Café
filosófico:
La vigencia de Nietzsche y el modelo de conducta llamado acoso
moral,
versión libre de "Las moscas del mercado" de Así
hablaba Zaratustra,
por Cecilia Suárez
A
Nietzsche se lo puede abrir en cualquier lado. No hay página sin
rabia,
una sin el soplo de una libertad todavía espantada de su propia
existencia,
inquieta por no discernir sus límites.
Si Nietzsche irrita o subleva tanto como esclarece,
es porque no hace trampas.
Se equivoca, exagera, sostiene puntos de vista insostenibles.
Pero no finge.
Rogert-Pol Droit
Hace tiempo sostenemos con René Kaës que el dolor social no
se cura en el diván. Intentaremos hoy releer a Nietzsche
reflexionando sobre situaciones tales como: conducta abusiva,
destrucción psicológica, acoso perverso, violencia indirecta; y
también sobre la legislación que rige la incidencia de estos
fenómenos en países como Francia, Alemania, España,
preocupando a prestigiosos juristas y aún a Berlusconi en Italia.

DE LAS MOSCAS EN EL MERCADO
por Federico Nietzsche
"Cuando te veo aturdido por las estridencias de los
grandilocuentes y lastimado por los aguijones de los mediocres,
pienso en recomendarte: ¡Busca refugio, amigo mío, en tu
soledad!
El bosque y la roca saben acompañar dignamente tu silencio.
Sé de nuevo como el árbol frondoso que amas, el que mudo y
alerta se levanta sobre el mar.
Donde termina la soledad empieza el mercado; y donde
empieza el mercado, comienzan también los estruendos de los
simuladores grandilocuentes y los zumbidos de las moscas
venenosas.
En este mundo las grandes cosas sólo tienen valor si viene uno
a ponerlas en escena y es considerado un gran hombre por la gente.
La gente no siempre comprende lo grande, es decir, lo capaz de
crear; pero se embeleza con todos los que ponen en escena y hacen
la representación teatral de grandes cosas.
Imperceptiblemente el mundo gira alrededor de los creadores de
valores nuevos. Pero la gente inexperta y la fama fatua giran
alrededor de los simuladores.
El simulador, el actor de mala fe,
tiene espíritu, pero la conciencia de su espíritu es endeble:
cree siempre en aquello con lo que mejor es capaz de hacer
creer... ¡él mismo!
Mañana abrazará un credo y pasado mañana otro que sea más
vigente aún para ese día. Tiene los sentidos ágiles y el olfato
versátil: así capta los titubeos de la gente inexperta.
Para él, atropellar es demostrar; arrebatar es convencer. Y la
sangre es para él el argumento más eficaz.
Él califica de mentira y futilidad la verdad que sólo es
captada por los oídos afinados. Sólo cree en los ídolos, en los
dioses, que son capaces de alborotar el mundo.
En el mercado abundan los bufones solemnes, que son para la
gente los módicos profetas grandilocuentemente innovadores que
merecen su orgullo y jactancia.
Pero cuando el día apremia a los bufones, ellos te apremian a
ti por un sí o un no, pretenden que te sitúes a favor o en
contra.
Si eres amante de la verdad, no envidies a los incondicionales
que apremian: la verdad nunca marcha del brazo de un
incondicional.
La violencia de los incondicionales debe hacerte volver a tu
refugio: sólo en el mercado te obligan a que te proclames a favor
o en contra.
La experiencia de todos los pozos profundos es lenta: se tarda
mucho en saber lo que ha caído a su fondo.
La grandeza de la creación se desarrolla lejos del mercado y
de la fama fútil; lejos del mercado y de la fama fútil siempre
han vivido los creadores de valores nuevos.
¡Refúgiate en tu soledad donde sopla el viento refrescante y
limpio, si has vivido demasiado cerca de los mediocres y de los
miserables , que te han cubierto de sus picaduras de moscas
venenosas! ¡Huye de su venganza invisible, esa venganza que tanto
ansían!
¡No levantes el brazo en su contra: son innumerables y no te
toca ser mosquero!
Más de un soberbio edificio ha sucumbido a la mala hierba de
los mediocres y de los miserables, que son innúmeros.
Tú eres vulnerable y sensible y su acción ya te ha lastimado.
Te veo agobiado por moscas venenosas, sangrando de cien
picaduras... y tu orgullo te impide enojarte siquiera.
Candorosas y sedientas de sangre son sus almas exangües: por
eso pican con todo candor.
Y tú, hombre intenso, sufres demasiado intensamente incluso de
las pequeñas heridas, en tanto antes de que te hayas repuesto ya
el mismo bicho venenoso vuelve a correr por tu mano.
Tu orgullo te impide matar a esos golosos. Pero ten cuidado con
meterte en el fatal trance de tener que cargar con toda su
venenosa iniquidad...
Zumban a tu alrededor incluso cuando te elogian: su elogio
aspira la cercanía de tu piel y tu sangre. Te adulan y se
prosternan ante ti como si fueras un dios o un diablo. Se acercan
con amabilidad, esa amabilidad que ha sido siempre la viveza de
los pusilánimes.
Sus almas mezquinas se ocupan mucho de ti: los preocupas. Te
castigan por todas tus virtudes y en el fondo sólo te perdonan
tus errores.
Tu ecuanimidad e indulgencia te hace decir que ellos no tienen
la culpa de su mediocridad. Ellos con alma mezquina afirman que
‘culpa es toda capacidad de grandeza’.
Cuando eres indulgente con ellos se sienten despreciados por ti
y pagan tu amabilidad con hostilidad solapada.
Tu orgullo silencioso les causa furia. Pero si por una vez eres
lo suficientemente modesto para ser vanidoso, se regocijan.
¡Cuidado con los mediocres! Ante ti toman conciencia de su
pequeñez y su mediocridad los lleva a darte tu merecido:
inmolarte con una venganza invisible.
¿No advertiste cómo enmudecían cuando te acercabas a ellos y
cómo se les iba la fuerza?
Amigo mío, eres la mala conciencia de esos mediocres que
pretenden ser, que se hacen llamar tus semejantes, porque
advierten su indignidad cuando te ven, entonces te odian y quieren
chupar tu sangre. Ésos, ésos que con indigna mala fe se hacen
llamar tus semejantes, siempre serán moscas venenosas.
¡Refúgiate, amigo mío, en tu soledad, allá donde sopla un
viento refrescante y limpio! No te toca ser mosquero."
Así habló Zaratustra.
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