¿PARA
QUÉ QUEREMOS AL LIBRO?
por Naief Yehya
(Gentileza
de La Jornada Semanal)

Si
por un momento pudiéramos olvidarnos de nuestra estrecha relación,
a veces fetichista, con los libros, tal vez entonces podríamos
evaluar fríamente su utilidad. Como ya lo dijo Daniel Bell, el
libro no puede ser comparado con la capacidad de almacenamiento, búsqueda
y clasificación de la información de los dispositivos de memoria
magnética, electrónica u óptica. ``Pero si leemos para
reflexionar, para `hablar' con la obra, para construir una
argumentación o interpretar un pasaje, parece que el formato del
libro, con sus márgenes y su comodidad, puede ser un medio
mejor''. Alejandro Piscitelli se pregunta en su libro más
reciente, Ciberculturas en la era de las maquinas inteligentes:
``¿Cuánto hay de probado y cuanto de impostado en esta tesis
fuerte? ¿Cuánto hay de añoranza por un mundo que ya no volverá
y cuanto de incertidumbre frente a un mundo que ya se nos aparece
como perdido?''
La
primera revolución informativa tuvo lugar cuando el ojo le quito
al oído el privilegio de ser el principal órgano utilizado para
recibir información. Uno de los profetas de esta transición fue
Platón, quien atacó las formas orales de transmisión del
conocimiento. Mas tarde, el libro fue muy útil para el
establecimiento y expansión de las religiones judeocristianas.
Este invento tecnológico se convirtió en un modo de comunicación
con Dios. ``El libro no era tan solo el instrumento
domesticador de las conciencias a trabes de la fe, sino el cielo
mismo tocado con las manos.'' Inicialmente la tecnología del
libro no condujo a la liberación de la mente sino a la sumisión
al dogma. La tecnología de la palabra digitalizada ya nos ha
inoculado con nuevos dogmas y ha modificado enormemente nuestra
relación con el conocimiento. ``Yo escribo, no proceso
palabras'', responde horrorizado Gilles De Ath, el
protagonista de la cinta Love and Death in Long Island (Richard
Kwietnowski, 1997), cuando le preguntan si utiliza un procesador
de palabras. Hace algunos años nadie se hubiera imaginado que el
reformateo automático de la pagina, el cambio instantáneo de
tipografías, las subrutinas de corrección ortográfica, la
repaginación, el desplazamiento de bloques de texto y el manejo
de archivos virtuales serian operaciones tan comunes como cambiar
el cartucho de una pluma o lavarse los dientes.
"¿Quién
esta dispuesto a renunciar a los avances de la palabra digital
para ser fiel a la tinta impresa en pulpa muerta? Todos amamos al
libro, pero quizás debamos considerar que la suya es hasta cierto
punto una cultura elitista, egocéntrica, pasiva y orientada a
valorar un pasado irrecuperable'',
como escribe Piscitelli. Además la estructura del libro nos
obliga siempre a seguir un recorrido secuencial y lineal, lo cual
puede ser muy apropiado en ciertas obras, pero en otras resulta
sin duda restrictivo, ya que seria mejor un desarrollo en ramas o
en otras estructuras más flexibles y apropiadas.
Las
tres edades de la tele
Con la misma pasión con que defendemos
las virtudes del libro, solemos condenar los vicios de la televisión.
El problema es que en general las criticas dirigidas a la pantalla
casera apuntan de entrada en la dirección incorrecta. Piscitelli
divide la historia de la caja idiota en tres: paleo, neo y
postelevisión. La paleotele es vectorizada, unidireccional y
jerarquizada. La neotele ha roto con ese modelo, se caracteriza
por una incipiente interactividad y por que la tele por cable
establece un flujo de imágenes continuo y sin jerarquías que
rompe con las tradiciones de programación (criterios como división
por géneros, estructura temporal rígida y enfoque en públicos
definidos por edades o gustos). Cuando llegue la postele digital,
seguramente van a extrañar la TV de hoy. El principal error de
los críticos de la tele es que su nostalgia ilustrada los lleva a
comparar la tele de hoy con la de ayer, cuando en realidad son
medios muy distintos, su ignorancia tecnológica no les permite
valorar el horizonte histórico y las posibilidades evolutivas del
medio. Piscitelli escribe: ``La TV es una mitologia
finisecular; es la epica homerica rediviva en la que un auditorio
escucha epitetos que se pronuncian una y otra vez, y donde la
repeticion es fuente de jubilo... Lo distintivo de la TV es
precisamente la repeticion compulsiva. Es como el acto de rezar el
rosario católico.''
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