sus sentimientos, sus falsedades y sus
mentiras. Imagínese si cada vez que viera una foto, el hecho me afectara.
¡Bien me iría en este negocio !
No señor, yo soy muy profesional en este aspecto. Nada de intimar
ni pretender conocer al homenajeado a través de las palabras de los
clientes. Me baso en mis impresiones que por lo general, son más que
acertadas. No en vano tiene uno prolongada experiencia en estos
asuntos.”
“Ya
le digo, amigo, lo más difícil es cuando me encargan un trabajo para un
chico. Con los adultos, he llegado a desarrollar una especie de coraza que
me protege y protege a mi clientela.”
El
frío me estaba calando hasta los huesos y me di vuelta dos o tres veces a
pedirle inútilmente al mozo que cerrara la puerta. La luz que entraba desde la calle era cada vez más apagada.
Se viene una tormenta de época y como buen estúpido, salí sin paraguas.
Me froté los brazos con manos ateridas, maldiciendo mi mala costumbre de
salir sin abrigo nada más que por llevarle la contra al eterno mandato
materno: “Llevate un saco por si refresca”.
El
tipo pitó otra vez y yo me removí en la silla, incómodo por la aguda
observación a la que me sentía sometido. Los ojos de este tipo no tienen
fondo, pensé. Caí en la cuenta de que no podría decir de qué color
eran. Debe ser la poca luz de este lugar de mala muerte. Le digo cualquier
cosa y me voy. Que vengo otro día, o que no traje la foto. No le pregunté
cuánto cobra o si lo hace por adelantado : en una de esas zafo por
ese lado. Tenía la plata justa para el boleto de vuelta. Qué se yo.
Cuando levanté la mirada, él asintió meneando la cabeza, la sonrisa
eterna y violácea prendida de su cara. Se sacó la boquilla de entre los
labios, miró la brasita del Particulares y me dijo :
-
Aunque si le cuento algo, ¿me creerá ? Es la primera vez que el
cliente es a la vez el interesado y el destinatario. Ah, disculpe, allí
vienen a retirar un trabajo. Un momentito nada más y continuamos.-
Un
hombrecito callado y gris se acercó y mi anfitrión le entregó un sobre
de papel madera. El hombrecito agradeció muchas veces y se fue.
Mi
hombre fijó sus ojos insondables en mí y sentí un escalofrío en la
espalda.
-
Bueno, Roberto, y dígame, ¿a qué hora lo llevan ?-
  
*
Escritora argentina |